“¡Es mi maldita memoria por esa manía de estar hablando sola para no sentirme flotar sobre las nubes! ¡No son mis ojos, son las nubes…! ¡No son las nubes, es el humo…! ¿Será la plaza…? ¡Tiene que ser la plaza otra vez! Es el desayuno mediocaliente la arepa tostada chocolate ahumado, ¡Ana Clara… Ana Clara bendita…!”.
No estaba hablando solo. Pero estaba esa manía de estar tomando tinto a toda hora, recapacité y le dije que no al segundo tinto; si fuera otra cosa habría dicho que sí, sin importar que fueran las nueve de la mañana. No importaba, nada importaba, solo hablar con Óscar Castro García porque no podía llegar sin nada, ah! y no tomar más tinto, porque era temprano y todavía faltaban muchos tintos por tomar.
Primero le pregunté por Sola en esta nube, no podía dejar pasar por alto ese cuento, la historia de Clara, de Clara bendita, aquella prostituta de Guayaquil que estaba en el olvido, y a la que ninguno de sus amantes volvió a aparecérsele, y que de alguna manera narra la historia de la ciudad y de aquél mítico barrio que fue Guayaquil, en donde tantos conocieron la vida, pero otros conocieron la muerte.
Lo que dice Óscar, y lo cuenta Clara, fue que ella conoció la soledad, y vio la transformación de la ciudad. Esto no solo pasa allí, pasa en la mayoría de Sola en esta nube y otros cuentos, libro que acaba de reeditar.
La escritura fue una respuesta natural a las lecturas que emprendió desde que era un niño, siempre por influencia familiar, la de su padre, y la de un tío materno. Desde los 11 años comenzó a escribir, imitando algunos fabulistas, pero sin pretensión alguna, solo por escribir, porque le gustaba. Incluso llevó diarios. Pero todos esos escritos se perdían, se quedaban en los cuadernos del colegio que botaba al finalizar el año.
Pasaron los años y estudió Filosofía y Letras en la Universidad Pontificia Bolivariana, luego ingresó a la docencia en la Universidad de Antioquia, pero no olvidó la escritura, siempre lo siguió haciendo, pero sin la intensión de publicar, lo hacía por gusto. Pero antes de cumplir 30 años empezó con textos más densos, entre ellos Constancia, escrito en 1979, que envió al Concurso Latinoamericano de Cuento, Instituto Nacional de Bellas Artes, el Puebla, México, y ganó, su cuento, el primero que publicaba, le ganó a otros 700.
Pero era el único cuento que tenía, y le preguntaron por más, pero no existían. Aunque por ese entonces había comenzado a escribir Sola en esta nube, que fue ganador de Concurso Nacional de Cuento Argemiro Pérez Patiño en 1983.
En esos años se encontraba, por así decirlo, buscando su estilo, y encontró en el monólogo interior una orma de narrar.
Ahí comienza a madurar como escritor sin darse cuenta de que quería ser escritor. Sin embargo, no se considera escritor, lo hace porque le gusta.“He escrito lo mínimo o lo básico, yo escribo porque me gusta, porque me siento bien, porque ahí puedo sacar mis demonios, porque ahí yo puedo jugar, puedo establecer comunicación con fantasmas. El momento cuando más libre me siento en la vida es cuando estoy escribiendo, nadie me está controlando, porque la escritura acompaña, o permite que mi soledad sea algo gratificante”, explicó Castro.
Desde ahí no paró de escribir, y combinó el monólogo interior con un personaje que está en todos sus cuentos: la ciudad, porque, dice, escribir “es una manera que yo tengo de expresar lo que yo siento, pienso y creo de esta ciudad, mi escritura está muy vinculada con el mundo urbano, no porque sea puro paisaje, para mí la ciudad es un gran personaje”.
Precisamente Sola en esta nube y otros cuentos tiene esa característica, recrea espacios y personajes de la ciudad.
Además tiene otra premisa, la soledad, son personajes extraños, solitarios, deseosos de un mundo mejor. Son personajes abandonados, y de alguna manera, matoneados por la ciudad.
El libro ya había sido publicado en 1984, sin embargo, Castro vio oportuno sacar una nueva edición y agregarle otros cuentos, que no desentonaran con las premisas de los originales. “El libro se fue perdiendo, se acabó en el comercio, y ahí había cuentos, que fueron los primeros cuentos que yo publiqué en un libro, y yo vi que esos cuentos siguen vigentes para mí como escritor, e inclusive para muchos lectores”, dijo el autor.
Castro habla de la magia del cuento, que exige que se desarrolle una historia en pocas palabras, que obliga al escritor a minimizar palabras y desarrollar un problema en poco espacio.
Agrega que un cuento no debe dejar que el lector se detenga, que un buen cuento debe obligar al lector a que lo lea en una sola sentada, “si no atrapa al lector, y este lo deja para después, el lector ya no lo va a leer”, dijo.
!¿Será la plaza…? ¡Tiene que ser la plaza otra vez! Es el desayuno mediocaliente la arepa tostada chocolate ahumado, ¡Ana Clara… Ana Clara bendita…!”.
!¿Será el café…? ¡Tiene que ser el café otra vez!