Octubre 1 de 2013. Por: Ángel Castaño Guzmán.
En La Crónica del Quindío.
Con tres novelas y varios libros de ensayos, Pablo Montoya —Barrancabermeja, 1963— es una de las letras refrescantes de la literatura colombiana.Sobria y poética, su prosa lo ubica en la esquina contraria del facilismo estético de varios best-sellers nacionales. Un Róbinson cercano (2013) y Rebeldía y exilio (2013) son los más recientes trabajos editoriales del profesor de la universidad de Antioquia. En el primero compila diez ensayos sobre escritores franceses del siglo XX; en el segundo, coordina un homenaje a Albert Camus en el centenario de su nacimiento.
Comencemos hablando de los puentes, si los hay, entre la literatura francesa y la colombiana. En su opinión, ¿qué tanto se han influido mutuamente?
Con la independencia los escritores latinoamericanos empiezan a mirar hacia Francia. Es su lengua lo que más les interesa y los contornos de su literatura y su filosofía lo que más define su deseo de desprenderse de la madre patria: castiza, católica y regresiva.
Ya desde la Ilustración y la primera generación de románticos franceses se pueden ver esos puentes.
Nuestros próceres leían a Chateaubriand y a Lamartine y estaban suficientemente imbuidos, a veces un poco intoxicados, de Voltaire, Buffon y Rousseau. Sin embargo, es con Silva y su poesía cuando Francia se torna bastante visible en nuestra literatura. Silva sin Víctor Hugo y sin Francia habría sido otra cosa, acaso un poeta y un narrador costumbrista. De la misma manera que Álvaro Mutis sin Saint-John Perse, Gaitán Durán sin el Marqués de Sade y Pedro Gómez Valderrama sin Stendhal hubieran sido otros escritores.
Pasado este boom, y venidas las nuevas generaciones, se cambió de norte. La influencia francesa ha quedado atrás para darle paso a la norteamericana y a la propiamente latinoamericana. Creo que este puente francés, en el caso colombiano, siempre ha sido sinónimo de liberación de ataduras, de apertura cognitiva, de asumir un espíritu cosmopolita que nuestros escritores regionalistas han mirado con cierto recelo.
Ahora bien, el imaginario francés en la poesía colombiana, desde la generación Mito hasta la generación sin nombre, es fundamental. Pienso que es ella la que ha permitido, en gran parte, gracias a los aportes de movimientos como el surrealismo, que nuestra poesía se haya mostrado ajena a los lazos del terruño, lazos que son ostensibles en nuestra narrativa y sobre todo cuando entendemos ahora la entronización comercial del realismo mágico, la narco o paraliteratura y la sicaresca. Con respecto a la influencia colombiana en Francia es, a mi juicio, inexistente en literatura.
Habría que preguntarse, más bien, cómo ha sido el impacto en los estudios académicos universitarios latinoamericanos y cuáles los dividendos económicos en la industria editorial francesa ofrecidos por los éxitos de García Márquez y los otros escritores que han gozado de reconocimiento en el mundo editorial francés.
En el libro, Un Róbinson cercano, usted reflexiona sobre el trabajo de varios autores galos del siglo XX. Me llamó la atención el ensayo dedicado a Céline. Háblenos de la significación de la obra de este autor en épocas belicistas como la nuestra.
Céline sigue siendo un escritor ambiguo frente a su recepción y es ambiguo por el carácter mismo de su obra. Hay un Céline excelente que es el autor de sus dos primeras novelas: El viaje al fondo de la noche y Muerte a crédito. Pero es la primera, quizás, la obra que más leemos y releemos de este escritor. Céline fue hijo de su época: incendiario, racista, xenófobo y antisemita.
Por ello las instituciones republicanas francesas no lo celebran ni lo quieren, pero por ello Céline es un escritor que solo pudo haber nacido en Francia. Es como si su país se avergonzara y se sintiera orgullosa de un artista semejante. La obra de Céline es también el intenso y vivo retrato de un tiempo que fue guerrero hasta el delirio y el sarcasmo. No hay nadie como él para mostrarnos las tripas de ese hervidero asesino que terminaron siendo las guerras mundiales del siglo XX. Siempre pienso que a ese Céline se debería leer desde muy temprano.
Leer Viaje al fondo de la noche, significa perder la virginidad frente a las falsas bondades de la condición humana y frente a todo ese tipo de filantropías tan de moda siempre que se disfrazan con los discursos ingenuos que pregonan la felicidad social. Cuando se lee a Céline aprendemos a desconfiar de todos los mecanismos que conducen a la mentira, al engaño, a la manipulación y a la guerra. Con él logramos saber que la nuestra es una época infame porque basa su modus operandi en el gran y formidable y turbio negocio de la guerra que es el que alimenta nuestras actuales sociedades. Con Céline sabemos que estamos anclados en el crimen generalizado.
Con él se nos vuelve más clara aquella consigna suya tan digna de tener en cuenta: “el hombre es una porquería atravesada por un sueño”.
Pasemos a Camus. Usted lo considera un contemporáneo esencial. Además discurre sobre el tema del exilio en un cuentario del franco-argelino. ¿Qué dice a los lectores hispanoamericanos, y en concreto a los colombianos, la obra de Camus sobre el mundo de hoy?
Lo considero esencial por el carácter fronterizo de su ser francés. Nacido en Argel, hijo de colonos pobres y analfabetos, en su obra hay un diálogo conmovedor y polémico entre centro imperial y periferia colonial. Añádase, además, su manera novelística y ensayística de abordar el absurdo ser moderno. Y está esa condición de sentirse de un lado y de otro y de ninguna parte de algunos de sus personajes más entrañables. Sin olvidar, la escritura precisa y sobria y llena de trasfondos poéticos que se despliega en sus novelas, cuentos y crónicas.
En un país en guerra desde hace años, poblado de desplazados e inxiliados como es Colombia, la obra de Camus tiene mucho que decirnos. Nos abre un territorio desolado y sangriento y, al mismo tiempo, anhelante de luz y de sensualidad que tiene mucho que ver con el nuestro.
Esta aparente contradicción es lo que me atrae fuertemente de su obra. Por otro lado, una de las grandes enseñanzas que nos deja su lectura, es la necesidad de defender al individuo y su necesaria parcela en medio de una época totalitaria en que esto merecía el repudio y la condena a muerte. Por ello, es Albert Camus, el rebelde y el solitario, quien sobrevive entre nosotros y no el militante injurioso que clama por la amnesia del rebaño y sus dirigentes corruptos.
¿Qué opinión tiene de los libros de otros autores franceses, pienso por ejemplo en el Nobel Le Clezio y en Amelie Nothomb? ¿A cuáles otros recomienda conocer?
Conozco poco de Le Clezio y de Nothomb y de otros tantos escritores franceses que están de moda ahora. De los escritores actuales que abordo en Un Róbinson cercano el más mediático es Houellebecq. En el fondo, me parece un escritor polémico y su obra por momentos es atractiva. Pero no es un escritor que relea. Me aburre, en el fondo, ese mundo grisáceo, deprimente y esos personajes suyos que viven de masturbación en masturbación. Creo, por otra parte, que el gran narrador vivo que tiene Francia es Michel Tournier. Sus novelas, cuentos y ensayos son siempre de primer orden. De los poetas me gusta muchísimo Ives Bonnefoy. Sin duda una de las grandes voces poéticas del mundo.
De los escritores actuales leo con mucho interés a Pascal Quignard, que es un autor refinado y exquisito. De Quignard he traducido algunos ensayos breves de sus Pequeños Tratados y un cuento hermosísimo: El nombre en la punta de la lengua. De Quignard se conocen en el mundo hispánico sus novelas Todas las mañanas del mundo y Terraza en Roma.
Es, igualmente, autor de un ensayo revelador: El sexo y el espanto cuyo tema es la sexualidad en la Roma antigua. La obra de Quignard no es muy seguida por nuestros lectores que tanto aman la cultura popular y sus derivados facilistas y la novela de crímenes que van y vienen, como ‘Pedro por su casa’, por el calamitoso mundo editorial de ahora.