22 de diciembre de 2016. Por: Claudio Manvile.
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Fernando Araújo Vélez acaba de publicar en Silaba una novela, de esas que se escriben de tanto en tanto, muy de tanto en tanto, —a pesar de la catarata de títulos que cae al mercado cada año—; Y por favor, miénteme es de esas obras que desde su primera línea reconcilia al lector con la buena literatura; con aquella literatura que representa el ansiado y elusivo placer del texto. No hay duda para quien esté alerta a las letras nacionales que vivimos una bonanza literaria: por una parte, el producto de esa generación que se formó más allá del umbral de la sombra pantagruélica macondiana y que otea el panorama nacional en plena madurez productiva, una generación poblada de nombres tan rutilantes como de premios altisonantes; y por otra, la generación siguientes que ya algunos sugieren en bautizarla como los ochenteros, por haber nacido en ese decenio, y que irrumpe en el contexto nacional e internacional con impetuosa fuerza. Todo esto son excelentes noticias para nuestras letras y habla del buen momento que vivimos, como quizá nunca antes; parecería que la Providencia nos hubiera premiado con un mundo nuevo donde ya no dependemos de un desigual sistema de planetas y satélites; al contrario, estamos ante una verdadera constelación de narradores, fabuladores y creadores a cuál más de serios y entregados a su oficio.
Afirmado lo anterior, hay que descontar de ese catálogo prodigioso de nombres, nova et vetera, lo superfluo, lo perecedero; es necesario entresacar el grano de la paja y el polvo. Pasar por el cedazo el bulto de libros y quedarnos con un puñado de aquellos que reconfortan nuestro espíritu y nos hacen sonreír en sigilosa y profunda admiración. No hay fórmula única; y por supuesto siempre se podrá esgrimir el doble filo del gusto literario. Pero las obras, lo sabemos, brillan por sí solas; por su propio valor, no requieren de aparatosos aparatos del marketing ni de nombres inflados por turiferarios incendiarios. Si nos guiáramos por las citas de las contraportadas estamos ante un nuevo Proust cada tres meses afirma el escritor y editor Chitarroni en una reciente entrevista a la revista mexicana Letras Libres.
Y por favor miénteme llegó de manera discreta. Casi subrepticia. Se coló a las estanterías de las librerías sin la fanfarria de la mesa de novedades. No es de esas novelas que pertenecen al mainstream literario ni editorial. Su autor, Araujo Vélez, la ha esculpido durante diez años, sin prisa pero sin pausa, hasta tener la certeza de estar lista para ser parida. Entre tanto, en su labor incansable en El Espectador, a cargo de la sección de cultura y del blog del Magazín, forjó página a página una pequeña obra maestra. Araujo irrumpe con esta primera novela como un narrador sólido, maduro, exquisito.
La saga de los Vila, una familia patriarcal cartagenera —¿hay algo más patriarcal en este país que una familia de linaje cartagenero, de esas íntimamente emparejadas con la historia de nuestra nación, en sus gestas heroicas y su desastres económicos y políticos?— recorre las páginas de Y por favor, miénteme. Una historia que se remonta a una pareja, Dionisio Epifanio Vila y su esposa Margarita Daníes Kennedy; y el hermano medio de este, Joaquín F. Vila, uno de los protagonistas y víctima de uno de los mayores fraudes electorales del país, el Acta de Padilla: la elección presidencial de Rafael Reyes, que se concretó nada menos que en La Wajira, a manos de uno de los mayores caudillos de la época, el vicario general y mandamás de la península Juanito Iguarán, en una patraña urdida por nadie menos que los primos de Joaquín F., hipnotizados por las promesas de Reyes de grandes contratos.
Lo anterior no es más que el pretexto para desarrollar una trama de amores y traiciones, de atentados y persecuciones, de aventuras amorosas y desventuras económicas, de «blancos» y no tan blancos, de políticos y anarquistas. Y una mujer al centro. Helena. Como en Troya. Una mujer disputada y anhelada por adversarios y parientes: Helena Vila Pombo. Una mujer demasiado bella y fuerte para ser dominada por su marido. Una mujer que prefiere hacerse pasar por loca y sufrir la estigmatización antes que claudicar su impetuosa personalidad. Y por favor miénteme, es la historia de una familia, pero también la historia de una ciudad, de una región, el Caribe, y por lo mismo, en gran parte, de una nación, la nuestra.
Araujo Vélez es dueño de una prosa preciosista; un lenguaje diáfano, poético, con suficientes toques aquí y allá para que cada línea brille en su factura, sin que empalague por adjetivaciones innecesarias o manierismos artificiosos. Por ello, la historia de los Vila se deja leer de manera apasionada —a pesar de la intrincada red familiar que entrecruza cada página— y el lector celebra cada pasaje con el culto al lenguaje que brota de la pluma con aparente facilidad pero que solo quien ha incursionado en la creación literaria puede dimensionar el trabajo que ello exige.
Esta opus prima de Araujo no necesita estar dentro de las nominadas para un Premio Nacional de Narrativa; esos escenarios no pocas veces son ajenos a las mejores obras. Y quizá, es preferible que así sea. A veces esas novelas de las que hablamos se van constituyendo en el secreto mejor guardado de la literatura nacional hasta cuando les llega su día. Y mientras llega ese día los lectores podemos regodearnos de ser poseedores de ese secreto.