Un café en Buenos Aires con Lucía Donadío
Tal vez ninguna feria del libro me haya impactado tanto como la de Medellín. A pesar de la gran cantidad de público que la visita, hay en ella un ambiente libre de aglomeraciones y bullicio que invita a la pausa y la reflexión. Algo de ese influjo se deslizó en mi charla con Lucía Donadío en un bar de la feria, al amparo de un árbol añoso. Son innumerables los temas a tocar con Lucía, comenzando por los diez años de la creación de su editorial, Sílaba, uno de los mayores faros literarios de Colombia. Y solo me bastó pedir dos cafés con hielo para comenzar a disfrutar de su cálida sabiduría.
Por: Pablo Hernán Di Marco*
—Conocí varias ferias del libro, pero tal vez ninguna me haya impactado tanto como esta. Es acogedora, verde, gratuita, más un paseo literario que un gris y ruidoso mercado de libros. Tras tantos años de experiencia, ¿qué opinión tenés de la Fiesta del Libro de Medellín?
L: Pablo, te cuento que yo amo la Fiesta del Libro de Medellín. Creo que la hace muy especial el Jardín Botánico donde tiene lugar. Las hojas de los libros conversan en las noches con las hojas de los árboles. También admiro que esté centrada en muchos eventos culturales alrededor de temas literarios, científicos, de actualidad, y que reúna tantas personas alrededor de los libros. La Fiesta convoca a la ciudad hacia una zona que antes era marginal y que hoy ha cambiado. Lo más bello de la Fiesta son los encuentros con lectores, autores y amigos.
—“Las hojas de los libros conversan en las noches con las hojas de los árboles”. Me voy a quedar con eso. Decime, Lucía, ¿qué le queda por mejorar a la Fiesta del Libro de Medellín? ¿Qué le sugerirías a sus organizadores con vista a próximas ediciones?
L: Yo sugiero que no crezca demasiado. Creo que está en el punto casi perfecto. Le temo a las ferias demasiado grandes porque se pierde la posibilidad de recorrerlas y la gente se queda con una porción de ellas y no alcanza a sentirlas en su totalidad. No me gustaría que dijeran en unos años que es la feria más grande del país. Que digan otras cosas. La Fiesta del Libro tiene un toque poético que hay que conservar y crecer. Hacen falta más cafecitos para encuentros y charlas como esta.
—Es significativo que en un mundo desesperado porque todo sea cada vez más grande, más rápido, más alto, vos sugieras la pausa.
L: Creo que debemos rescatar ciertas costumbres ancestrales que nos hablan de la importancia de los rituales en la vida. Amo las tareas prácticas, la cocina, la jardinería, la lectura pausada en una hamaca, la escritura de madrugada, las palabras sencillas de cada día. La vida es un caminar que nos depara muchas sorpresas o una carrera desenfrenada, como la de Rafael Leone en tu novela Tríptico del desamparo. El camino es la vida en sí misma y hay que caminarlo al mejor ritmo que cada uno encuentre. Como dicen los italianos: piano piano si va lontano.
—Hablemos un poco de tu editorial. Sílaba está cumpliendo diez años, y ya sabemos, los números redondos propician balances. Miremos un poco hacia atrás. ¿Podés recordarte a vos misma en el preciso instante en que se te cruzó por primera vez la idea de fundar una editorial?
L: Claro que recuerdo esos días. Olvidarlos es como dejar de recordar el nacimiento de un hijo. Sílaba nació del azar. De un gran libro que llegó a mis manos para hacer el trabajo de edición y publicación. Y se llama precisamente Buenos Aires. Portón de Medellín de Orlando Ramírez Casas.
—Ese eterno vínculo entre Medellín y Buenos Aires…
L: Claro que sí. El libro lo iba a publicar la Secretaría de Cultura de Medellín y yo temía que un libro tan bueno quedará restringido a la circulación gratuita que ellos hacen. Sentí que era un libro huérfano. Los libros que ni circulan comercialmente tienen una existencia corta pues se agota la edición y no se consiguen. Me enamoré de ese libro y de su autor y así nació Sílaba, sin pensarlo demasiado me anime a hacer una editorial con el apoyo de unos pocos amigos. Y aquí vamos diez años después, feliz de haber tomado ese camino.
—Recién me dijiste que olvidar la creación de Sílaba sería como dejar de recordar el nacimiento de un hijo. La figura es buena por muchas razones, una de ellas es que una editora tiene mucho de madre: dar a luz, acompañar, corregir, sostener… pero una madre también debe saber decir que no, y esa debe ser una de las facetas más duras de tu trabajo. ¿Sufrís al decirle que no a un escritor?
L: Pablo, decir no es duro, sobre todo cuando uno sabe o siente que el libro es de buena calidad. Pero hay que decir no porque el libro no es bueno, porque no tenemos recursos, porque no tenemos tiempo. Editar es seleccionar, escoger y eso implica decir no.
Le temo a las ferias demasiado grandes porque se pierde la posibilidad de recorrerlas y la gente se queda con una porción de ellas y no alcanza a sentirlas en su totalidad.
—¿Tu trabajo de editora te hizo perder amistades?
L: Creo que no he perdido amigos pues he sido sincera, firme y amorosa con algunos cuando les he tenido que decir no. Algo que sí he notado es que hoy tenemos demasiadas personas escribiendo y todos quieren publicar. Nos llegan cientos de propuestas que no podemos ni siquiera evaluar. Algunos escriben diciendo que envían la gran obra y uno con ese adjetivo ya entra a sospechar. Otros llevan seis meses escribiendo y ya son escritores y quieren publicar.
—Esto nos devuelve a lo que hablábamos antes, ¿no? Es como si la obsesión por ser cada más rápidos hubiese alcanzado también a los autores, que muy a menudo parecen olvidar que escribir es trabajar a largo plazo.
L: Creo que el trabajo de escritura requiere de un tiempo que no es el tiempo normal de la vida, es un tiempo que está más allá de nuestro control. Es el tiempo lento que necesita el texto para madurar y ese tiempo se pierde por el afán de publicar, por la incapacidad de esperar a que el libro esté listo. A veces uno descubre en una propuesta de libro los primeros balbuceos de una historia que tiene fuerza, pero le falta trabajo de escritura y tiempo de maduración.
—Los escritores —tan a menudo sensibles, egocéntricos e inseguros hasta la exasperación— son una especie particular. ¿Te llevó mucho tiempo aprender a trabajar con ellos? ¿Qué creés haberles aportado desde tu lugar de editora?
L: Como yo también escribo y sé lo difícil y complejo que es el oficio, creo que comprendo lo que les sucede. El trabajo de editora ha fluido, no ha sido difícil, a pesar de problemas que no faltan. Mi regla de oro para trabajar con un autor es tener una buena relación con él. El trabajo editorial implica una cercanía y una complicidad enorme para que todo salga bien. Cada autor es diferente. Cada libro es una historia. Conversar y conversar hasta que vamos construyendo el libro es la tarea. El respeto y aprecio por la obra y el autor están siempre presentes.
—Hay algo que me llama la atención del ambiente del libro: a veces pareciéramos ser un gueto de doscientas personas que nos hablamos, leemos, y elogiamos entre nosotros. Doscientas personas en Medellín, doscientas en Buenos Aires, doscientas en Madrid… Y de tanto encerrarnos entre nosotros terminamos viviendo de espaldas a casi todos los que nos rodean. ¿Coincidís con esto que digo? ¿Qué podemos hacer los editores y escritores para volver a reconectarnos con el resto del mundo?
L: Es cierto que somos grupos que nos hablamos, leemos y estamos cerca. Pero yo siento que hay además un mundo muy rico y variado alrededor de los libros y los autores. Están todos los que trabajan en los procesos editoriales: diseñadores, correctores, ilustradores, impresores, libreros y gestores culturales. Ese es un universo vasto con el que me relaciono muchísimo. Y están los lectores que no siempre llegamos a conocer pero que presentimos cuando vemos a alguien con un libro en la mano, cuando visitamos librerías, cuando estamos en Fiesta del libro y llegan a nuestro stand buscando ese libro amado. Ese es el mundo del libro con el que yo sueño y converso.
—¿Cónsiderás que el camino a recorrer por las mujeres en la escritura y en la publicación es diferente al camino a recorrer por los hombres?
L: Ha sido más difícil para las mujeres escribir y publicar. Eso ha cambiado un poco en los últimos tiempos pero sigue siendo más difícil para las mujeres.
—¿Tu lugar al frente de Sílaba ayuda a que esos caminos sean más equitativos?
L: En Sílaba hemos publicado a muchas mujeres y queremos continuar esa labor. Aunque nos llegan siempre más libros de hombres que de mujeres y no podemos dejar de publicar buenos libros si sus autores son hombres. Cada libro se evalúa independientemente del género del autor; o muchas veces sin saber ni el nombre ni el género. Celebramos siempre con gran alegría los libros escritos por mujeres.
—Vamos con la última pregunta de Un café en Buenos Aires, Lucía. Seguro la conocés. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería y qué le preguntarías.
L: Invitaría a Pablo Di Marco.
—Creo conocer a ese muchacho. Eso sí, no sabía que era artista. ¿Y qué le preguntarías?
L: Le preguntaría sobre su infancia, su padre italiano, su novela Tríptico del desamparo, que ha estado cerca de mis afectos durante tantos años. Le pediría perdón por la demora en leerlo. ¡Lo abrazaría!
—Haré rápido la próxima pregunta, así no se nota que me estoy sonrojando. ¿Y a qué bar lo llevarías?
L: ¡A un café en Venezia o en Roma o en Sicilia! Cualquier café pero en Italia!
*Mi agradecimiento a Lizeth Adriana González Vega y a David Roldán Palacio por su colaboración en esta entrevista.