6 de junio de 2015. Por: Nahum Montt.
En El Espectador.
Tríptico de la infamia es la punta del iceberg de una obra fascinante. Una obra llena de perplejidades y asombros que exploran la memoria y el exilio a través de la poesía, el cuento, la novela y el ensayo.
Son muchos los caminos que tiene ante sí el novelista que se arriesga a narrar eventos históricos. Uno es ceñirse a ellos y convertir la escritura en una indagación arqueológica de algunas verdades añejadas por el tiempo. Contar el pasado tal como dicen que ocurrió, pues hacerlo de otra forma es traicionarlo. Otro camino es tomar la historia como punto de partida. Asumir el pasado como un pretexto que puede ser reinventado a través de la imaginación y los recursos propios del lenguaje literario.
En el caso de Pablo Montoya, los géneros literarios han sido exploraciones creativas para recrear el pasado y dotar de humanidad a unos personajes que se acartonaban en los libros de historia. Hace poco, en la mesa de la Filbo 2015 titulada “Cuando la historia se vuelve novela”, Montoya hacía énfasis en este aspecto: en la posibilidad que brinda la literatura de dotar de vida y traer a la actualidad unos hechos que se pierden entre las frías estadísticas y las interpretaciones sociológicas.
Dice el Ovidio de Pablo Montoya en Lejos de Roma: “Antes escribía con jactancia (…) Ahora lo hago con escepticismo, con la certeza de que nadie me leerá. Ahora es cuando verdaderamente escribo, cuando puedo decir que con la escritura llego a mí mismo (…). Ahora sé que la poesía es la palabra del desplazado, la del desarraigo y la del marginal. Y sé que es en la total renuncia donde es posible tocar el secreto del poema”.
Esta imagen es clave en su obra. “El exilio -afirma su Ovidio- oscurece, pero al mismo tiempo ilumina. Aplasta, pero nos torna irónicos o sabiamente rencorosos en la derrota. Es una luz que ayuda a ver la profundidad de la herida en los flancos de nuestra ánima”.
Pablo Montoya pertenece al tipo de exiliado que tuvo que aprender una nueva lengua, el francés, y en su caso, este aprendizaje supuso un viaje intelectual y afectivo a la cultura francesa. Allí realizó estudios de maestría y doctorado en literatura latinoamericana en París (Universidad Sorbonne Nouvelle Paris 3). Y su estadía en Francia fue una forma dolorosa de acercarse al conocimiento de sí mismo y de su lugar en el mundo. La literatura fue el camino para conjurar la inevitable sensación de pérdida que dejan las ausencias.
La angustia, la desesperación que siente el Sabio Caldas al ser condenado a muerte, le sirvió de punto de partida para expresar el horror de la violencia y la belleza entrañable de la naturaleza: “¿Cómo desmitificar la naturaleza americana? -Se pregunta el narrador de Los derrotados– ¿Cómo despojarla del boato del sustantivo, de la retórica del adjetivo, de la solemnidad del adverbio? ¿Cómo quitarle su permanente toque de realidad idealizada para que por fin deje de ser la hija mimada de la poesía?”.
Y será en Tríptico de la infamia donde resuelva con audacia estos interrogantes. Lo hace a partir de los puntos de vista de tres pintores europeos: Jacques Le Moyne, François Dubois y Théodore de Bry, a través de los cuales narra las heridas fundacionales que viajan de Europa hasta América en el siglo XVI. “Le Moyne hizo un compendio de su imaginación. Estableció un puente que unía, a su modo, la reluciente vigilia americana con los viejos sueños europeos”.
Dubois, exiliado en Ginebra, escarba en el dolor de su memoria para pintar la masacre de San Bartolomé y pinta a su mujer, “Ysabeau, en este teatro de la crueldad. Ella está sola y sin ropa. De su vientre emerge la desnudez impúdica de mi hijo”.
De Bry, pintor del exterminio indígena en la Conquista, cuyos grabados ilustraran la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas, afirma en la novela: “La realidad siempre será más atroz y más sublime que sus diversas formas de mostrarla. Creo que todo intento de reproducir lo pasado está de antemano condenado al fracaso, porque sólo nos encargamos de plasmar vestigios, de iluminar sombras, de armar pedazos de vidas y muertes que ya fueron y cuya esencia es inasible (…) ¿Bastan diecisiete grabados para redimir la infamia que la violencia provoca?”.
Montoya y una obra de Dubois
Le massacre de la Saint-Barthélemy, de Francois Dubois, se menciona en un fragmento de Tríptico de la infamia: “El espacio se va llenando de soldados y armas. ¿Cuántos son? No lo sé. Debería pintar a los asesinos, pero no cabrían en esta arena en donde debe formarse una coreografía de la abominación. ¿Cuáles son sus armas? Picas, alabardas, arcabuces, puñales, pistolas, garrotes, espadas. Las bocas que insultan y desprecian antes de que las manos ultimen. Pero las mías tiemblan. Siento cansancio y ni siquiera me he ocupado del río y de los cuerpos que caen en sus aguas. ¿Cuándo debo hacerlo? Tampoco lo sé. Me sobreviene una nueva fatiga y quiero parar de pintar y decirles a ellos, a esa multitud de espectros que todavía no son imágenes, que soy un cobarde, un miserable que no ha logrado trascender los colores y las formas, y que, anclado en la impotencia, solo quiere morirse y nada más”.