10 de enero de 2015. Por: Óscar Jairo González Hernández.
En El Mundo.
La escritora antioqueña Estefanía Uribe Wolff habló de su literatura, a propósito de la acogida que ha tenido su libro Aún no era grande.
-¿En qué momento, decisivo sin duda, determinó que ya con los cuentos que tenía reunidos podía publicar Aún no era grande?
“Todos los momentos son decisivos en tanto la vida es siempre importante. Supongo que, como cualquiera que publica, lo hace en principio para que lo lean; incluso Kafka, quien nunca quiso publicar, escribía con la intención de que lo leyeran. Creo que de no haber sido así, hubiera quemado sus escritos después de haberlos dejado listos y pulidos, no sé”.
-En su libro se da una constante inclinación obsesiva y evidente por el “yo”, ¿por qué, cómo se dio a esa tarea de excavar en sí misma qué hay en sus cuentos?
“No excavo sobre mí porque no estoy enterrada ni tengo nada encima (ni siquiera metafóricamente), así en el último título diga que esté llena de piquetes (huequitos). Ni hay obsesión por el yo, no al menos de manera distinta a la de cualquier ser humano. Lo que pasa es que, a excepción de uno de los relatos, Silvana, todos están narrados en primera persona, y eso es todo. Además, si es obsesiva, como le parece a usted, ¿cómo puede ser consciente?”.
-En los cuentos que forman el libro se encuentra el lector con la mujer, y para relevarlo, quizá, titula parte de los mismos: Justina, Silvana, Estefanía. ¿Por qué y cuál es el carácter de su intencionalidad con la mujer?
“Ha de ser porque soy mujer, porque me llamo Estefanía, porque no tenía tocayas, porque quería que hubiera un personaje que se llamara Silvana y que silbara para que existiera esa coincidencia”.
-En tres de sus cuentos de este libro: Pastillitas, Hechizos y Unos cuantos piquetitos, se trata la vida de la artista mexicana Frida Kahlo, ¿por qué esa relación, qué busca en ella, en esa dimensión estética y sensitiva?
“Alguna vez leí en Twitter algo que responde exactamente a esta pregunta: No sufran. Ya Jesucristo lo hizo por todos nosotros y lo que le faltó se lo dejó a Frida Kahlo. Algo así”.
-¿Qué es para usted escribir y por qué escribe?, ¿es la escritura una forma de liberación o condenación, y hacia qué sentido nuevo tiende al concebirla de una u otra manera, o de las dos?
“Un oficio que, como cualquiera, tiene cosas buenas y malas”.
-¿Podría indicarnos cuál es y dónde radica su técnica para escribir, cómo escribe y en qué forma deviene en usted y se presenta la escritura?
“En esto siempre he sido autodidacta. Lo hago desde los 13 años y cada autor que leo influye en mí, bien sea para evitar a toda costa lo que hace o bien para aprenderle. Para escribir sólo basta con que yo quiera hacerlo. Realmente es indistinto si estoy en un lugar o en otro, si llueve o hace calor y sólo creo en las musas de la mitología en la era de la mitología, cuando no era mitología, y en las que invoca Dante antes de empezar con la Comedia”.
-Hay en su libro una presencia esencial sobre la pregunta por la sexualidad, que usted incrusta como parte de un elemento nodal e hilo conductor de sus cuentos, ¿por qué?
“Claro, también en los cuentos de Perrault y en las películas de las princesas de Disney. Supongo que porque todo sujeto es un ser con pulsiones; ningún psicoanalista serio me dejará mentir, ni siquiera Jung, el fascista esotérico”.
-¿En su formación (en movimiento) como escritora, podría indicarnos cuál escritor la ha formado, la ha movido a escribir y por qué?, considerando que usted en Prole-Proyecto Lengua Española, se interroga su condición de si es escritora o no.
“Decía Aristóteles, sólo para aclarar, que el ser sólo se determina cuando deja de ser, es decir, no puede ser antes porque está siendo constantemente (en movimiento). Le contaba que en esto he sido autodidacta, y si bien hay muchos escritores que me gustan, no me declaro alumna de nadie”.
-¿Cómo y en qué medida inciden o no en su escritura, su interés por la palabra y el lenguaje, y qué son para usted -vaciadas en su escritura- la palabra y el lenguaje?
“El español es mi herramienta y la palabra es la molécula del lenguaje escrito. Creo que en esa medida, y por respeto a mí y a mis lectores, debo tener un conocimiento adecuado de él y utilizarlo como es debido”.
La autora
Estefanía Uribe Wolff nació en Medellín. Es apasionada por el español y escribe sobre ortografía. Fue colaboradora de Palabra & Obra en EL MUNDO. Tuvo una columna en El Tiempo en la que hablaba de ortografía y gramática. Es columnista en Prole-Proyecto Lengua Española, un espacio que busca brindar aproximación al idioma y su gramática de manera sarcástica y didáctica.
El Coqueo
Y si creen que el amor no existe y así van diciendo que es una reacción química en el cerebro, ¿por qué, después de tantos años, llegué a esa cantina y lo reconocí? Ya Justina me lo había dicho cuando era niña. Al Coqueo lo habían vuelto un trapo para limpiar regueros de borrachos: vómito, aguardiente del que se derrama cuando se está sirviendo, regueros de gaseosa y hasta orines.
Pero el olfato, ese instinto primitivo, los olores y el recuerdo de ellos quedaron plasmados en el cerebro, quizá donde se generan las reacciones químicas que producen el amor. Yo no recordaba en qué cantina se había perdido esa cobija con la que me chupaba el dedito gordo de la mano izquierda, rechazando la leche materna y el tetero. Odiaba la leche como odio los frijoles, y creo que, como a los frijoles, odio aún la leche porque me recuerda a mi mamá. Los frijoles, de solo verlos, me producen náuseas porque, comiéndolos, supe que mi abuela tenía cáncer, y ese “tiene un cáncer de este tamaño en el páncreas y no va a durar ni dos semanas” se lo oí a la señora que me intentaba amamantar, sin éxito, cuando era bebé.
Todo el amor que yo pudiera sentir en la vida, en ese brevísimo lapso que llevaba yo habitando el mundo, se reducía a mi abuela Lucinés y a mi cobija rosada en forma de conejo. Nada más él y ella eran capaces de darme sosiego y parar mi llanto. Aprendí a hablar cuando tenía nueve meses, y no por precoz -o tal vez- pero creo que se debía a que siempre me hablaban como si yo fuera adulta, sin concesiones, sin condescendencia estúpida. Y mi primera palabra fue esa, Coqueo, no “ma” ni “pa” ni “abuela”. Después aprendí a decir “clor” por flor y “guau” por perro. Y así, hasta que logré elaborar una frase muy compleja que en vez de estirar los brazos consistía en esto: “abuelita, ¿la cargo yo?”, para pedirle que me cargara.
Por eso cuando supe que se iba a morir fui y vomité eso que estaba comiendo, los frijoles. En Antioquia dicen frisoles o fríjoles, pero en México dicen frijoles y a estas alturas estoy más de ese lado que de Antioquia. Luego me convertiría en una obsesiva de las palabras, de las letras, de la manera de juntarlas y conjugar los verbos, de sus significados y de quienes trabajan con ellas, despreciando con las entrañas a los periodistas, que las maltratan y que se creen escritores y no sé qué más. Tanto como a la leche, la de vaca, la de cabra, la materna.
Fragmento del cuento El Coqueo, de Estefanía Uribe Wolff, que hace parte del libro Aún no era grande.
Pastillitas
Hola, soy Azulita. ¿Azulita? Sisas, pero también me dicen Stela, que es el apócope de mi nombre. ¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? Hago que la gente que está enferma salga de sus casas, me introduzco en las personas por la vía oral y de alguna manera logran bañarse y volver a salir. Actúo con Zolo. ¿Y ese quién es? Es su apócope.
Muy triste, en todo caso, especialmente para ella, haberse dado cuenta de que necesitaba ayuda. Ya en enero andaba así. Había logrado dejar todo, sumergiéndose en el alcohol, pero un día, una vez que ya no aguantaba más, llamó a la otra, la de piel blanca, blanca, blanca. El pelo también. Parece que a ratos se lo toman el uno a la otra, pero la otra lo tiene negro, negro, negro.
¡Qué policromías tan feas! Azul, blanco y negro. Se me asemejan a un conjunto de juventudes fascistas del Mediterráneo. ¿Cuáles andaban de blanco? La verdad es que no me acuerdo, pero eso no importa. Puede que fueran las de Hitler, hombre que amó la paz como ningún otro, lo dijo en un discurso. No, esas, creo, eran pardas, y en este intento de cuento pardo no hay nada, salvo el apellido del candidato por el que votó para la Presidencia de Colombia hace dos años. ¡Pero fue por el rojo! Pues claro, pero se apellidaba del otro color.
Dos de mí y al pelo. Y otros dos de Zolo, más que parece una bala, esa que la mantiene con vida, Ciclo. ¿Qué ciclo? Dijeron que era como de ciencia ficción, así sean médicos, así sean científicos, dicen que son cosas como de ciencia ficción, pero esta otra, que a eso se debería dedicar, a aprender a ficcionar, toma pastillas así, de ciencia ficción, pero no sabe cómo hacer un cuento.
Bonito fuera eso: tomar pastillas de ciencia ficción, futuristas, y así, de la nada más afecta el sistema inmunológico quitándole unas cuantas defensas y evitando que una presa muy grande, la más grande del cuerpo, la rechace”.
Fragmento del cuento Pastillitas, de Estefanía Uribe Wolff, que hace parte del libro Aún no era grande.