La Grieta: la historia de amistad y guerra entre Ramón Isaza y Manuel Buitrago

La Grieta: la historia de amistad y guerra entre Ramón Isaza y Manuel Buitrago

08 de septiembre | Por: Redacción Colombia +20 | En: El Espectador

En una oficina del centro de Medellín, el periodista Juan Camilo Gallego fue testigo del fin de una guerra. Recuerda que cuando Ramón Isaza, el viejo jefe paramilitar, y Manuel Buitrago, padre de los fundadores del frente Carlos Alirio Buitrago del ELN, se estrecharon la mano y se dieron un abrazo, supo que la ausencia y el dolor de una amistad rota habían desaparecido. Entendió que la reconciliación también puede nacer después de 37 años de guerra, entre dos amigos que no se reconocen físicamente por las marcas del tiempo, pero que basta una mirada para recordar la historia que los convirtió en víctimas y guerreros.

Con las despedidas, las ausencias, el amor y la reconciliación en la cabeza, Gallego escribió “La Grieta”, su próximo libro que lanzará el martes 10 de septiembre en la Fiesta del Libro de Medellín, en conversación con Jesús Abad Colorado.

Su cuarta obra, luego de Fin de semana negro (Sílaba editores, 2019), Aquitania. Siempre se vuelve al primer amor (Sílaba, 2016) y Con el miedo esculpido en la piel (2012), narra la historia de los sentimientos de dos familias tras una masacre el 17 de septiembre de 1982 que marcó el inicio de una guerra al lado de un totumo.

“Si bien el libro tiene a Ramón Isaza y a Manuel Buitrago como personajes centrales, en últimas, los personajes principales son las familias. Los hijos, los nietos, las viudas, los huérfanos y hacia allá es donde a mí me interesa mirar. Cómo la guerra transforma y afecta también a estas familias que se han dedicado a la guerra”, dijo Gallego, quien en entrevista con Colombia+20 reveló detalles sobre su nuevo libro.

Muchas veces se ha contado la historia del conflicto, de la formación de guerrillas, de los grupos armados y demás, pero ¿Cómo empezar a contar el origen de la ruptura de una amistad entre familias?

Todo arranca por un momento en febrero del año 2020. Cuando, después de hablar un buen tiempo con Manuel Buitrago, él me dice que antes de morirse quería encontrarse de nuevo con Ramón, escucharle y preguntarle por qué se había encargado de matarle parte de la familia, sabiendo que eran tan buenos amigos.

Y en ese momento, yo estaba trabajando solamente la historia de la familia Buitrago y cómo a partir de ahí se da la conformación del Frente Carlos Alirio Buitrago. Ese Frente lleva el nombre de dos hijos de Manuel asesinados por Ramón, que son Carlos y Alirio, y muchas veces se ha pensado que es una sola persona.

Entonces, en ese momento, cuando Manuel me dice que quiere verse con Ramón, gesto ese encuentro entre los dos y me quedo pensando en que este libro, La Grieta, no puede ser solamente la historia de la familia Buitrago, sino que tiene que ser también la historia de la familia Isaza.

¿Por qué acercarse a esta historia desde la intimidad familiar? ¿Cómo fue ese camino?

En mí han influido varios autores, como la profesora Patricia Nieto y las novelas de Svetlana Alexievich. Me interesa mucho que ella aborda la historia de los sentimientos, y eso es lo que intento hacer. A mí no me interesa el relato de la bomba, del combate, porque para mí eso no tiene importancia. A mí me importa muchísimo más lo que pasa con las familias, lo que pasa por los afectos, los amores, las despedidas. Inicialmente me acerqué a la familia de Manuel Buitrago cuando publiqué mi segundo libro, que es Aquitania siempre se vuelve el primer amor. Y a partir de ahí empecé a acercarme a la familia de Manuel Buitrago. Él tiene diez hijos, siete metidos en la guerra que ya murieron y tres que sobreviven. Es una familia muy afectada por la guerra. Entonces pude hablar con las viudas, con los nietos, y los hijos en este caso.

¿Cómo decidiste que era momento de contar el otro lado de la historia?

Cuando se da el encuentro con Ramón Izasa me pasa algo muy fuerte. Todos sabemos que conformó un grupo paramilitar y que tuvo más de mil personas a cargo. Pero cuando empiezo a hablar con él, me encuentro con que había otro tipo de cosas en su vida que no van a borrar para nada el daño que él ha hecho, pero me hicieron ver también ese ser humano que hay ahí. La relación que él tiene con la familia, con los nietos, con los hijos. Eso me hizo pensar mucho en que valdría la pena ponerse a mirar hacia otro lado. Con el acuerdo de paz hubo un relato que decía que los excombatientes de las FARC cuando estaban dejando las armas no eran personas, sino que eran monstruos. Y se impuso un relato de monstruos, no solamente con ellos, sino con quienes han hecho mucho daño o quienes han sido guerreros. Y si bien ellos han hecho cosas que son imposibles de defender, pues en últimas también el libro intenta humanizar un poco a esas personas. Yo sé que eso va a ser también incluso polémico para algunas personas, el hecho de que yo mire también con otros ojos a esas personas que han hecho parte de la guerra.

Pero en últimas creo que es un asunto necesario porque estamos hablando de dos bandos distintos. Yo me paro en la mitad de los dos para que nos detengamos a comprender qué es lo que ha pasado con estas personas y por qué terminaron haciendo la guerra.

En esta historia hay un montón de hijos de guerreros. En la familia de Ramón Isaza todos los hijos prestaron servicio militar y veían en el papá el ejemplo a seguir. Cuando hablé con los nietos de Ramón resulta que todos querían hacer exactamente lo mismo. Sin embargo, empiezo a enterarme de otros asuntos como que esos hijos perdieron a sus papás y pienso en lo que es para un hijo no crecer con su papá, lo que es para las viudas responsabilizarse de una familia y vivir si el que era el amor de su vida. Lo mismo sucede en la familia de Manuel Buitrago, una más afectada por el conflicto porque toda la familia se volcó a la guerra. Entonces esa cantidad de hijos sin papás, que viven con miedo al estigma por el apellido que los termina marcando y ubicando en un lugar. Pero en todo esto hay algo que para mí terminó siendo un acto de resistencia. Una nieta de Ramón Isaza dice que nunca le ha gustado la guerra y prefiere quedarse criando marranos con los hijos y el esposo porque sabe que así nunca le va a pasar nada. Y de alguna manera es un acto de resistencia frente al abuelo.

En el libro hay un elemento que sobresale en toda la historia y es un árbol de totumo. ¿Qué significa este concepto en la historia y por qué es tan importante para la narración?

En los años 60, Manuel Buitrago era un campesino de San Luis y se fue a colonizar, a tumbar montes. Terminó en un lugar que hoy pertenece a Puerto Nare y sembró un totumo al lado de la casa. Esa cara era el sitio de reunión de toda la vereda y allá iba Ramón Isaza con la guitarra a tomar aguardiente con la familia de Manuel, eran muy buenos amigos. Ramón era un colono que había prestado servicio militar, se había casado, tenía su primera hija y bajó a Argelia. Llegó a una orilla de una vereda que se llama La Estrella, a un lado de Río Claro, y Manuel vivía al otro lado del río en una vereda que se llama Santa Rita. Eran dos campesinos que siempre se juntaban a beber, conversar y parrandear.

La razón de este conflicto es un sacerdote que se llamaba Bernardo López Arroyave que hacía parte de la Teología de la Liberación. Era un sacerdote muy cercano al ELN y a Ramón Isaza le ordenaron matar al sacerdote. Pero Ramón, además de ser muy católico, dijo “carne de ese animal, no como”, entonces le ordenaron matar a los más cercanos al padre y era la familia de Manuel Buitrago, uno de sus mejores amigos. Cuando va a matar a Manuel, no lo encuentra, pero encuentra a sus hijos y otras dos personas de la familia. Ahí matan a cinco personas, pero si en ese momento hubieran más, los matan a todos. Los llevaron más o menos a 30 metros de la casa, donde estaba el totumo al lado de un arroyo, y ahí es donde matan a todas las personas. Por eso para mí el totumo es una especie de personaje porque en ese momento de vida, el totumo fue el único que escuchó, que sintió, que vio lo que sucedió esa noche.

¿Cómo fue el trabajo para construir todo el relato?

Mi trabajo siempre es un periodismo de largo alcance. Es un aliento que me toma varios años. La Grieta es una historia que empecé a hacer la reportería en el año 2017. Inicialmente con Manuel Buitrago, con quien empecé a tener confianza. Hasta que se dio el encuentro con Ramón, me acercó a él, a un par de hijos y a varios nietos. Pero fue más difícil reportear la historia de la familia de Ramón porque ellos se cuidan por lo que han tenido que ver con la justicia y la desmovilización.

Incluso fue difícil con el mismo Ramón porque para él es mucho más fácil recordar cuando voló a los Llanos del Yarí para cuidar Tranquilandia y los laboratorios de coca de Pablo Escobar que hablar de sus propios sentimientos.

En esto recuerdo lo que dice el padre Francisco de Roux y es que cuando estaba en la Comisión de la Verdad, tenía una pregunta de por qué nace una guerra. Y el padre de Roux dice en el prólogo que una guerra nace porque sí. Es decir, por las razones más increíbles del mundo. En este caso fue incluso por una falta de diálogo. Al final, cuando ellos se encuentran, Manuel le pregunta “¿por qué no me dijiste lo que estaba pasando con mi familia?”.

¿Cómo fue ese reencuentro entre Ramón y Manuel? ¿Se lograron hacer las preguntas que querían? ¿Se lograron responder también?

Eso fue lo más tenso. Nos encontramos en el centro de Medellín, en la oficina de la ARN. Manuel fue con dos hijos. Ramón fue solamente acompañado por un psicólogo que lo acompañaba en el proceso de reincorporación. En principio la conversación fluyó todo el tiempo alrededor de las parrandas que ellos tenían, incluso de la panela que producía Manuel y que Ramón muchas veces le compraba. Pero al final, Manuel le dijo que quería hacerle una pregunta. Quería saber qué fue lo que sucedió. En últimas Ramón justificó un poco su accionar, pero termina pidiéndole perdón a la familia de Manuel. Y Manuel también le pide perdón a Ramón por los daños que le haya ocasionado en la guerra. Hubo un estrechón de manos, un abrazo y eso termina siendo tal vez de lo más significativo del libro. Dos grandes amigos que se convierten en grandes enemigos y después de 37 años que los reuní se reconcilian. Ese es el momento en el cual la guerra entre los dos termina.

¿Cuál fue el momento más relevante para ti en todo este proceso?

Para mí lo más impactante, incluso para la escritura, fue el totumo. Llevaba varios años reporteando, pero no encontraba la imagen que necesitaba hasta que fui al totumo y esa misma noche al regresar a mi casa es que empecé a escribir. Un día fui con unas sobrinas de Manuel, ellas perdieron también ahí a varios familiares en esa guerra. Y esas sobrinas lo primero que hicieron fue llegar a ese lugar y abrazar el totumo. Ahí me di cuenta que era demasiado importante para la familia. Para mí, ese fue el momento más importante en la historia, encontrarme con el totumo.

Lea aquí la primera escena de La Grieta:

Del totumo dicen que lo vio todo, que escuchó cada tiro, que vio cada cuerpo desfallecer, que vio la sangre, que olió la pólvora y el miedo de quienes disparaban y de quienes no entendían por qué estaban muriendo.

Algunas razones tendrán los que dicen que en las tardes y en las noches del totumo surgen gritos y cantos y caballos al galope, a pesar de que no hay más casas ni personas por donde se mire.

Un día, el hombre que vive cerca se despertó a medianoche, nervioso, apocado por la soledad, abrumado por muchas voces inteligibles. Tomó su escopeta y disparó hacia donde nacían los murmullos, en dirección al totumo. ¡Pummmmmmm!

Este totumo lo vio todo. Fue testigo del bosque que dio paso a pastizales para ganado, testigo de la casa de madera que Manuel Buitrago construyó para su familia, testigo de los niños que aquí nacieron y aquí crecieron, testigo de los partidos de fútbol de la vereda, testigo de los juegos en el arroyo.

Este totumo lo vio todo, insisto, fue testigo de las fiestas con guitarra que amenizaba Ramón, el propio Ramón Isaza, el mismo viejo paramilitar que el día de las muertes, el 17 de septiembre de 1982, tenía cubierta la cara y venía decidido a matar a Manuel, uno de sus mejores amigos, pero no lo encontró, y entonces ordenó disparar, cumplir con un trabajo incompleto.

El totumo le escuchó su voz ronca, el totumo lo vio dirigir a otros hombres, el totumo tuvo a sus pies los cuerpos de Carlos y de Alirio, de Fabián, de Gildardo, de Marcos. El totumo conoció sus cuerpos vivos, el totumo presenció sus muertes. Por eso, dicen algunos, el totumo es un símbolo.

El totumo, ese que ahora veo al lado de un arroyo disminuido, al lado de potreros y montañas sin árboles, cerca de una casa de madera, sabe qué pasó aquí, pero lo único que puedo hacer al mirarlo es lanzarle preguntas, imaginar, retroceder 40 años y saber que aquí, bajo su sombra, al lado de su tronco viejo y vigoroso, nació una guerra.

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