Escriben los amigos: Reseña sobre ‘El cuarto secreto’ de Claudia Ivonne

Escriben los amigos: Reseña sobre ‘El cuarto secreto’ de Claudia Ivonne

Reseña por L. Jaramillo de i I En alianza con Puerto de la Imaginación

Estoy leyendo El cuarto secreto de Claudia Ivonne Giraldo, con edición de Lucía Donadío, en su versión de 2008, con carátula de Elkin Restrepo. Ahora —por suerte—, porque lo recomendamos con pasión, se consigue en la edición de 2018 de Sílaba Editores:
https://silaba.com.co/libro/el-cuarto-secreto/

En ese proceso de lectura me surgen preguntas: ¿es una novela del siglo XXI sobre Medellín? ¿Debemos conversar sobre cómo la literatura está llena de metaliteratura y, en este caso, sobre una protagonista editora? ¿Debo obviar que se trata de una obra potentemente feminista? ¿Tiene un final de realismo mágico o cómo nombrar el sutil y verosímil juego de la autora con la figura de la bruja?

Me encanta la crítica sobre Medellín y la rabia frente a tantas cosas de la ciudad, sin la pretensión de erudición ni el acomodo panfletario. En ese momento, tuve un pico emocional con la obra porque me sentí representado: “Quiere la luz que en la ciudad velan con telarañas lascivas los oscuros, los terribles, los que creen tener la sartén por el mango.”.

Es una bocanada de aire que alguien por fin diga que lo que parece tan normal o tan aceptado es, en realidad, tóxico y delirante. Señalar ese vaivén y ritmo frenético que nos venden no solo como normal, sino como admirable. Mostrar que sí podemos ser fuertes y resistirlo, torearlo, aprender a armar burbujas y trincheras para aguantarlo, pero que no vamos a alabarlo ni a reproducirlo.

“Embotellada, loca, sin alma, una ciudad exhibicionista y pretenciosa, torpe.”

Sutilmente, la obra nos revela a una de las protagonistas en esa etapa de la vida —y en esa parte de la geografía— en la que todo es friega intensa, donde se lidia con todos los fuegos al mismo tiempo. Ahí hay una oficina que puede ser una editorial, hay una lectura y hay un manuscrito. No se tiene que entender todo —o yo no puedo—, pero está la obra de Malcolm Lowry con un cónsul borracho, y hay una pregunta sobre un jardín, que le da a esta novela un ritmo sagrado y fractal: una novela que usa otra novela.

Llego al final, y este lector o reseñista —hombre, sin ninguna prenda que lo salve de ser un perfecto machista— no debería posar de nada, pero entiende algunas cosas difíciles, que incomodan, que no me dejan estancado y me hacen pensar cómo es leer esto siendo mujer. Tanta solidaridad entre mujeres me gustaría compartirla con tantas mujeres que quiero y amo. El título mismo parece un pequeño homenaje a Virginia Woolf.

Nos permite ganar otro punto de vista, otra piel. Igual pasa con las novelas antirracistas o antihomofóbicas. Podemos vivir la vida de una protagonista que esquiva las escenas de violencia, que alisa las texturas de una dominación, pero después de leer esto, sentiría que quedarme callado sería una complicidad malsana, un modo de detener el tiempo o impedir el cambio. El entretenimiento promete no hacerte sentir mal; el arte, en cambio, comparte una fórmula para incomodar, para doler. Y si te saltas ese malestar, no pasa nada, sigues siendo el mismo.

Lo que sucede con una obra completa, una obra con causa, que no rompe su tejido, es que su inquietud es insobornable. Bordeando una respuesta o vislumbrando una salida —quizá imaginaria o simbólica—, sigue siendo fiel a su fuerza.

“El cuarto propio nos es indispensable, también la casa propia, el tiempo propio, una isla, una constelación, el dinero propio, la gota propia, nuestro propio vaso.”

Lucha porque una mujer tenga lo que necesita cualquier ser humano. Así descubrimos también que la idea de “hombre” suele contener una felicidad incompleta o tramposa. Aquí se muestra —con la compasión natural de las miradas sabias— la torpeza, frivolidad y superficialidad de los hombres como esposos, como jefes, como amantes, como policías (en una pequeña escena). Se muestra la complejidad de una cultura que pone en el lugar del padecimiento y la insuficiencia a la mujer adolescente que no come, a la mujer empleada, a la mujer profesional, a la mujer madre.

“Y sin embargo, cuánto bien le haría a este pueblo triste, violento en la fiesta, una buena dosis de madres felices, desvergonzadas, menos pías y menos llorosas”, dice la narradora.

Hacia el final se comprende que el mundo de los sueños abre una ficción, un mundo mágico que podría estar despertando en la naturaleza, en un pavo real, en gatos, en un huevo, en la botánica, en un tejido o en los dibujos. Nombramos como loca o como bruja a la mujer que se separa de la ciudad o la aldea, que se divorcia, que se aparta de los hombres, que se cura, que mantiene un jardín sin ayuda, que se nombra y nombra a los demás.

El cuarto secreto se construye con la estratagema del tejido —que circunda y recorre—, por el que finalmente pasa una luz verde. La escritura de Claudia Ivonne Giraldo está hecha de unos bajos —en medio de agudos y muchos brillos— con los que se repliega y nos envuelve. Canto de pájaros que se silencian para escuchar el mar. Nos recoge en una pausa que nos permite retornar —con nuevos hilos— al lugar que nos regala como Eridanus.



Adquiere este libro:

El cuarto secreto

$ 35.000
Referencia:

Novela

Colección Trazos y Sílabas

2 disponibles

SKU: 978-958-56432-6-0
Categoría:
Etiquetas: ,

Deje un comentario

Su dirección de e-mail no será publicada.