20 de febrero de 2023 I Por: Rómulo Bustos Aguirre I En: Revista Libros y Letras
En 2022 el escritor Carlos Fajardo Fajardo publicó su libro de ensayos La sal en la taza de café. Notas sobre creación y escritura, obra que llegó bajo el sello de Sílaba Editores.
Se despliega en estas páginas una percepción de la poesía y el poetizar cuyas matrices románticas se evidencian en su intensa conversación con un flujo de voces desde san Juan de la Cruz, Hölderlin o Rimbaud… hasta Breton, Artaud o Pizarnik. Ascesis en tanto gimnasia del espíritu para habitar una dimensión más compleja del Ser. Habitar andariego, inquisitivo, flânerie existencial sobre una cuerda tensada entre la reflexión y la intuición. Espejeos de una mirada panóptica sobre la fugitiva realidad.
Estamos ante una apasionada defensa del lugar de la poesía frente a la pérdida de lo humano, la ardua excavación de una trinchera en medio de la creciente zombificación del mundo. Seriedad y peligro del juego de la creación, nostalgia de plenitud, rebelión y revelación, ebriedad y control, agonismo epifánico y tragicidad, se me antojan los puntos de fuga que delinean un mapa contradictorio del desasosiego y la esperanza.
Todo parece indicar que el único territorio que nos queda para pensar con Nietzsche una existencia libre y creadora es el Arte, el ámbito estético, que de este modo se convierte en el lugar de la imaginación utópica. En estos fragmentos Fajardo Fajardo profesa este mito tan caro a nuestra contemporaneidad. Ciertamente, una cosa es el territorio estético moderno y otra el territorio estético postmoderno en el sentido doble de ámbitos de construcción de mundos de la vida y elaboración de obras de arte. Fajardo se mueve fronterizo entre ambos momentos de interferencia o “cortocircuitos”. En todo caso, el lector se halla ante un sugestivo horizonte humanista.
Se trata de arriesgarlo todo en esta brega escritural, en este rito vital donde la palabra se llena de sentido y sonido, de comunicación y fundación incluso de fiesta… El poeta es el amenazado, el exiliado de lo positivo; el que vive en lo fragmentado y palpa los miedos y escarba en esos quebrantos que son nuestros espejos…. Señala Fajardo al inicio y al cierre del ensayo. El furor de su escritura –y del pensar la escritura– parte del saberse habitante de lo desconocido: del desconocimiento íntimo y de lo otro fuera de sí, ambiguo aspecto de lo mismo. Nos encontramos, pues, ante un imperativo-raíz de existencia, ante una pulsión defensiva del animal humano. Tanto más exigente esta pulsión cuando el guion se ha extraviado y las aves se han comido todas las migas dejadas en el camino para encontrarlo. Este pathos funda los textos de Fajardo. La imagen de la muerte espolea su mirada: aquí se avecinan y hacen guiños Heidegger y Gaitán Durán. Sin embargo, entre el esplendor y la catástrofe de lo efímero, entre la muerte de Dios y la muerte definitiva del sujeto, en medio de la racionalidad light tecno-consumista, se alza la posibilidad de una racionalidad poética. Acaso la última tabla de flotación del naufragio.
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