24 de Marzo, 2012. Por: Jonathan Montoya García.
En El Mundo.
Patricia Nieto es comunicadora social–periodista y magíster en ciencia política de la Universidad de Antioquia. Su pasión por contar historias ha quedado plasmada en crónicas y relatos de distintas revistas del país. Su trabajo como narradora de la violencia tiene como resultado los libros “Llanto en el paraíso. Crónicas de la guerra en Colombia”, “Jamás olvidaré tu nombre”, “El cielo no me abandona”, “Donde pisé aún crece la hierba” y su más reciente libro “Los escogidos”. Ella habla de su trabajo y el periodismo.
– Usted de niña sabía que iba a ser periodista, ¿Cómo fue eso?
“Desde muy niña tenía la tentación, el gusto y el deseo por contar historias. Soy de Sonsón, un pueblo con una tradición oral muy fuerte que se estimulaba mucho desde las instituciones culturales. Había unas jornadas donde los niños y los jóvenes se reunían en la biblioteca pública del pueblo y la gente más vieja contaba historias. Eso a mí me fascinaba. Además de que me impactaban los sucesos que rompían la vida cotidiana. Me impresionaba mucho la televisión, me encantaban las historias que contaba Gloria Cecilia Gómez en el noticiero y muy rápido llegó a mis manos un libro de Germán Castro Caycedo que se llama ‘Colombia amarga’, una recopilación de crónicas que él hizo en su época de reportero raso en El Tiempo. Y ahí me enamoré de eso, pensaba cómo se hace, cómo se cuenta”.
– ¿Se aprende el periodismo?
“Yo creo que el periodista necesita una dosis de vocación, una esencia primigenia que está en el deseo, en el espíritu. Cierta animosidad. La curiosidad por el mundo, por cómo viven los hombres, un interés porque el género humano alcance unas condiciones de vida digna.
Pienso que ese interés, ese rasgo, esa vocación vienen de la infancia, del hogar, del colegio… Se configura en la primera época, y luego viene el hacerse, el oficio, la formación. Insertarse en una disciplina que tiene principios, metodologías, unas reglas de funcionamiento, unas técnicas para ejecutarse, y que está inmersa en un contexto social. Entonces hay que combinar las dos cosas.
Entonces no es solo tener la materia, esa materialidad hay que moldearla, la universidad es un lugar para que eso tome contorno. El periodista se debe formar y si se forma en una universidad, mucho mejor”.
– El periodista Cristian Alarcón se refiere a usted como ‘la memoria’, ¿es un deber del periodista construir memoria?
“Ese asunto del periodista como quien recoge y narra y le da un formato a la memoria es como una línea de trabajo. El oficio de periodista te obliga a estar registrando los hechos del acontecer actual, y esa función básica es la primera y fundamental para que un sistema de comunicaciones funcione. Ahí el periodista debería tener asimilado que cada nota, cada noticia, cada fotografía que hace son elementos que a través de los años se van a convertir en registro material.
Por eso la responsabilidad del periodismo diario es tan alta, porque lo que cada uno de nosotros produce cada día es el insumo para que el antropólogo, el historiador, el politólogo, entre otros, arme un relato de larga duración.
Otro camino para construir memoria es cuando se tiene la posibilidad de hacer un periodismo que no está condicionado a la actualidad, de ir a recabar las historias que conoce en la cotidianidad del oficio o por otros medios, además de tener el tiempo y los recursos suficientes para dedicarse al tema.
En un país como Colombia que está en la cuerda floja de una confrontación armada de tan larga duración, las voces de quienes han sufrido y protagonizado la violencia van a ser un insumo muy importante frente a la posibilidad de que en Colombia se entienda alguna vez lo que está pasando, y en eso el periodismo tiene una misión y un deber. Ser de alguna manera el que canaliza, el que recoge, el que no deja que se mueran, el que conserva, el que publica. El periodismo es de los pocos oficios que permitiría que en este país la voz en vivo de los que han sufrido la violencia pueda ser incorporada en el relato de en una memoria histórica”.
– Su último libro “los escogidos”, comienza y termina en el cementerio de Puerto Berrío, ¿Por qué escoger este lugar para desarrollar la historia?
“La historia de ‘Los escogidos’ comienza y termina en el cementerio de Puerto Berrio porque el municipio está ubicado geográficamente en un sitio estratégico de la región del Magdalena Medio, y porque fue un municipio que a través de sus autoridades civiles y religiosas decidió convertirse en el lugar de reposo de los restos de los NN, que genera la región y que arrastra el Río Magdalena. Desde una decisión oficial y destinaron un pabellón del cementerio para los muertos sin nombre. El pabellón de los olvidados, así lo llamo.
Allí se generó una práctica religiosa y mágica de relación de los vivos con los muertos no identificados. Una tradición que lleva más de 10 años, en la que el vivo se comunica con el espíritu del cuerpo de quién está ahí y establece una relación de oraciones por favores materiales; oración, conversación, meditación. Una espera por solucionar los problemas, y cuando en la vida del devoto hay una mejoría, se atribuye al espíritu o alma del difunto que respondió a la oración”.
– ¿Cómo volver esos dramas historias?
“Ese lenguaje resulta de la sustancia propia de la conversación con la gente, es decir, del acercamiento con la fuente. En este caso, lo que los personajes le transmiten a uno, o lo que uno es capaz de obtener de ellos. Son ellos, su lenguaje, sus relatos, su vida, los que dan el tono de la crónica o el relato.
La empatía con los personajes que viven esa práctica como una realidad y en algunos casos como el eje de su vida son los que le dan el tono al relato. Uno no puede hacer con el dolor de las personas otra cosa que no sea quererlos, acompañarlos, ser compasivo, uno no puedo tomar el dolor para burlarse, para construir melodramas. Ser periodista es ser también compasivo; acompañar al otro en el dolor. Eso es lo que se logra con ese lenguaje, estoy con usted y cuento su dolor para que otros lo acompañen, pero yo no lo juzgo para decir que es una práctica fetichista es respetar lo que esa población construye como parte de su cultura”.
– ¿Cómo llegó a la investigación de “Los escogidos”?
“Escuché alguna versión de esto en los medios de comunicación en el año 2007. Quedé con la inquietud pero no volví a saber mucho, y en el 2008 hubo un seminario de sicoanalistas en una universidad. Una doctora presentó una ponencia donde se mencionó el tema y se analizó como un acto de resistencia. En el 2008 hice el primer viaje y el último en el 2011. Durante esos años estuve yendo dos o tres veces por año. Un fin de semana hice la reportería básica, hablaba con las fuentes, constaté que la práctica se mantuviera y no fuera una moda”.
– ¿Por qué darles la voz a los personajes en algunos relatos?
“Porque son personajes que tienen una capacidad narrativa muy fuerte. Hay uno en especial, una mujer que utiliza esa relación con los muertos más allá de su beneficio personal. Si yo lo contara con mi voz es como si diera fe de lo que ella hace, pero yo no lo constaté. Por eso es la versión de ella, en primera persona, con un lenguaje rápido y muy picaresco. En algunos casos es una razón estética, en otros la razón es simplemente alejarme de la situación.
Hay otra historia que tiene un sentido muy estético, la de Carmen. Cuando la gente llega a la tumba del muerto que va a elegir, lo primero que debe de hacer es un acto de contrición, una presentación de quién es y por qué está ahí. Con mucha frecuencia se ve gente hablando sola, entonces por eso utilicé el monólogo, el monólogo de Carmen. Es la representación de muchos de los discursos que se escuchan en el cementerio a diario”.
– Usted se ha convertido en un referente del periodismo narrativo en las escuelas de periodismo en Colombia, ¿Siente alguna obligación a la hora de escribir?
“Sí. Eso es un problema porque un periodista escribe para que lo lea gente con distintas formaciones y cuando uno ha sido profesor y ha pretendido decir cómo se deben hacer las cosas encuentra esa complicación. Entonces cada vez que uno está escribiendo siente que se está repitiendo. Uno tiene que ser muy coherente entre el discurso y la práctica. Es como si tuviera un vigilante, un guardián que es un estudiante. Siempre estoy pensando si un estudiante mío lee algo que escribí qué pasa, qué piensa, y eso es casi más fuerte que la importancia de cómo le va a caer la historia a los protagonistas”.