16 de agosto 2016. Por: .
En El Espetador.
Los párrocos y notariados saben que el matrimonio más fructífero (y al parecer el único inextinguible) es el de la literatura y el periodismo. Del romance entre estos dos se originó la especie más preciada de los últimos tiempos: el periodismo narrativo y con este la novela de no ficción o, lo que Tom Wolfe denominaría, el nuevo periodismo. Cronistas célebres como Reed y Capote descubrieron que podían hacer de la crónica un género literario: narrar con las mismas herramientas de la novela (o el cuento), sin necesidad de recurrir a la ficción.
En Colombia los autores que hicieron gala de este formato son muchos. Antolín Díaz, García Márquez, Germán Castro Caycedo, Germán Santamaría, son solo algunos de ellos.
En apariencia, la cosa resulta fácil –Leila Guerriero dice que ella procura abastecerse única y exclusivamente de ficción–, un cronista utiliza las técnicas de la literatura sin alterar la verdad; un novelista abandona la ficción y se dedica a narrar con las mismas artimañas con las que teje sus mentiras. Ya está.
A decir verdad, la distancia entre el saber y el hacer es más lejana de lo que parece. Lo saben todos los que se dedican a la construcción de universos. Es que resistirse a la tentación de no mentir es algo que a un novelista le pesa. Lo dice Vargas Llosa en sus cuitas: “la verdad o no en la literatura no es una cuestión ética sino estética”.
Por eso, resulta loable encontrar anfibios como Capote, que escribió A sangre fría con la misma genialidad con que creó Música para Camaleones; lo mismo podría decirse de muchos, entre ellos Orwell, Mailer, Martínez y, claro, García Márquez. Todos ellos genios reconocidos.
Juan José Hoyos es otro de esos anfibios (la denominación es arbitraria, valga decir): cronista, novelista, bolerista y académico. No obstante, su faceta más valorada es la de reportero. Es un misterio saber la razón por la que sus novelas no son distinguidas por el gran público; en cualquier caso, las dos (bueno, una más que la otra), gozan de una poética y una carga narrativa que valen la pena rememorar.
Juan José cronista
Quizá la crónica que más se le reconoce a Hoyos es la que describe el encuentro con Pablo Escobar. Daniel Samper Pizano la incluye en el Tomo II de su antología de grandes crónicas colombianas. Desde luego, es un relato que sabe narrar los lujos, las extravagancias en su hacienda, los delirios políticos y la venenosa filantropía del entonces parlamentario del Movimiento de Renovación Liberal. Una crónica excepcional por lo sencilla. Un relato que no se ahoga ante el monumental tema.
Pero si de escoger se tratara, El oro y la sangre es un profundo y pertinente relato de cómo la minería puede hacer de un entorno pacífico, un ambiente de avaricia y ruindad. 15 años de entrevistas, desplazamientos y escritura le tardó a Juan José la historia de los indígenas en Alto de Andagueda, Chocó.
Con su relato, Hoyos se anticipa a los conflictos socioambientales que padecen numerosos territorios colombianos, que hoy son lacerados por la actividad extractiva. La manera en que está escrita y la forma en que da cuenta de la epifanía de los actores que se reúnen por el oro – gobierno, guerrilla, militares, iglesia, etc. – hacen de esta crónica una de las más importantes del periodismo colombiano. No en balde fue ganadora del premio Germán Arciniegas.
En esta línea, también podríamos mencionar su libro Sentir que la vida es un soplo, Viendo caer las flores por los guayacanes y Un aprendiz de jaibaná, pero para efectos de agilizar el texto, podríamos cerrar este fragmento hablando de sus estudios sobre el oficio del narrador de historias en la prensa.
Juan José, en efecto, es autor de dos libros de obligada lectura para los estudiantes de las academias de comunicación y para todo aquel que quiere interrogarse por la historia de la crónica colombiana: Escribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo y La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000.
En el primero, Hoyos nos enseña las técnicas con que los grandes narradores adoban sus historias; en el segundo, hace una línea temporal que rescata el haber de maestros como Tomás Carrasquilla, Felipe González Toledo, José Joaquín Jiménez, Germán Pinzón, Cepeda Samudio, Gonzalo Arango, entre otros.
Sin duda, son dos joyas del periodismo colombiano. Para nadie es un secreto que el antioqueño es el maestro de la narrativa periodística en Colombia.
El literato
En algunos casos, las diferencias entre un periodista que hace literatura y un literato que hace periodismo podrían resultar notables. Podríamos hablar del estilo, de la prosa, de la estructura y de otros elementos.
Juan José es un atípico. O, más exactamente, un narrador puro. Sus dos novelas son igual de contenciosas que sus relatos de no ficción. Aunque, hay que decir que en literatura posee otras características.
En el caso de Tuyo es mi corazón, asistimos a una novela que evoca la adolescencia a través de Carlos, un muchacho enamorado, que no le gusta fumar, hincha de Medellín y amante de los boleros. Tuyo es mi corazón es su primera novela, es inocente en el entramado narrativo y puede ser distante con el lector por la omnisciencia del narrador, pero este texto deja entrever elementos explotados en su obra posterior, El cielo que perdimos.
Las descripciones. La puntuación. La carencia de adjetivos. El color y los sonidos. Son exclusivas que se asoman en su primera obra, pero se tensionan en la historia de Juan Fernando y Mary.
El cielo que perdimos es una novela de amor, de frustración, de confusión, de ofuscación, de decadencia, de nostalgia, un star-crossedcontemporáneo; o, en suma, un relato que sabe contraponer las historias personales con los aconteceres nacionales.
En Medellín los homicidios son el pan de cada día. Las alianzas entre la policía y los ilegales es un rumor que se acrecienta. El gobierno de Turbay Ayala y su ministro Camacho Leyva, parece complaciente. Entre tanto, los tropiezos íntimos de cada uno de los personajes esfuman o acentúan lo que pasa en la ciudad y en el país.
Juna Fernando, un reportero de la sección judicial de El Tiempo, se enamora perdidamente de Mary, la esposa de Daniel, un viejo amigo que trabajó en el periódico pero que, tras asquearse del oficio, termina en la procuraduría.
El relato del reportero da cuenta de una amalgama de impresiones que hacen de la novela una obra de un sutil valor. La poética de Juan José es simple, pero bella. Hay capítulos memorables, como lo es la sensación del hijo cuando pierde al papá, el encuentro amoroso con Mary, las constantes salidas con los amigos reporteros a El Club.
Es una novela injustamente no reconocida. Pero basta leerla para guardar de ella un bonito recuerdo.
Hoyos ha contado que, en alguna ocasión, Sábato le pidió que se retirara del periodismo. Pero él no resistió la tentación e hizo de la prensa algo diferente. Un aporte necesario e imprescindible.
El antioqueño sabe que una buena historia es imborrable. Lo dijo en el bello prólogo de Sentir que la vida es un soplo: “Las historias pueden causar estragos. Las historias pueden explicar la vida en todas sus infinitas e inagotables manifestaciones. La gente no puede vivir sin historias”.