Esta es una reseña escrita por Juan Esteban Londoño sobre Cambio de puesto, un libro de cuentos de Lucía Donadío que explora las complejidades del duelo, la pérdida y las relaciones humanas. A través de relatos íntimos y conmovedores, la autora nos enfrenta a las transformaciones que deja la muerte en quienes seguimos habitando la vida.
13 de enero de 2025 | Por: Juan Esteban Londoño
En Cambio de puesto de Lucía Donadío (Sílaba, 2023, 3ª ed.) nos confrontamos con la orfandad, no sólo de los hijos ante los padres, también de los padres ante los hijos, los hermanos y los amigos. En cada cuento se nos muere una luz. En cada luz muere un habitar creado.
La mayoría de los cuentos se abre con un epígrafe que es brújula y espejo. El de Darío Jaramillo Agudelo para “La sopa” nos dice que existe una gran muerte y unas pequeñas muertes. Así Cambio de puesto: cada cuento es una pequeña muerte, pero al libro lo sostiene la sinfonía de la vida que se vive al ser narrada.
En Cambio de puesto hablan, ante todo mujeres. Madres, hijas, amigas. La mayoría de relatos aparecen en primera persona como si vinieran de una narración oral. El tono de conversación de las historias, el detalle imaginativo, la narrativa se pueden describir como el comienzo de “Vísperas de viaje”: “Mientras iba empacando lentamente en la maleta azul, mamá escribía la carta que siempre entregaba en el último momento a alguno de sus hijos mayores”. Así la escritura, de cocción lenta, de paladeo despacioso. La brevedad induce al detenimiento, para no irse pronto del libro, para habitar con sus personajes entrañables.
Estos personajes tienen el nombre de la luz: Aurora, Clara, como la misma Lucía donadío. Así la autora se desdobla en personajes que no son ella, pero que comparten el misterio de la muerte y el encantamiento de contar. Hablan con sus bocas. Lucía lo hace con sus manos, con los dedos que se posan en la escritura. También aparecen Laura y Ángela, niñas que se juegan la vida en la alimentación, en la media mañana femenina del colegio y se envidian, se desean.
También deseo y envidia es el caso de la voz narrativa en “Esa señora tan buena”, donde una empleada doméstica toma con libertad las pertenencias de la patrona y materializa la sed y la rabia en un mundo desigual. Con la ironía de una narradora experimentada, Lucía describe a una señora sin sentimientos de culpa que describe el modo en que empieza a llevarse a su propia casa los utensilios y vestidos no usados por la dueña moribunda. O también en “El vestido” que, en consonancia con la ladrona del cuento antes mencionado, nos enseña el modo en que buscamos robarle a los muertos porque deseamos algo de sus vidas, o deseamos sus vidas, aquí, con nosotros, e intentamos robárselas a la muerte.
Desde la vida se desea que los muertos vuelvan a casa, o seguir su rastro a las tierras de penumbra. Por eso en Cambio de puesto es constante también el deseo de la muerte, como ocurre en el cuento “Una fecha en la libreta”.
Así, entre deseo y muerte aparece el escenario de los entierros. Los personajes se reúnen, por ejemplo, en el funeral de la abuela para darse cuenta de que, cuando muere un ser querido, muere algo en uno mismo; y en la familia, que ya no volverá a reunirse como antes, no por la frecuencia, sino por la calidad de los encuentros. Algo se transforma para siempre. El cuento “El entierro”, narrado desde la voz de un niño, recuerda ciertos pasajes de La hojarasca. El narrador ve desfilar un mundo que no comprende y se inunda de pesadillas en las noches que le trae el fantasma de la muerte. El niño no entiende que su madre está en duelo cuando la abuela parte, y que la constelación de su familia muere para siempre cuando la madre queda huérfana.
En los cuentos de Lucía contamos a la muerte desde los vivos, pero también la muerte nos congrega para narrar cómo la miramos.
La vejez también aparece en Cambio de puesto como hilo temático. La tía Dolly y su hermana Inés viven juntas y están la una para la otra en la tercera edad. Se acompañan en la soltería y lo harán también en el último instante. La primera que se vaya dará un golpe sin querer a la otra para que se marche pronto. La sobreviviente se preguntará en adelante “cuál de las dos había muerto”. Y nosotros nos cuestionamos con la escritura de Lucía: ¿Quién muere, además del muerto, cuando se nos va un ser querido? ¿Qué se muere de nosotros? ¿Qué nos queda?
Pero, sin duda, el mejor cuento aquí registrado es “Clara de clara”. Esta narración, como lo indica el epígrafe de Nélida Piñón que lo abre, está relacionado con el nombre: “Mi propio nombre enigma de ti misma”. El personaje descubre su destino cuando recibe el significado de su nombre. Su madre se llama Clara y el médico le dice que debe tener un hijo para calmar los dolores de su madre. Así da a luz a la luz, a su hija con el mismo nombre, quien dice: “Yo era clara para iluminar a Clara”. Lo paradójico es que la relación entre hija y madre, tan luminosas, es una sombra. Hasta el punto de que aquella no puede salvar a su progenitora y empieza a habitar el reino de la culpa. Y es que nos revela Lucía Donadío la culpa que sentimos por no poder salvar al otro, por no estar ahí para curar sus dolores, incluso por no haber podido morir en su lugar. Pero es un personaje cercano y a la vez lejano, la tía Helena, la que le da un nombre distinto a la hija condenada por no alumbrar lo suficiente: ya no la llama Clara de Clara sino Clara la reina. Tal cambio de nombre redime al personaje de su culpa, de la carga que le ofrece un nombre injusto, aunque sea el de su propia madre, para que empiece a construir el territorio de su ser.
Y esta puede ser la función de la literatura: cambiar de puesto es nombrar al mundo, incluso a la muerte, con otras formas de la palabra, de manera que podamos redimir las cosas, redimir la muerte y redimirnos a nosotros mismos en un reino propio mediante las palabras. La literatura abre la posibilidad de renombrarnos. Y en estos nuevos nombres se esconde la única salvación a recibir: el perdón que viene de nuestros propios corazones, cuando entendemos que nacer no ha sido nuestra culpa, y que el morir de otros tampoco lo es.
Adquiere este y otros libros de Lucía Donadío:
-
Cambio de puesto (2a Edición)$ 35.000
-
Los ojos que me nombran$ 25.000
-
Alfabeto de infancia$ 30.000
-
Adiós al mar del destierro$ 40.000
Deje un comentario