La selva es inmensa. Solo en Colombia el Amazonas abarca unos 483.119 kilómetros. A pesar de esa extensión, los caminos transitables son pocos y son tan pocas las personas que se han interesado en recorrerla, estudiarla y entenderla, que el encuentro entre el antropólogo Martin von Hildebrand y el escritor canadiense Wade Davis era prácticamente inevitable. Que dos hombres blancos, pálidos casi, andando para arriba y para abajo por el noreste de la Amazonia colombiana, ambos obsesionados a su manera por entender y cuidar las culturas ancestrales, atravesando raudales y durmiendo en hamacas indígenas, se encontraran, era predecible. La primera vez que se estrecharon la mano fue a principios de los años 70.
Martin se había mandado a quitar el apéndice “preventivamente”, por sugerencia de su suegro, el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff. Una medida para evadir una muerte estúpida por falta de atención quirúrgica en sus primeras incursiones al Amazonas. Wade Davis se había aparecido en la oficina del legendario botánico Richard Evan Schultes, con 19 años, para decirle que quería conocer la selva. El hombre que había remontado el Apaporis con su cámara Rolleiflex, que recolectó más de 24.000 especímenes vegetales, que buscó plantas de caucho resistentes a las plagas en la cuenca amazónica, que entendió mejor que nadie la raíz de la sabiduría de los pueblos amazónicos, no le preguntó mucho más; simplemente tomó como prueba de compromiso su entusiasmo y lo mandó para Colombia.
Los dos exploradores volvieron a encontrarse casi medio siglo después, en los que Wade le dio la vuelta al mundo documentando las voces de los pueblos originarios de Asia, África y América, y Martin se enfrentó incansable, una vez tras otra, a la burocracia colombiana para defender los derechos de los pueblos indígenas del Amazonas. Esta vez para viajar juntos al Amazonas escoltados por un grupo de producción audiovisual. El resultado de esa travesía, dirigida por el documentalista Alessandro Angulo, de Laberinto TV, es El sendero de la anaconda, un proyecto impulsado por Caracol Televisión que cierra el ciclo de expediciones científicas Colombia Bio, de Colciencias.
“Hace cuatro años Wade Davis y Martin von Hildebrand se reencontraron para hablar sobre sus recuerdos y visiones del Amazonas, una región a la que han consagrado sus vidas. De ese encuentro nació la idea de realizar este documental que rescata las memorias de estos dos aventureros, pero al mismo tiempo el esfuerzo que han emprendido, junto con las comunidades indígenas, para proteger un largo corredor de la selva que comienza en los Andes y termina en el océano Atlántico: El sendero de la anaconda”, dice Alessandro Angulo.
Para Wade, el viaje que se extendió por casi dos semanas junto a Martin y un equipo de 12 personas a cargo de la filmación, a principios de 2018, significó una oportunidad para adentrarse en lugares que había reconstruido en su imaginación solo a partir de libros, fotografías y los recuerdos de su maestro Richard Evan Schultes. “Viajar a La Pedrera, luego a Mirití-Paraná, al Apaporis, a las cataratas de Jirijirimo, fue muy emocionante”.
Angulo, Davis, Von Hildebrand y el resto del equipo primero viajaron por tierra desde Bogotá hasta San José del Guaviare. Luego se treparon en la, prácticamente, única alternativa para los que hoy se internan en la selva: uno de esos viejos aviones DC3, sobrevivientes de un siglo de aviación. Desembarcaron en el municipio de La Pedrera, a orillas del río Caquetá, y en lanchas remontaron el río Pacatá, luego el Mirití-Paraná, el Pirá-Paraná y, finalmente, el gran río Apaporis antes de volar hacia el Parque Nacional Natural Chiribiquete.
En opinión de Wade, este documental esconde la misma sencilla enseñanza de toda la antropología: cada cultura tiene algo que decir, cada una merece ser escuchada, ninguna tiene el monopolio de la verdad. Y en el caso de las culturas indígenas del noreste del Amazonas, que han sobrevivido por siglos a todo tipo de amenazas, la lección cobra mayor importancia. “Muchas culturas del mundo tienen relaciones con la naturaleza basadas en la reciprocidad. Al recibir los beneficios del mundo piensan que estamos obligados a cuidarla”, comenta.
De hecho, uno de los líderes indígenas entrevistados en el documental es enfático en la misma idea: “Ustedes están acabando con el planeta, la única forma de detener esa amenaza es conservar lo que nos queda”.
Para Martin von Hildebrand, quien en los últimos años ha concentrado sus esfuerzos en convencer a los gobiernos de la importancia del sendero de la anaconda, “los pueblos indígenas, con su gran conocimiento, son fundamentales para esa tarea. Occidente solo no va a solucionar el problema del cambio climático. Es con ellos que lo vamos a resolver”.
Si se logra consolidar el corredor ecológico y cultural, quedarían protegidas doscientos millones de hectáreas de la Amazonia y se garantizaría la conexión natural entre el océano Atlántico, la región de la Amazonia y los Andes, permitiendo el flujo genético y de especies. No es una tarea sencilla. Además de los intereses y visiones de los ocho países involucrados, el territorio es habitado por 385 comunidades indígenas y treinta millones de personas. Se estima que el 50 % de ese territorio ya goza de alguna figura legal de protección, pero la falta de conectividad entre ellas es el nuevo reto.
Según Wade, la forma como la sociedad occidental responda a retos como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la protección del Amazonas dependerá, en últimas, de su capacidad de autotransformarse, entender y aprender de otras culturas su relación con la naturaleza. “Cada cultura tiene respuestas a una pregunta fundamental: qué significa ser humano. Esas respuestas constituyen la riqueza del repertorio humano. Cuando identificas eso, cuando reconoces que todas las culturas comparten la misma genialidad y cómo la expresan es cuestión de elecciones, entonces entiendes que tu cultura es un modelo más de la realidad”.
Angulo aspira a que el documental, que llegará el próximo jueves 27 de junio a las salas de Cine Colombia, lleve a los colombianos a preguntarse “por qué no estamos más orgullosos de lo que tenemos y somos; por qué la colombianidad no está basada en un relato de nuestra riqueza ecológica, aun cuando somos el país de mayor biodiversidad por kilómetro cuadrado. Esta es una idea que está en el alma de este documental. Cada vez que me he involucrado en un trabajo cinematográfico estoy buscando mostrar otras formas de ser colombianos, y en este caso eso significa entender y cuidar un ecosistema del que depende la vida en la Tierra”.