2 de noviembre de 2018. Por: Fabio Rodríguez Amaya.
En Arcadia.
Qué de honda y persuasiva, y, al tiempo, de apasionada y excelsa sigue siendo la prosa narrativa de Consuelo Triviño Anzola (Bogotá, 1956), quien hace entrega al público de lengua española de Transterrados, su más reciente novela. Y qué de dolorosa y acerada es esta escritura, como impone a su autora el tratamiento de un argumento tan violento y basto, tan veraz y cotidiano y, por lo mismo, tan difícil y maltratado cual es la migración. Sea claro: la de quienes, por las condiciones de violencia, pobreza y marginalidad, se ven voluntariamente constreñidos a abandonar su país. Y, movidos por una quimera llamada dignidad, dejan familia, afectos, circunstancias, en coincidencia con el pensamiento del filósofo peninsular José Gaos, transterrado de excepción en México.
Desamparados y silenciosos, vejados y movidos por la necesidades o la angustia o la depresión o la urgencia de sobrevivir, la vasta gama del ejército de los migrantes se ve obligada a bandearse en las complejas sociedades opulentas e igualmente injustas, racistas y excluyentes, para ver de integrarse, como es ya norma, en la miserable condición de subproletarios sin futuro, en la velada y nunca declarada condición de nuevos esclavos. De ello saben el sinnúmero de personajes y comparsas que protagonizan esta historia, nueva, que actualiza la más vieja y por todos conocida, de una sofisticada neocolonización, esta vez narrada desde la vivencia y la voz de los vencidos. Triviño Anzola, transterrada de excepción en Madrid desde hace tres décadas, asume como modelo y excava en la desgarradora experiencia de los siete millones de desplazados internos y de los seis millones de colombianos que viven en el extranjero, por obra de la guerra plurisecular que se libra, desde 1492, por la tierra y por el derecho a la vida y la existencia.
De ello sabe, y es paradigma, Luis Jorge, el periodista que se traslada a España huyendo de un secuestro. Una madrugada, agobiado por la soledad y las dificultades, se encuentra, confuso y desasosegado, ante el cadáver de su nueva compañera, cuya muerte no se esclarecerá. Triviño, en aras de la objetividad, apoyada en un impecable ejercicio de estilo, delega a una narradora la ardua tarea de adentrase e indagar en el submundo de los inmigrados. Estos, en una bien orquestada polifonía, configuran la urdimbre de intrigas, vivencias, soledades, sentimientos y circunstancias que dan voz a la masa de seres humanos que, en tal anormalidad, no la tienen. En el universo de los excluidos, doblemente segregados en la periferia de las ciudades y en los márgenes de la sociedad, la narradora convoca a trabajadores, profesionales, delincuentes, mafiosos, prostitutas, drogadictos, sirvientas, narcos y desplazados, que encarnan la masa anónima de inmigrantes afincados en el umbral de la legalidad y en condiciones infrahumanas. En el mundo hoy, donde el neoliberalismo sigue haciendo estragos, inclemente exaspera la pobreza, la violencia y la demencia, y convierte en un espectáculo grotesco la corrupción y la vulgaridad, hasta los extremos del racismo, la intolerancia y la incubación de modalidades aun desconocidas de populismos y fascismos.