4 diciembre 2019. Por: Nicolás Rocha Cortés.
En Boletín cultural y bibliográfico.
Hace siete años, el diario ABC de Sevilla le pidió a María Picatoste, corresponsal en Nueva York, que entrevistara a la leyenda del nuevo periodismo, Gay Talese, con motivo de la publicación de su libro Vida de un escritor. De dicho encuentro nació un texto que reposa en la versión digital del diario, titulado “Gay Talese, la palabra del dios del periodismo en diez frases (más o menos)”. Pues bien, si tomamos el decálogo y lo aplicamos a muchos de los libros de periodismo actuales, la decepción es enorme.
En un medio en el que la vanidad y el egocentrismo permean cada página escrita y las pretensiones llevan a “grandes cronistas” a creer que están narrando un país, Alberto Donadío vuelve a demostrar que el buen periodismo, como el de Talese o Gabo, es capaz de contar una historia que parece ficción, por el lujo de detalles y escenarios que retrata, sin pretensión alguna.
Claro, Donadío, a sus 67 años, lleva más de cuatro décadas dedicado al periodismo investigativo. Muchos lo recuerdan por su labor en la Unidad Investigativa de El Tiempo, en donde junto a Gerardo Reyes y Daniel Samper Pizano sentaron un precedente en la industria gracias al rigor de sus investigaciones.
Entre los reconocimientos que ha recibido Donadío, se destaca el Premio al Mejor Libro de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) en 2013, con El cartel de Interbolsa. Además, ha publicado títulos como: Colombia nazi; El Jefe Supremo: Rojas Pinilla en la Violencia y en el poder; Los hermanos del Presidente y Los farsantes, entre otros.
No era de extrañar, entonces, que Donadío volviera a dar cátedra en Historia secreta de un espía ruso en Bogotá. En parte porque, como dijo Talese en aquella charla con Picatoste, “los periodistas hoy son como pájaros intercambiando la misma semilla. Como palomas en la calle, todos comen lo mismo, beben de la misma fuente. Son alimentados por el Gobierno, organizaciones con sus intereses”. En este libro, que incluye fotografías exclusivas y fragmentos de cartas de sus protagonistas, Donadío desentraña uno de los secretos mejor guardados de la historia bogotana: su injerencia en la guerra fría.
La curiosidad que llevó a Donadío a crear una trama digna de una película de Michael Powell despertó en el momento en que leyó el libro The Billion Dollar Spy, de David E. Hoffman, ganador del Premio Pulitzer. Este libro narra la historia de Adolf Tolkachev, un ingeniero de radares soviético que inclinó la balanza de la guerra fría a favor de Estados Unidos, al suministrar información a la CIA acerca de varios sistemas de rastreo. Ogorodnik, el protagonista de Historia secreta de un espía ruso en Bogotá, es el antecesor de Tolkachev.
Si un buen periodista tiene que ser testigo de la historia, como afirman varios, Donadío reconstruye Bogotá de 1961 a 1974 con una precisión homérica. Aunque no solo Bogotá, pues la narración escala al Neusa, la Unión Soviética, Tenerife y Madrid; hace una radiografía de cada lugar en épocas diferentes, en las que la voz del periodista es tan cercana a los hechos que pareciera haber estado en la cárcel de Lubianka en Moscú, el Hotel Palace en Madrid o la Embajada soviética en Bogotá, viendo todos los acontecimientos.
No sé si el lector de esta reseña esté familiarizado con un guion de televisión, cine o teatro. De ser así, podrá dimensionar la cantidad de detalles que tiene la narración:
Cliff y Marti abandonaron la prisión a las 2:00 a. m. Fueron a la embajada, subieron al noveno piso a reunirse con los funcionarios de la CIA y a transmitir el cable a la sede de la CIA en Langley, el cual fue recibido a las 9:30 p. m. hora de Washington. Todos entendieron que Trigon había sido capturado. James Olson, que fue jefe de contrainteligencia de la CIA, reveló en 2016 que cuando supo la noticia sobre Trigon empezó a llorar, como lo hicieron otros funcionarios de la sección soviética ese sábado por la mañana cuando se enteraron de la noticia. (p. 109)
La historia, que sigue la relación entre Pilar Suárez Barcala y Aleksandr Dmitrievich Ogorodnik, está hilada de tal manera que las 160 páginas son fáciles de leer sin pausa. Cada uno de los catorce capítulos muestra una perspectiva diferente de la misma historia, y juntos conforman una trama completa y circular que no deja espacio a especulaciones o dudas sobre la veracidad de los hechos.
Pero, ¿quiénes eran Pilar Suárez Barcala y Aleksandr Dmitrievich Ogorodnik? Pilar fue una hermosa española que llegó a Colombia en 1961 a sus 23 años y despertó el interés de reconocidas figuras de nuestra historia, como Jorge Zalamea, Alfredo Cadena Copete, Julio E. Sánchez Vanegas, José Vicente Lafaurie y Luis Carlos Angulo.
Ogorodnik, por su lado, nació en Sebastopol el 11 de noviembre de 1939, justo después de la invasión alemana a Polonia, y vivió una vida al servicio de la Unión Soviética, aunque gracias a documentos encontrados por Donadío, se demostró que su inconformidad con el sistema soviético empezó luego de la muerte de Stalin.
¿Cómo era posible que ocurrieran tales cosas en nuestro Estado marxista-leninista? En las declaraciones oficiales se echaba la culpa al “culto de la personalidad” de Stalin, a su represión de la dirección colectiva, a ciertos rasgos psicopáticos de su carácter, pero estas no eran nada más que palabras para un adolescente activista a quien se le había enseñado que la defensa del sistema es nuestro sagrado deber, y que este sistema funciona bien. (pp. 140-141)
La reconstrucción histórica de la vida tanto de Ogorodnik como de Pilar Suárez Barcala tiene un nivel de especificidad impresionante. En el caso de Pilar fue mucho más sencillo reconstruir estos hechos, pues la madrileña llevaba un diario que Donadío encontró en un apartamento en el municipio de Tacoronte, en Tenerife, gracias a la colaboración de Alejandra Suárez Barcala, hija de Pilar y de Ogorodnik. Ese diario ofrece una serie de detalles que facilitan la reconstrucción del círculo social de Suárez Barcala y la manera como ella y el amor de su vida compartieron durante la guerra fría desde los diferentes puntos cardinales.
El libro es una muestra perfecta de cómo la curiosidad de un periodista es suficiente para convertirse en una obra emocionante y cautivadora. Lo único que desentona en sus páginas son los títulos de los capítulos, poco atractivos y algo obvios: “Pilar y Aleksandr”, “La hija del espía”, “Me chiflé por él”, “Querida mía”, entre otros.
A grandes rasgos, y como dijo el escritor italiano Ugo Ojetti, “el periodista es solo un escritor que cuando toma la pluma no espera inmortalidad”. Esta obra debería ser parte de las cátedras de periodismo investigativo, ya que allí se encuentran algunos de los baluartes del oficio, aquellos que más se han perdido con el tiempo: el olfato, la curiosidad y la rigurosidad a la hora de investigar un tema en el que el autor poco opina, nada supone y todo lo verifica.
Una trama que debería llegar al cine. Detalles insospechados, cafés olvidados y conflictos de talla internacional que, para bien o para mal, forjaron la realidad en la que vivimos y dejaron una estela imperceptible de su paso por Bogotá.
Es una historia casi novelesca, pero es histórica gracias a que Pilar imprimió los correos electrónicos que enviaba a Aníbal Gómez Restrepo y los que recibía de él, además de haber imprimido los borradores de muchos de los correos. Pocas veces se encuentra un investigador con un registro tan documentado de la vida de una persona. (pp. 114-115)