Lucía Donadío es la cabeza de Sílaba Editores. Hablamos con ella sobre cómo se prepara una editorial pequeña para la FILBo 2018.
La editorial no nació con la idea de acaparar una franja de lectores que estaba sin atender. No hubo previsiones económicas ni evaluaciones de mercado. Ni siquiera consistió en la apuesta arriesgada de construir un catálogo de autores que se fuera ensanchando con el correr de los años. En realidad, Sílaba Editores surgió como un proyecto ad-hoc: una editorial montada con el propósito de publicar un único libro. Corría el 2009 y la Alcaldía de Medellín le propuso a la gestora cultural Lucía Donadío que le ayudara con la edición de un manuscrito que había llegado al escritorio del alcalde. Era un libro raro, casi incunable; un monstruo de más de quinientas páginas que mezclaba crónica, novela, tertulia de café e historiografía sobre Buenos Aires, un barrio emblemático de la capital antioqueña. Su autor, además, derribaba todos los estereotipos sobre las personas que firman los libros: había cursado hasta tercero de bachillerato y toda su vida había trabajado como vendedor de la Nacional de Chocolates; sin embargo, ya jubilado, se había embarcado en un proyecto arqueológico de reconstruir y contar la historia de su barrio.
El borrador, cuando Lucía Donadío lo leyó, le fascinó. Se entusiasmó con la idea de ser su editora, pero se atravesó en el camino una barrera legal: la Alcaldía, por norma, tenía prohibido vender libros. Barajando alternativas sobre qué hacer, cómo evitar que a esa joya se le cerraran de tajo las vías del circuito comercial y se la tragara el olvido en un reducido fondo de distribución gratuita, a Lucía se le ocurrió montar por su cuenta una empresa editorial. Consultó con una sobrina cómo era el procedimiento de inscripción de una sociedad en la Cámara de Comercio e hizo una lista de cuarenta posible nombres. Al final, se inclinó por uno que lleva tilde en la í como lo llevan su nombre y su apellido, y cuya raíz latina quiere decir enlazar, unir. Le agradó esa idea de servir de puente entre los autores y lectores.
“Yo no pensé más allá de ese libro”, dice Lucía, refiriéndose a lo que acabó convertido en Buenos Aires, portón de Medellín (Sílaba Editores, 2009). “Fue la angustia de ver un libro huérfano”. Con el correr de los meses, sin embargo, un proyecto que había nacido para atender una contingencia editorial muy precisa, se convirtió en una iniciativa permanente. Tras el exempleado de la chocolatera fueron llegando algunos autores de renombre: Luis Fayad, Juan José Hoyos y el hermano mayor de Lucía, el periodista Alberto Donadío. Sílaba también le abrió las puertas a jóvenes autores y académicos colombianos que en Europa tenían currículos muy meritorios, pero que en Colombia eran auténticos desconocidos. “Creo –dice Lucía– que fue Luis, quien lleva muchos años viviendo en Alemania, el que comenzó a hablar de Sílaba entre los colombianos en Europa”.
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. En los últimos años, Sílaba Editores ha conseguido posicionarse como una de las editoriales independiente más robustas en la industria del libro en Colombia. Publican en promedio veinticinco títulos anuales y cuentan con colecciones que abarcan todo el espectro literario: novelas, cuentos, poesía, ensayos y periodismo narrativo. En La no ficción aprovechamos la FILBo 2018 para hablar con su editora sobre su oficio y sobre los avatares de dirigir un proyecto cultural independiente.
¿Cuánta importancia tiene la FILBo para una editorial como Sílaba?
Para nosotros venir a la FILBo es la preparación de los primeros meses del año. Todos los libros que hacemos al principio del año son con la meta de que salgan para la Feria. Y luego nos concentramos en la de Medellín, que es en septiembre. Son los dos ciclos grandes de nuestro trabajo. No es que hagamos libros solo para feria, pero sí es un motivo importante. A los autores les gusta saber que sus libros son una novedad en la feria y además las ventas son generalmente buenas. También, las ferias son la posibilidad de hablar con colegas, con otros autores y la oportunidad de encontrarnos con los lectores. Es el momento de salirnos un poquito del trabajo solitario del editor.
Me imagino que los meses previos a una feria como esta deben ser de muchísimo trabajo. Y en una editorial independiente, deben ser de mucho trabajo para pocas manos.
Claro. Nosotros básicamente somos tres personas. Gabriel, mi asistente, que hace funciones de editor y también hace muchas cosas administrativas. Tenemos otro editor que es corrector y que trabaja medio tiempo. Yo trabajo durísimo, casi todos los días del año. El corre corre previo a las ferias es muchísimo, pero yo he decidido últimamente ir al ritmo que se pueda.
Las ferias, además de ser el lugar de encuentro entre el editor, los autores y lectores, también son una buena vitrina para vender. ¿En Sílabahacen proyecciones, se trazan metas, o dejan un poco a que las cosas vayan sucediendo?
Nosotros comparamos cuánto vendimos el año pasado y si creemos, como en este caso, que venimos en mejores condiciones, pensamos que podemos vender tanto. Pero nosotros no somos expertos en números, en eso fallamos casi todos los pequeños. No tenemos ese ánimo mercantilista de las grandes editoriales. Incluso uno a veces se embarca en proyectos en los que tiene el pálpito de que se va a vender poquito. Uno sabe que los lectores de publicaciones culturales como las nuestras no son muchos. Vende más fácil un bestseller, un libro de autoayuda, o libros de autores muy reconocidos. Yo tengo la teoría que los libros buenos son más difíciles de vender. La lectura es minoritaria en este país.
En las editoriales más comerciales no sólo importa la calidad del libro, sino también lo analizan desde un punto de vista mercantil. ¿Ustedes en Sílaba deliberadamente han decidido prescindir de ese criterio?
A nosotros obviamente nos interesa que nuestros libros se vendan y que lleguen a los lectores. Sería absurdo hacer libros para guardar en una bodega y que se vendan tres o diez. Uno trata de que el libro sea lo mejor posible, pero no nos enceguecemos pensando “vamos a hacer este montón de libros”. Las estrategias de mercadeo con los libros no sé cómo funcionan, sinceramente. Lo que nosotros tratamos es hacer diseños de carátula bonitos y mantener buenos precios. Yo no me he querido subir al billete de cincuenta.
Diría que estamos en el medio: queremos vender los libros, pero no es nuestra filosofía. Y sabemos que algunos libros se venden lentamente. Nuestro trabajo no es para una feria ni tenemos que agotar los libros en seis meses. Los libros buenos son para siempre. Obviamente, cuando un libro sale nuevo, se vende más. Pero hay otros que se mantienen en el tiempo con ventas buenas más o menos continuas. Por ejemplo, El cartel de Interbolsa de Alberto (Donadío) o el de Wade Davis de Los guardianes de la sabiduría ancestral.
El año pasado tú decías en una entrevista en la Revista Arcadia que dirigir una editorial independiente era una forma de ejercer la resistencia social. Me resuena mucho la idea y me gustaría que la ampliaras.
Es no querer entrar en ese círculo del capitalismo salvaje, que es lo que más nos rodea en nuestra sociedad. Esta cosa de que todo es por plata. Es ejercer el oficio pensando que estamos embarcados en un proyecto cultural y que estamos haciendo oposición a los modelos capitalistas tan fuertes, tan mercantilistas, donde la ganancia es lo que prima, donde se pierde la esencia del oficio, donde lo humano pasa al último rango de importancia. Es ir un poco en contravía. Por ejemplo, vender libros baratos. Nosotros cuando vamos a universidades decimos: “Aquí vamos a vender los libros con el 40% de descuento”. Uno tiene un corazón diferente. No es que queramos perder plata, no. Uno puede estar en un lugar intermedio.
¿Qué tan fácil ha sido conciliar la resistencia social que ejercen con la viabilidad financiera?
Nos sostenemos. No tenemos grandes ganancias, pero milagrosamente, al final del año, queda una plata con la cual decimos: “tenemos con qué arrancar el año para hacer cinco o seis libros”. Eso para nosotros es mucho. Lo otro es que prestamos algunos pequeños servicios editoriales. Por ejemplo, hemos hecho libros para el SENA por encargo, para la Alcaldía y coediciones con universidades. En las coediciones hay un apoyo de capital de las universidades o de las instituciones y eso también nos ayuda. Nos las ingeniamos.
A veces, también van resultando ciertos proyectos venidos del cielo. Por ejemplo, el libro de Wade Davis fue el dulce azar de la vida. Yo lo conocí en un almuerzo en Medellín. Conversamos. Le conté que tenía una editorial y alguien me había dicho que quería traducir un libro de él, así que le pregunté si de pronto me daría ese libro. El me dijo que sí, que los derechos los tenía una editorial pequeña en Canadá, pero que él les podía pedir que me los vendieran bien baratos. Incluso me dijo: “te puedo ayudar a conseguir fondos para la traducción”. Yo le preguntaba: “Wade: are yo sure? Are you telling the truth? Y él me decía: “Sí, yo veo tus ojos y confío en ti”. Fue algo muy bonito. Y así nos hemos encontrado con autores muy queridos y generosos.
Cuando uno ama el oficio y haces las cosas bien, van pasando cosas muy bonitas. Tengo muchos amigos que me evalúan libros y no me cobran nada; libreros muy queridos que ponen nuestros libros en lugares destacados. Es una gran red que se va creando.
Uno ve el catálogo de Sílaba y nota que hay una voluntad de promover autores jóvenes. Ustedes viven permanentemente la experiencia de acompañar a un joven escritor a publicar su primer libro. Háblame un poco de eso.
Desde que yo creé Sílaba quise abrir el espacio a autores jóvenes. Y nos han llegado algunos jóvenes y no tan jóvenes que han publicado su primer libro con nosotros. Libros en general de muy buena calidad. Muchos se han ganado premios o becas. Es una experiencia muy bonita y emocionante porque es sentir la semilla de que ahí hay una calidad y una potencia que, dándole esa oportunidad de publicación, puede crecer. Eso significa mucho. Hay mucha gente que tiene los libros engavetados. Es impresionante la cantidad de gente que tienen libros y nos proponen. Hay obviamente libros de poca calidad porque hay mucha gente que se cree poeta. A veces nos llegan tres libros de poesía a la semana. Es lo que más nos llega y lo que menos se vende lamentablemente. Hemos publicado muchos autores jóvenes de poesía, pero no podemos arriesgarnos.
“Cuando uno ama el oficio y haces las cosas bien, van pasando cosas muy bonitas. Tengo muchos amigos que me evalúan libros y no me cobran nada, libreros muy queridos que ponen nuestros libros en lugares destacados”.
Este blog está dedicado al periodismo narrativo y a la no ficción. Ustedes tienen dentro de Sílaba una colección dedicada al periodismo…
Sílabas de tinta. Ese nombre me lo dio Juan José Hoyos.
¿Cómo ha sido esa experiencia con esa colección?
Ha sido muy bonita. Por un lado, nos ganamos dos premios del CPB al mejor libro de periodismo, con El cartel de Interbolsa y con Los escogidos de Patricia Nieto. También tenemos a Juan José. Hemos publicado a Guillermo Zuluaga, un periodista de Medellín que fue alumno de él. A Guillermo le publicamos Mi medallo: una pasión cosida al alma, un libro hermoso en el que cuenta la historia del Medellín a partir de crónicas. Por ejemplo, él entrevistó a un viejito que fue árbitro de un partido en el que hizo una trampa y ahí cuenta cómo fue. El año pasado también le publicamos a él otro libro que se llama La vida pasa en Versalles, una crónica sobre un café emblemático en Medellín. Publicamos otro sobre las barras de fútbol de Gonzalo Medina, otro colega recomendado de Juan José.
¿Cuántos libros de periodismo les envían?
No nos llegan tanto.
¿Los buscan los lectores?
Sí. Muchos estudiantes de periodismo llegan a buscar los libros de Alberto (Donadío), de Juan José (Hoyos), porque de alguna manera son referentes clásicos del periodismo. Es una colección que ha tenido buena acogida, aunque no tiene tanta solicitud como los libros de literatura.
Juan José Hoyos es un referente del periodismo en Colombia. Debe ser un lujo y un privilegio tenerlo en Sílaba. ¿Cómo es la relación que tiene él con la editorial? Yo intuyo que está muy cómodo ahí y que es su casa desde hace varios libros.
Yo conocí a Juan José en Hombre Nuevo Editores, donde yo trabajé. Nos hicimos muy amigos. Él tenía un libro que se llamaba La pasión de contar: el periodismo narrativo en Colombia. Llevaba diez años juntando crónicas, pero ese libro estaba empantanado en Hombre Nuevo. Yo me enamoré del libro y le dije: yo te lo hago, yo me le mido a trabajarle duro. Porque me contó las peripecias, que se habían perdidos unos textos; en fin, un caos. Se lo planteé al dueño y me dijo: “No, Lucía, yo ya le invertí mucha plata a ese libro, yo ya no le invierto un peso más”. Y yo: “¿Y si le busco un coeditor?. “Ah, ahí la cosa cambia”, me dijo. Y así fue. Lo armamos como en seis meses, yo me le metí con el alma. Cuando ya lo teníamos listo lo llevamos a la Universidad de Antioquia y quedaron deslumbrados. El libro es un tesoro. Juan José dice que yo soy la cuidadora de sus libros porque él pensaba que ese libro no tenía salvación.
Entiendo que una de las cosas que más disfrutas de tu trabajo es la relación con los autores. ¿Qué es lo más grato de eso?
Es que yo entiendo lo que hay en un libro. Uno cuando escribe sabe que ahí está la vida del autor en unas dimensiones muy profundas. Tanto trabajo, tanto amor, tanto esfuerzo, que si uno como editor cuando recibe un libro tiene que hacerlo con una responsabilidad y con un respeto, y tiene que tener una relación con el autor para que pueda hacerse un buen libro. Yo a veces he tenido que rechazar algunas ediciones; no muchas porque no soy conflictiva y soy capaz de conversar con el otro por más diferente que sea. Pero si uno no tiene una empatía, un encuentro con el otro, es muy difícil trabajar. Uno está cuidando algo muy sagrado y de mucho valor para el otro. Uno es el padrino, el partero, el que posibilita el libro, pero también es el trabajo del otro.
Buscas mantener el entusiasmo por hacer libros, que no se vuelva una cosa mercantil y rutinaria. ¿Cómo se logra mantener ese espíritu, pero al mismo tiempo que la editorial crezca?
El amor por los libros le mantiene a uno el entusiasmo. Sin eso, se acaba la gasolina para este oficio. Eso no se me va a acabar nunca porque para mí los libros han significado mucho toda la vida y espero que me acompañe hasta la muerte. Pero también es ser consciente de los límites. Por ejemplo, nosotros decimos muchas veces que no porque no podemos hacer el trabajo con la misma dedicación. Yo podría estar haciendo sesenta libros al año, con todas las propuestas que me llegan, y conseguir plata y armar un equipo grande. Pero ser pequeño también nos permite trabajar mejor.
¿Y crees que se podría llegar a perder si les da por hacer sesenta libros?
Yo sí creo que se pierde. No puedo tener en mi cabeza sesenta libros ni coordinar muchos editores. A eso le temo.
¿Te queda tiempo para lecturas por fuera de tu trabajo?
Sí, pero a veces me hace falta más tiempo.