11 de septiembre de 2016. Por: José Rodolfo Rivera .
En Crónica del Quindío.
La literatura, o mejor, la experiencia literaria, se resiste a cualquier forma. Los géneros literarios suelen ser abstracciones para determinar ciertos aspectos y sentidos de una obra. “Solo conozco un género literario, y es la poesía”, escribió Virginia Woolf.
Poesía, poiesis: creación, producción: hacer, crear; la literatura es un ejercicio, una experiencia del decir que se hace tangible en la necesidad de la fábula, en la prodigalidad del contar. Las formas, que no los géneros literarios, como el cuento, la novela, el poema, están allí para fijar y diversificar la experiencia estética tanto del lector como del escritor.
¿Sabe Don Quijote que leemos sus aventuras como una novela? ¿Es consciente Ulises de que leemos sus hazañas como un poema? ¿Cuál es la premura de Scherezade en Las mil y una noches, contarnos una historia tras otra, o salvar su vida? No, la literatura no es un género, una forma o una idea; es solo una apuesta por la necesidad de contar, explorando la realidad, pero también una apuesta por no circunscribirse a lo primero, no agotarse en lo segundo, y no rebajarse a lo tercero. Con razón Platón expulsó a los poetas de su República ideal.
En su búsqueda por romper sus propios márgenes, la literatura huye de los géneros, de la forma. El paso siguiente a esa conquista es una bofetada a lo ya establecido. ¿Los sonámbulos, de Hermann Broch; Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; Ulises, de James Joyce son, en sentido estricto, novelas? Puede que sí.
Sin embargo, son obras que le han abierto nuevos caminos y ofrecido nuevas posibilidades a la experiencia literaria. Así, en Si una noche de invierno un viajero, novela con esa misma búsqueda de rompimiento, y una exploración a los márgenes a la figura ideal y real del lector de novelas, Ítalo Calvino, o mejor, el narrador, escribe: “El sentido último al que nos remiten los relatos tiene dos caras: la continuidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte”.
Caras presentes y constantes en Academia de Solitaría y tristeza (Sílaba, 2016), libro escrito a dos (¿cuatro?) manos por Rubelio López y Gabriel Lopera.
¿Es esta obra una novela, un libro de cuentos, o un ensayo experimental? ¿Tiene ello alguna importancia? No lo creo.
Como dije, lo que importa es su apuesta, su exploración; aunque vale decir para esta obra, su tropiezo: “Uno de los objetivos de este libro es que tropieces, es verdad; que te embarres la rodilla, que te raspes la espinilla como cuando tenías ocho años y no sabías qué era amar, preocuparse, estar solo, llorar por motivos abstractos o por azar…”.
Un libro para tropezarse, pero también para el desconsuelo: “Sabes con certeza que en estas páginas no hallarás consuelo a tu soledad, acaso algo de complicidad, una palmadita en la espalda que o bien te dará impulso para que vivas, o te hará tropezar y caerte de bruces sobre tu vida”.
Y es también un libro de bienvenida: a la Academia, a la perennidad de lo triste, a lo desasosegador de la soledad, a la fatalidad de la muerte y al asombro de vivir.
“Toda la Academia te abre sus puertas, entra en ella, si estás dispuesto a aburrirte un poco (…), y para que asistas impávido a su vida como el gran voyerista que eres, criatura de Dios”.
Es este un libro de lo cursi, del tedio; de lo existencial, del pudor; de lo salvaje que habita en nosotros, del miedo; de lo triste que nos abruma, del hambre. En definitiva, o sin definitiva, es un libro humano, desdibujado por lo inhumano que nos habita.
A lo que le apuesta, lo que explora este libro tiene otras caras:
1. Diario de campo de un estudiante de Solitaría: “…entonces me siento profundamente triste y de nuevo poseído por un dios caprichoso que volverá a irse, temprano o tarde, dejándonos su hueco, una hemorragia interna y la promesa de una cicatriz”.
2. Antología de notas suicidas: “Con tanto humano en el mundo me cansé de estorbar. La pereza me pudo. Y hay mejores que yo”.
3. Fragmentos de un hombre solitario: “Llenaba los bolsillos de problemas, me atragantaba con supuestos, y cuando ya me sentía indigesto, tirábame en el suelo y rumiaba sollozante los límites del mundo, y sobre todo, de la tristeza humana…”. Y otras más bagatelas, mixturas, aderezos, o pedazos precarios de ti mismo que en este libro encontrarás.
No creo que importe tanto señalar que el libro es un collage de entrevistas, reseñas, artículos de opinión, diarios, informes académicos y científicos, cartas, etc; importa sí, hablar de lo trágico, lo cómico, lo absurdo, lo triste, lo sublime que deambula libre entre sus páginas; importa dejarnos seducir por el caos existencial, filosófico, fisiológico, fantástico y hasta anecdótico que hay en su prosa.
Y no importa, eso sí, preguntarnos si el libro es una novela, un tratado, o una colección de cuentos, porque eso sería volver a lo retrógrado de la forma, a lo lineal del género, y a lo reductible de la idea; y la literatura debe ser, sobre todo, una exploración al sinsentido que da cuenta de nuestras ruinas.