Marzo 31 de 2016. Por: Pablo Montoya.
En El Espectador.
El libro editado por Sílaba ofrece la visión del antropólogo Wade Davis, que se plantea superar el viejo marco de las reflexiones teóricas y prácticas de su oficio para analizar el cambio climático, acaso el problema más grave en toda la historia del planeta.
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Soy un lector adúltero y voraz. El paisaje torrencial de mis lecturas es, por fortuna, el de mi cotidianidad. Y uno de los motores de mi vida son esos objetos que caen, un poco desordenadamente, a mis manos para leerlos. Hace poco cayó uno y me deslumbró desde la primera hasta su última página. El libro es de Wade Davis y se llama Los guardianes de la sabiduría ancestral. Su edición en español y para Colombia, traducido magníficamente por Juan Merino y Juan Pombo, lo editó Sílaba Editores. Y no me cabe la menor duda de que esta pequeña editorial ha publicado una obra de suprema importancia.
Los guardianes de la sabiduría ancestral es uno de esos libros que son varias cosas a la vez. Una profunda y amorosa reflexión sobre el otro que también soy yo. Una correría por algunas comunidades nativas del África, Polinesia, América y Australia, atravesada de lúcidas consideraciones en las que el antropólogo se abraza con el poeta y el humanista verdaderamente translaticio. Y empleo este término porque no se trata aquí del fruto del muy respetable antropólogo de poltrona. Wade Davis, al contrario, es un consumado viajero. Y, lo aventuro, el mejor ejemplo en nuestros días del antropólogo que se plantea superar el viejo marco de las reflexiones teóricas y prácticas de su oficio para acceder, con su rotundo mensaje, a la mayor cantidad de lectores posibles. Davis entiende que atravesamos una época de gran crisis (el posconflicto planetario es, en realidad, el cambio climático), acaso la más grave en toda la historia del planeta, en la que es urgente reaccionar. Porque Los guardianes de la sabiduría ancestral es un elocuente llamado de atención. Una tremenda y conmovedora voz de alerta. Pero si es eso, es también un viaje apasionante por la historia del hombre y un canto de alabanza, inteligente y sobrio, al pensamiento primitivo.
Pero es que no hay tal pensamiento primitivo. Y eso, por fin, lo han entendido la antropología y las ciencias humanas desde hace tiempo. Aunque la civilización occidental, basada en la razón aristotélica, en la cartesiana, en la hegeliana, en la kantiana, en la de la Ilustración francesa y en la marxista, y en el modus vivendi de las monarquías, las repúblicas comunistas y capitalistas con sus arrasadoras economías, ha tratado siempre, hasta lograrlo, de hacernos creer que no sólo hay un pensamiento primitivo, sino que, además, hay que eliminarlo y civilizarlo en nombre de religiones espurias y razonamientos delirantes. El libro de Davis es fundamental porque es un poderoso alegato ante este equívoco. Y es que es una flagrante muestra de arrogancia intelectual, o de inmadurez cognitiva, o de extravío espiritual, creer que el universo se reduce a un simple dualismo de cuerpo y mente y que la razón es la única que debe triunfar. Pero, en efecto, ha triunfado. Y manifestación palmaria de este triunfo es su confort material desmesurado, su modo tecnológico de enfrentar las enfermedades y la conquista del espacio. Pero también, en nombre de ella, se ha homogeneizado hasta la simpleza y el vértigo lo que antes fue un riquísimo abanico de maneras de comprender el universo. Con la victoria del hombre capitalista, de la llamada civilización occidental, se han aniquilado otros tipos de humanidad con sus respectivas lenguas. Y, apoyado en la ciencia, desde la Revolución industrial hasta las revoluciones tecnológicas de hogaño, se ha efectuado una limpieza brutal de toda creencia y doctrina. Es ante esta altivez de la razón y la ciencia que Wade Davis nos enfrenta. Su libro nos pasea por varias comunidades ancestrales (los baquianos del mar Pacífico, la gente de la Anaconda amazónica, los guardianes de los Andes y la Sierra Nevada de Santa Marta, esos otros custodios de los bosques de Borneo, las comunidades budistas de Camboya y el Tíbet y los inuits, esos instruidos seres del hielo) que viven no confrontando la naturaleza como un obstáculo para resolver, o un recurso para ser explotado, sino considerándola como una parte viva con la que se debe interactuar.
La conclusión de estos extensos desplazamientos es tan sencilla como contundente: esas sociedades “salvajes”, que han sido sistemáticamente exterminadas por un Occidente prepotente y expoliador, y que hoy están desapareciendo ante el cambio climático, se han comportado de tal modo que naturaleza y hombre han podido vivir en armonía. Y es en esa relación en donde reside la ejemplar sabiduría de estos pueblos. Pero esa armonía ha sido herida y lo que hay ahora es un panorama desolador. Wade Davis nos lleva de la mano también por este horizonte. Un horizonte en el que el gran paradigma de este monstruoso triunfo es Estados Unidos: una nación que gasta enloquecidamente en la guerra y contamina más que todas y sin cesar la Tierra. Con todo, el libro de Davis es esperanzador. Y él lo afirma al final de su periplo: “La esperanza reside en la severidad de la crisis”. Hay cambios que posibilitarían esta ilusión. La gente, la sociedad civil, sensible y educada, que podría provocar las grandes transformaciones del futuro, está valorando por fin tales sabidurías antiquísimas. Hay países, dice Davis, como Canadá y Colombia, que marcan la pauta en la medida en que son estados-nación capaces de reconocer sus yerros pasados y señalar caminos para construir sociedades pluralistas y multiculturales. Prueba de ello serían los inmensos territorios, en ambos países, gobernados por estos guardianes de la sabiduría ancestral.
Una vez Selnich Vivas, el escritor y profesor de la Universidad de Antioquia, que está transformando el panorama académico de los estudios literarios al introducir de manera viva el imaginario de las literaturas indígenas y afrodescendientes colombianas, me dijo que era necesario escribir ya no Tristes trópicos, sino Alegres trópicos. Libros en los que el pensamiento indígena apareciera con fuerza y dinamismo. Pero no como un canto luctuoso, a la guisa del célebre libro de Lévi-Strauss, en el que se homenajea al indígena como aquel ser prístino condenado a desaparecer sin remedio. Me atrevería a creer que Los guardianes de la sabiduría ancestral es un libro como los que propone Vivas. No está imbuido para nada del melancólico mea culpa del francés. Al contrario, la voz de Wade Davis, luego de indagar en la más intensa alteridad, y de sopesar con preocupación la crisis planetaria, propone tener en cuenta comunidades humanas que, a diferencia de la nuestra, no han consumido en los últimos siglos la antigua luz solar del mundo, ni han lanzado al planeta a una economía suicida de producción, ni han violado con agresividad los sistemas biológicos que sostienen nuestra frágil existencia. Es urgente dialogar con las comunidades ancestrales, nos dice Davis, porque ellas representan la dignísima y sabia vitalidad.