11 de Julio de 2013. Por: Mónica Quintero Restrepo.
En El Colombiano.
Cuando era niño, Juan Manuel Roca hacía que el día dejara de ser día, se metía al armario y ya. Llegaba la noche. No sigue siendo niño, por el pelo blanco con gris, y el bigote blanco con gris, pero es poeta, o intento de poeta, como ha dicho, y eso es casi lo mismo.
Desde ayer, que fue la presentación, Roca tiene un libro más, Tres caras de la luna. No es tan nuevo, porque reúne tres de sus primera obras, cuando apenas empezaba. Solo que la reedición tiene esa posibilidad: devolverse en el tiempo.
Una reedición, ¿no es raro?
“La sensación de hacer una antología más o menos retrospectiva, o sea que está fundada en libros ya publicados, siempre tiene un sabor extraño. Es como rehacer pasos, devolverse en el tiempo de la escritura, de los poemas y en el tiempo físico, social, político, histórico que acompañó esa escritura. Ahí están envueltos afectos, desafectos, filias, fobias, amores y desamores. Entonces es como, yo lo digo un poco brutalmente, sacar las vísceras a pasear en carretilla. Mostrar uno todo lo que a lo largo de la vida ha intentado hacer a través de la palabra escrita, en este caso la palabra poética y eso implica cierto valor, mirar con el ojo izquierdo el camino atravesado y con el derecho la posible crítica que uno mismo ejerce. De todas maneras uno va cambiando las formas de entender la palabra, de decantar influencias, pero me parece un ejercicio formidable”.
Debió encontrar poemas que ya no recordaba…
“Poemas de los que tenía más la atmósfera que la escritura misma y encontrarme con que muchos de esos poemas los escribiría de una manera diferente, pero no dejaría de escribirlos, es decir que son poemas que para mí son de una imperiosa necesidad. Hay poemas que son un augurio un tanto triste de lo que se vendría en la violencia exacerbada de los últimos años y encontrar eso me duele mucho. Es como si en lo político y lo social Colombia pedaleara en una bicicleta estática, que hiciéramos grandes intentos por avanzar, aunque ahora creo legítimo el intento que se hace en La Habana y, sin embargo, no avanzamos mucho. Entonces es ver una cierta quietud del país político”.
Los temas son parecidos, pero Juan Manuel es distinto.
“Eso es muy interesante. Es un diálogo de la persona que soy, con las personas que fui. Porque uno a lo largo de la vida no es el mismo. Yo veo a ese poeta joven de los años 70, que caminaba por la avenida La Playa como si el mundo le perteneciera, que se sentía invulnerable, toda esa fortaleza que da la juventud, y cargado de una gran cantidad de sueños, que por fortuna no se han marchitado, pero que son distintos.
Es encontrarme con ese poeta joven, luego con uno que ya tiene un acumulado de escritura, por ejemplo el de Los ladrones nocturnos, que ya está escrito en Bogotá y tiene más presencia urbana que Luna de ciegos, que es mi segundo libro, escrito fundamentalmente en Medellín. El primero fue Memoria del agua y el segundo es Luna de ciegos, escrito entre el 73 y el 74 y publicado en el 75, y ahí encuentro una persona que está más identificada con los espacios urbanos, que le impresiona mucho la Bogotá de ese momento. Una Bogotá sombría, dolorosa, con unos espacios fóbicos, con mucha mendicidad y todo eso fue apareciendo en la escritura”.
Dice en el prólogo Pablo Montoya que usted a auscultado en las sombras del delirio y la perplejidad. ¿Por qué?
“Jugando un poquito con las palabras, uno diría que el poeta es delirante, pero tambié delira, que toca la lira. El delirio es muy propicio en sociedades como la nuestra en donde todo es tan hiperbólico, exagerado para bien o para mal, y yo creo que en este país encontramos una serie de delirios. Nuestra sociedad es delirante en todos los aspectos y frente a eso hay una palabra que me gusta más, porque encuentro que es la palabra matriz de todas las artes y es la palabra asombro. Sin asombro no habría arte. El asombro es el que practican los niños frente a las cosas como si las vieran por primera vez. El poeta también tiene asombro cuando encuentra algo que se esconde a la realidad cotidiana y cree ver por primera vez. Yo creo que la poesía es de las artes la que más me conmueve, porque nos descubre en la cotidianidad. Uno pasa todos los días frente a un árbol y no ve que la savia esté subiendo al árbol. El asombro es que uno logre intuir esa savia y que no sea solamente el árbol, o sea la búsqueda de esencias, que es la eterna búsqueda de la poesía”.
Una vez le preguntaron por la persona que más lo había influido. Decía que el niño Roca. ¿Tiene que ver con lo del asombro?
“Tiene que ver. Es decir que mi mayor influencia sigue proviniendo de la infancia. La frase de Rilke de que la única patria es la infancia, a mí me parece muy legítima, en la medida en que están los primeros y más auténticos asombros frente a la noche, la naturaleza, a los seres humanos, los adultos, porque el niño parece vivir en una periferia del lenguaje. Parece vivir en una periferia de la vida cotidiana a la que lo tienen asignados los adultos. Entonces al niño en esa condición le queda la posibilidad del juego, de la ensoñación. Eso es algo que me sigue rondando, no sé si sea un eterno y torpe peterpanismo, y las ganas de no crecer o no envejecer, pero yo creo que es una influencia decisiva”.
Uno en la poesía de Juan Manuel ve muchos temas, ¿a la poesía le caben todos los temas?
“Todos los temas caben en la poesía. Lo que no cabe completamente son los tratos de esos temas. Yo creo que el tema político, que muchos critican en la poesía desde una idea de lenguaje, de pureza y de los temas más preconcebidamente poéticos. Si miramos por un espejo retrovisor el camino de la poesía está plagado de grandes y maravillosos ejemplos. Lo que no se permite es que esa visión política e ideologizante termine por no ser poesía, es decir, yo puedo decir una verdad, pero una verdad mal dicha se vuelve mentira. Si yo digo que yo estoy con los pobres de la tierra, eso es una verdad que yo comparto, pero si lo digo así sencillamente eso es un discurso, no es poesía. Cómo transformar esos temas que aparentemente no deberían estar en la poesía, como pasarlos de una cosa conceptual a poética. Yo creo que todos los temas, el amor, el desamor, la alegría, la vitalidad, la locura, todos los temas han sido tocados de manera maravillosa por la poesía”.
¿Si la poesía parece ser tan íntima, como entender que el Festival la vuelva masiva?
“Yo he sido un poco refractario a la idea de que la poesía pueda ser de tribuna, de espacios públicos como único vehículo. Aunque en la antigüedad la poesía fue para ser cantada precisamente en grandes espacios, yo creo mucho en el intimismo, creo en la lectura íntima del poema, pero me parece que esto de proyectarse a grandes públicos y espacios, tiene un aspecto muy positivo y es que las voces, los matices, las lenguas, de alguna manera crean un puente y un contacto muy vital y poderoso con los lectores y oyentes de la poesía. Siento que se va produciendo un hecho colectivo, una puesta en escena que me parece que tiene un vigor y una belleza extraordinaria”.
Siempre se le está buscando un oficio a la poesía. El Festival de Poesía dice que por 1000 años de paz en Colombia y que quiere servir para los diálogos de paz. No sé si se pueda ponérsele ese oficio…
“A mí me incomoda mucho el deber ser de la poesía, la poesía es, en el sentido de quién escribe es para traducirse así mismo y, a su vez, si logra traducirse, traducirlo a los demás, pero ahí hay un vínculo social importante. Yo creo que la utilidad de la poesía es del mismo orden. Yo creo que uno podría hacer la misma pregunta con respirar, cuál es la función de respirar, vivir. La función de la poesía también lo es, porque creo que es más que un género literario, es una forma de andar en el mundo, de intentar entender al otro, de oponerse a las fuerzas autoritarias frente al otro y eso también tiene una carga política. Yo creo que ese segundo aspecto de comunicación con la gente, en medio de una larga guerra como la que hemos vivido y estamos viviendo, es interesante. Como la poesía inicialmente no fue escrita pensando en que sirviera como vínculo para generar la paz, me parece más extraordinario que eso ocurra, es decir, que no de una manera preconcebida ni programática, la poesía y las artes en este país sean su resistencia espiritual. Es bueno ser consciente que no fue como hacían las vanguardias que ponían la huella antes de dar el paso, que primero hacían un manifiesto para que después la obra coincidiera con lo manifestado. Aquí se da de una manera más limpia y más transparente y es que ya que existe esa fuerza de la poesía y que hay un conglomerado social que está hastiado de los políticos meciánicos. La poesía no les está ofreciendo nada, sino pidiendo que en el marco de la guerra seamos conscientes de que es una forma de resistencia. Ese aspecto me parece muy bello, pero no es el deber ser de la poesía y de las artes”.
Hace poco presentó su primer libro de poesía para niños, Genaro Manoblanca, fabricante de marimbas
“Este era un libro que tenía en un balbuceo desde hace años y que ahora concreté. Fue muy grato porque no hago un divorcio entre la escritura para adultos y para niños, en el sentido de esa cosa complaciente de que hay que hablarle de una manera meniflua, almibarada, dulzarrona, a los niños que lo saben todo. El libro me permitió hacer una metáfora a partir de un músico que es un fabricante de marimba de chonta del Pacífico, en medio precisamente de la guerra. Cómo la música nos saca del infierno, aunque con la que ponen en la radio nos meten más profundamente (risas)”.
Roca siempre ha sido poeta, la poesía siempre ha estado ahí para usted…
“Para mí la poesía te la digo en dos frases: una, muy bella, y es bella porque no es mía, de Henry David Thoreau, que dice que la poesía es la salud del lenguaje, y yo aspiro a conservar esa salud que es tan importante como la salud del cuerpo. Y otra, de una manera más prosaica, que esa sí es mía, yo creo que la poesía ha sido una prótesis para andar por el mundo y no he encontrado nada más extraordinario que me haya ayudado a transitar una cantidad de años que la poesía”.
Ha dicho que es un intento de poeta. ¿Por qué, si uno ya lo ve como poeta?
“Es que mira, por ejemplo ayer una chica muy amable me dijo usted es un gran poeta y entonces yo le dije es que no hay leído a Rimbau. Yo creo que soy un intento, que lo que me mueve es la poesía, pero de ahí a estar convencido que soy un buen poeta… tengo una zona que no es tanto de reservas o de dudas, como de distanciamiento de ese hecho, porque no es una búsqueda. Es decir, yo soy poeta porque no veo algo que me mueva y me interese más, pero lo que llaman la consagración, los reconocimientos y el aplauso, no me conmueven tanto, no por vanidad ni por prepotencia de pensar que soy superior a esos gestos, sino porque pienso que uno debe escribir con la misma pasión, sea para guardar en la mesa de noche o sea para una edición de lujo. Por otra parte porque las dos manos que se juntan para aplaudir, también te están creando un barrote de la jaula”.
Supongo que es importante la crítica…
“Claro, cuando es crítica, porque a veces se confunde la crítica con el camorreo. Cuando es algo sopesado, así uno no esté de acuerdo, no puede hacer más que agradecerla”.
Lleva 30 años en Bogota, ¿ya es más bogotano que paisa?
“Esa sí no, porque para bien o para mal uno tiene una raigambre y un asentamiento espiritual en lugares que le han sido tan maravillosos como Medellín y Antioquia, pero tampoco me gusta la exaltación de la antioqueñidad. Bogotá es una ciudad que apesar de que la gente la ve centralista y etcétera, permite esa diversidad. Allá hay gente de todo el país y uno termina sintiéndose del espacio donde está. Yo me siento de Bogotá, en ese sentido. Me gustan sus espacios y me gustaría cuidarlos, pero realmente, como en el tango del polaco Goyeneche, yo no estoy volviendo (a Medellín), porque nunca me he ido”.