Publicado el 29 de abril de 2023 I Por: Helena Chaffyrth I En: Diario Criterio
El pasado sábado, 22 de abril, durante la FILBo, la escritora barranquillera Luz Karime Santodomingo O. lanzó su primer libro Los hombres de K, publicado por Sílaba Editores. Este diario es una exploración intima a través del amor, el deseo y las cicatrices que se dibujan en el cuerpo a lo largo del tiempo.
Luz Karime Santodomingo nunca pensó o tan si quiera contempló la posibilidad de convertirse en escritora. Sin embargo, desde los nueve años comenzó a escribir diarios con la única intención de desahogarse y registrar los acontecimientos más importantes de su vida, y en la escritura encontró una forma de libertad. Aunque pasan los años, aún recuerda la primera libreta en forma de corazón que le regaló su mamá. Con el tiempo, contar sus experiencias en su diario se convirtió en una obsesión profunda y mágica, pues gracias a esto es que tenemos la fortuna de poder leerla en este, su primer libro, Los hombres de K.
Luz Karime pasaba horas y horas tratando de recordar situaciones que provenían del pasado, y sin importar cuanto tiempo le tomara revivir aquellas historias, su ilusión radicaba en el hecho de poder describirlas tal cual habían ocurrido. Fue precisamente un día, mientras le contaba a su psicoanalista una situación que había vivido hacía muchos años con sus padres, cuando comprendió que, una vez suceden, los recuerdos se convierten en pequeños fragmentos llenos de ficción, ya que al salir de aquella consulta buscó la anécdota contada, que justamente había anotado en su diario, y se llevó una gran sorpresa al leerla, pues aquel mismo suceso estaba escrito de una manera muy distinta a como lo recordaba.
Tal vez por eso es que en esta colección de memorias nos regala esta frase que irrumpirá posiblemente en la mente del lector una vez sea leída:
“La memoria la pienso a veces como un algodón de dulce: Sin forma e imposible de agarrar” (p. 55).
Cuando ella volvía a leer algunas de las entradas de su diario identificaba que los protagonistas de esas historias eran aquellos hombres que habían pasado por su vida y que, con su presencia, la condujeron por un largo camino, lleno de emociones.
Este libro nació por medio de dos hechos que marcaron la vida de la autora, el primero fue al leer el libro Historias reales de la artista francesa Sophie Calle. La exploración de aquellas historias cortas y al mismo tiempo contundentes, que establecen una conexión al narrar desde la intimidad, a través de las experiencias privadas, llamaron de inmediato la atención de la Luz Karime Santodomingo. Además, justo por esa época recibió un poema que le había escrito su expareja, Josef Amón-Mitrani:
“Los hombres de K: como 15, como veinte. Hablamos y sale uno, hablamos y sale otro. (¿Otro, mi amor?). Yo soy, supongo, uno de los hombres de K”.
Ese primer verso, Los hombres de K, hizo eco en su mente, y fue allí cuando se arriesgó a contar momentos de su vida desde el amor, el deseo, las ausencias y las cicatrices que dejaron los hombres que pasaron por su vida. Escribir este libro le tomó cinco años, tiempo en el que se obsesionó por contar su propia historia, a través de los lugares y objetos que le evocaban dulces y amargos recuerdos.
En ocasiones, seguimos el rumbo de la vida sin atrevernos a enfrentarnos con nuestras cicatrices, nuestros dolores y miedos más profundos. Caminamos, comemos, dormimos, nos levantamos temprano al trabajo, hacemos cualquier cosa con tal de no ahondar en nuestro interior, ignorando esas heridas que siguen latentes en nuestro cuerpo y nuestra alma y que, constantemente, nos susurran cosas al oído, perturbando nuestra mente.
Antes de leer Los hombres de K me negaba a mirar mi cuerpo desnudo frente al espejo. Tengo dos largas cicatrices, ocasionadas por dos operaciones de cadera. Desde las intervenciones me había negado a mirarlas, tocarlas y sentirlas; me propuse a ignorarlas y esquivarlas en todo momento, como si nunca hubiesen estado allí. Cuando por fin tuve este libro en mis manos me negué a empezar la lectura en el orden establecido por las páginas y me arriesgué a buscar una al azar, que me hizo encontrarme con la siguiente frase: “En muchas de mis relaciones fue común creerles las mentiras, especialmente esas que involucran a otras. Sabía que mentían, pero enfrentarlos significaba enfrentarme. La valentía volvió a mí a los 26” (p. 30).
Luego de enfrentarme a esas palabras cerré el libro, las manos me temblaban, me levanté de la cama y fui a prepararme un café; ni cinco minutos habían pasado y el libro ya me hablaba, me sacudía, me asfixiaba, me presionaba y al mismo tiempo me apuñalaba en lo más hondo de mi herida. Sabía que me había mentido a mí misma desde el día en el que decidí ignorar una parte sagrada de mi cuerpo.
Entonces, decidí leer la historia desde el inicio. Sumergirme en estas páginas me condujo a conocer la vida de K, la protagonista y autora del libro, una mujer que mira a los hombres con deseo, amor, locura, tristeza, alegría, pasión, fantasía e inocencia. Una mujer que, por medio de estos diarios, no tiene ninguna intención de reprimir o temor de ocultar lo que siente. Por el contrario, deja correr cada una de sus emociones como la corriente de un río que desemboca y transmuta en otras aguas pero que nunca para, nunca se detiene, por más fuerte que sea la corriente.
Las primeras páginas nos presentan a K cuando tiene doce años, nos conducen a su infancia, a esa ingenuidad de los primeros años. Con su prosa nos recuerda nuestro primer beso, la primera carta de amor que recibimos, la primera canción que dedicamos. El lector presencia en estas páginas el encuentro que tiene con I, el hombre que la besa por primera vez. Allí, nos enteramos cómo aquella niña, en su cuarto, había practicado ese beso frente al espejo y con sus muñecos. I y K fueron novios solo durante tres semanas.
“Los verdes: Incluso, una vez, en una fiesta, me quemó con un cigarrillo. Yo esa noche no supe quien había sido porque estaba oscuro y había mucha gente, pero al día siguiente me confesó entre risas que había sido él…Yo había tomado un gusto extraño por verme estas marcas y tener que buscar la forma de cubrirlas para que nadie las viera. Ahora reconozco que siempre me sentí culpable de estar con el novio de alguien más, y a veces creo que esos verdes los sentía como un castigo que merecía.” (p. 29).
K va creciendo ante los ojos del lector, poco a poco se vislumbra aquella mujer que va apropiándose de su cuerpo, que es fiel al amor y por ese motivo corre tras este no una, sino cientos de veces, aferrándose a las promesas de aquellos que durante largas noches la hicieron sentir amada con sus caricias, pero que también con sus mentiras y su crueldad la hicieron pasar los momentos más amargos y dolorosos de su existir.
Una vez el lector se adentre en estos diarios conocerá la vida de una mujer sensual, que explora su cuerpo por medio del erotismo, la sexualidad y la fantasía; una mujer que no le temé a mirar y a que la miren con deseo y placer; una mujer que, a través de su narrativa honesta y al mismo tiempo desgarradora, se atreve a denunciar y a reflexionar sobre las cicatrices imborrables que le dejaron tatuadas en su piel.
“La toalla azul: En el 2015, compré una toalla azul para que T la usara la primera vez que vino a visitarme a Colombia. Sin imaginarlo, y sin saberlo ellos, fue la misma toalla que usaron F, Q y Z cada vez que pasaban la noche conmigo. Siempre la misma toalla. Cuando Z se volvió a ir de mi vida, todas las burbujas de dolor que había acumulado con los años reventaron. Me sentí sin piel. Decidí usar la toalla azul para mí” (p. 104).
Los ojos grandes y color miel de Luz Karime Santodomingo atraviesan diversos lugares del mundo: Alemania, Taganga, Jaisalmer, Barranquilla, Nueva York. Y es en estas calles que decide romper sus ataduras con viejos amores, para armar y desarmar los interrogantes de su vida todas las veces que sean necesarias. A través de estos lugares, del psicoanálisis y del poder de la escritura es que esta autora se encuentra a ella misma y es por medio de estas páginas que reflexiona acerca de sus heridas y de cómo las dolorosas cicatrices no fueron las que determinaron el transcurso de su vida.
Termino de leer el libro y siento que conocer la vida de K me ha reconciliado con las dos cicatrices que yacen en mis caderas. Entonces, hago lo que para mí es como un ritual, me paro desnuda frente al espejo y las observo, nuevamente las manos me tiemblan, pero después de dos años por fin me atrevo a tocarlas, a acariciarlas. De repente, unas cuantas lágrimas corren por mis mejillas.
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