27 de junio del 2017. Por: WMagazine.
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La autora de ‘Joaquina Centeno’ novela uno de los 60.000 casos de desaparecidos políticos en su país. Una travesía por el duelo inconcluso de una madre y de la Colombia de los últimos 30 años en el momento del proceso de paz.
Soy Marbel Sandoval Ordóñez nací en Bogotá, una ciudad resguardada por sus cerros que se desprenden de la cordillera oriental, y que siempre he sentido como los amigos que han cuidado y vigilado mis miles de horas dedicadas a la lectura y a la escritura, primero como periodista y luego como novelista. Sin ninguna guía, tengo el recuerdo de una niña que no dejó un solo papel, libro, fotonovela, cuento, novela o letrero que cayera en sus manos sin leer; y de una adolescente que decide ser escritora y llega a la escritura por el camino del periodismo. Escribo porque de no hacerlo, moriría. Mis primeras novelas, las de la trilogía ‘Contra el olvido’, se alimentaron en los dolores que se quedaron en mí al cubrir desde muy joven en las redacciones de los periódicos la barbarie inmisericorde en que nos hemos sumergido los colombianos, pero tengo otras más cercanas, más intimistas, más universales porque, y esto también es definitivo, escribir es una manera de viajar a mí misma”.
Y esta vez Marbel Sandoval Ordóñez (1959) ha hecho una triple travesía en la novela Joaquina Centeno (Sílaba): por la vida de su protagonista, una mujer que busca a su hijo desaparecido desde hace 30 años; por la historia de Colombia, de las últimas tres décadas, reflejada en el viacrucis de esa madre; y por su carrera como periodista porque la historia de Joaquina entró en su vida hacia 1986 y reapareció en 2011. Es un viaje al duelo incompleto de una madre, al dolor interminable de un país y a la esperanza de una periodista y escritora que cree en la verdadera reconciliación de sus compatriotas para desterrar de Colombia una frase y corazón de la novela: “La vida se termina, de un día para otro, aunque uno siga vivo”.
Envuelta en la luz ambarina que llena el salón de su casa madrileña, como consecuencia de los toldos a rayas amarillas y beige de las ventanas, Sandoval Ordóñez habla en el sofá de esta segunda parte de su trilogía Conjuro contra el olvido, los otros títulos son En el brazo del río (2006) y Las brisas, de próxima publicación. Con voz pausada y ralentizada por momentos, mientras su cerebro busca la palabra precisa que exprese lo que quiere decir, la escritora empieza por explicar por qué eligió el caso de Joaquina Centeno, basado en la historia de Josefa de Joya, para novelar uno de los hechos más dramáticos que puede padecer alguien o un país: las desapariciones políticas.
“Uno como autor siempre está pensando en un tema para escribir, sin embargo, un día se encuentra que es el tema el que lo elige a uno. Mis novelas las puedo escribir en varios meses, pero su tiempo de gestación es larguísimo. La primera, ‘En el brazo del río’, la escribí 20 años después de que estuviera enfrentada al hecho que la generó. Y ‘Joaquina Centeno’ aparece en mi vida casi 30 años después de haber visto a esa madre cuando fue a la Agencia Colombiana de Noticias, Colprensa, donde yo trabajaba en Bogotá, aunque no cubría judiciales. En los años 80 las desapariciones eran un tema común. Sabía que quería escribir sobre eso, pero no sabía cómo. Hasta que en el año 2011 llega a mis manos una copia del expediente de la desaparición de lo que posteriormente se conoció como el Colectivo 82 que incluye el caso de la señora Josefa de Joya. En ese instante la recordé en Colprensa en 1986. Entonces ya estaba formada la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos y ella era una de esas madres y mujeres que reclamaban a sus hijos o parientes”.
Sandoval Ordóñez revive sus primeros años periodísticos a comienzos de los 80. Cuando vio a esta mujer, la periodista ni siquiera habló con ella. Estaba en la Unidad Investigativa con otros temas. Hasta que, 26 años después, llega a sus manos el expediente de la Corte Suprema de Justicia en el que dice que van a devolver aquel caso a la Fiscalía para que empiecen a investigar…
“Al leer aquello el golpe fue triste… Casi tres décadas después la respuesta es que vuelven al principio. La imagen de la señora De Joya me vino a la cabeza, ya entonces con el pelo blanco de estar buscando a su hijo desaparecido. Y la respuesta del Estado es que van a devolver el expediente, ¿para empezar a investigar? ¿otra vez de cero? Es ahí cuando decido escribir una novela basada en ese caso”.
Empieza a investigar más sobre el tema de desaparecidos, a la vez que bosqueja la novela con sus personajes y decide hacerlo a partir de dos voces: la de un narrador omnisciente que toma partido y que entiende el dolor de la madre, crea un arquetipo de la mujer colombiana pobre que saca a sus hijos adelante y su familia se desarrolla con la ciudad. La segunda voz es el monólogo de Claudia, otra madre que ha perdido a sus tres niños, pero en un contexto opuesto al de Joaquina en todos los sentidos, y cuyo objetivo es otro: venganza. En aquellos años, recuerda Sandoval Ordóñez, desaparecer no era un delito.
“El caso del hijo de Joaquina está unido a otras doce desapariciones, a dos de las cuales los jueces relacionan con la desaparición de los tres niños de Claudia y su marido narcotraficante. Así junto dos orillas de un mismo drama a través de las voces de sus madres unidas por la muerte y el dolor. Con ellas muestro cómo evoluciona el país. Y no quiero que ni Joaquina ni su hijo desaparecido estén involucrados en nada político, porque así ha ocurrido cientos de veces. La violencia aquí es cíclica. Cuando recibí el expediente en 2011 son los años posteriores a los llamados Falsos positivos, cuando el Ejército desaparecía a gente inocente y luego los hacía aparecer muertos como guerrilleros”.
El tiempo real de la novela son seis horas, una típica mañana de Bogotá donde se pueden vivir en un lapso corto las cuatro estaciones. El tiempo que tarda Joaquina desde que se levanta hasta que recibe la noticia de la Corte y vuelve a su casa. En ese trayecto el lector conoce su historia y retazos de la de Colombia. Seis horas que sirven para acompañar a aquella mujer en una de las travesías más hondas: la del duelo frustrado de no saber qué ha pasado con su hijo y no poder ni siquiera visitar su tumba. Ella quiere justicia, sí, pero sobre todo, quiere saber dónde está Joel, su hijo.
“La travesía de Joaquina es supremamente dolorosa. Es lo que han vivido hermanas, esposas, tías, abuelas o hijas que se han pasado la vida sin ninguna esperanza de redención, distinta a saber que han luchado por un derecho y solo han obtenido pequeñas cosas. En 1986 eran tres mil los desaparecidos en Colombia, hoy son más de 60.000. Y para los familiares poder realizar el duelo completo es fundamental. Es común en todas las culturas enterrar a sus muertos. Es una de las primeras cosas que hacen los homínidos tras el descubrimiento de la muerte, de la finitud. En la pasada Feria del Libro de Bogotá hablé con uno de los hijos de Josefa de Joya y me dijo que su madre tenía ya 87 años, y que hace dos o tres no sale de su casa. Incluso contó que, a veces, se despierta y pregunta por su hijo desaparecido. Y así será hasta que muera…”.
Ese dolor y esa zozobra es trasladada en la novela en un lenguaje sereno que va metiendo al lector en su atmósfera de aparente sin salida, hasta que hacia el final, Sandoval Ordóñez crea un personaje que representa un relevo de esperanza y reconciliación.
“Son las personas que van asumiendo el tratar de mirar y construir un país distinto, una manera diferente de relacionarnos. Lamentablemente aquí las violencias dan la vuelta todo el tiempo, como en un bucle de barbarie cada vez mayor. El análisis que hago ahora de la sociedad colombiana, por encima de lo ideológico, porque si nos devolvemos al siglo XX hay que hablar de la guerra de la violencia surgida del bipartidismo, y después la guerra contra la guerrilla o el narcotráfico, es que por encima de todo en este momento lo que hay es odio. Odio, odio, así de sencillo, sin más nombres. Odio, odio, de los unos por los otros”.
…¿Por qué? ¿Ese odio ha aflorado ahora o viene de antes en un país que ha encadenado guerras de todo tipo desde su independencia?
“Ha sido el resultado de estar inmersos en tanta barbarie. Porque no ha habido un esfuerzo de fondo para que haya equidad real en el país. Creo que ese odio ha aflorado ahora… En ese sentimiento, además, tiene mucho que ver la guerrilla, con la manera demencial como se corrompió, y por el tema del paramilitarismo alimentado por los poderes económicos para usufructo del poder político… El odio empieza a aflorar en el gobierno de Andrés Pastrana, entre 1998 y 2002, cuando él intenta hacer el proceso de paz y las FARC lo que hacen es aprovechar para rearmarse, aumentar el número de frentes en el país, secuestrar y demás. Ahí empieza a surgir odio. ¿Por qué gana Álvaro Uribe? Porque dice al país: yo esto lo paro. ¿Qué hay de malo en esto? Que Álvaro Uribe lo que hace es un discurso de odio; desde el odio que él tiene porque es un hombre que también tiene un duelo que no ha podido cerrar y no ha podido perdonar: a él le mataron a su papá; él no ha podido pasar de ahí. Cuando ese odio es privado y particular y único no pasa nada, pero cuando eso se convierte en que yo tengo el poder y se lo puedo transmitir a todo el mundo pues pasa lo que está pasando…”.
Esa es la diferencia con el duelo de Joaquina Centeno. La protagonista de una obra que llega a la literatura en el año del proceso de paz de Colombia con la guerrilla, después de más de medio siglo de conflictos armados. Este mismo martes 27 de junio siete mil combatientes de las FARC terminan la entrega de sus armas y empiezan su reincorporación a la sociedad.
Y esa realidad tan real de un presidente que mete cizaña a su pueblo es la cara B de la realidad novelada de Josefa de Joya, escrita por una periodista que ha vivido la espiral de su país desde dentro. De una lectora precoz que le cuesta decantarse por autores preferidos o que la han influido. ¿Y permanecido a lo largo de su vida? Guarda silencio unos segundos. “Los rusos”, afirma. Máximo Gorki, por ejemplo, y su novela La madre la impresionó mucho cuando la leyó hacia los 14 años, luego ha reevaluado todo, claro. También están las Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes, que leyó antes. Ya de adulta, y entrada en el periodismo, le gustaron los autores anglosajones. Y, aunque Marbel Sandoval es de párrafos largos, le gustan los narradores capaces de escribir frases muy cortas, como Ernest Hemingway. No se olvida de Norman Mailer o Gay Talese que llegan a sus manos cuando en su vida ya están fundidos el periodismo y la literatura. Tras esta trilogía, lo que viene ahora es una obra alejada de las violencias para ir a un espacio más intimista.
De todo eso ha surgido una narrativa de fraseo largo que discurre sereno y transparente que en uno de los pasajes de Joaquina Centeno dice:
“Mientras busca a Joel ha tenido que ver un partido político exterminado porque a sus miembros los mataron uno a uno, candidatos presidenciales asesinados, defensores de derechos humanos tiroteados en sus casas, en sus oficinas, en las calles, o desaparecidos como su mismo hijo, masacres convertidas en titulares todos los días. (…)
Miles, como ella misma, que esperan que la justicia actúe; miles que nadie ve y que existen, porque es como si lo sucedido a ella, a su familia y a los otros se hubiera normalizado, que el verbo desaparecer hubiera pasado a volverse parte de la vida, de una vida en un país en el que todo pasa como si no pasara nada”.