25 de septiembre | Por: Felipe Carrillo | En: Blog personal
A los protagonistas de estas historias les falta algo dentro del núcleo familiar, y la forma en la que enfrentan esa carencia los transforma a ellos y a ese núcleo para siempre. Un hijo secuestrado, una mamá parapléjica, un veneno que extingue a los cultivos y la salud, una pareja que el hermano sí tuvo el valor de buscar, un balón para jugar dentro de un internado riguroso, la esperanza de ser capaz de proveer para la pareja y la hija; cada uno de estos conflictos establece los anhelos y frente a estos los antagonistas son, con frecuencia, figuras de autoridad: los secuestradores y los periodistas que quieren explotar la tragedia, la mamá y el sacrificio que demanda su cuidado, el gobierno que para extinguir unos cultivos prohibidos mata todo alrededor, un cura que decomisa y encierra la diversión, una clase privilegiada indiferente con la desigualdad. Ahora, la forma en la que se resuelve ese enfrentamiento es lo que trae la revelación: la explotación de la explotación, la venganza, la resistencia que es una condena, la falta de valor dentro del valor, la pérdida de autoridad, la necesidad de reconocimiento.
La exploración temática, entonces, está marcada por este mecanismo: anhelo, antagonista, revelación. Lo que sostiene la tensión, la expectativa y el placer estético en esta forma clásica de los cuentos es su buena ejecución: el lenguaje contenido en la extensión y preciso en la creación de una atmósfera literaria; el esfuerzo por narrar a través de acciones, diálogos y escenas y no con explicaciones; la construcción paciente y constante del desenlace por debajo de la historia superficial. La mayoría de los narradores están en tercera persona, controlan la expectativa y ponen el foco en el conflicto y los personajes principales, pero no intervienen en lo que narran, dejan que los lectores realicen esa función.
La marca de la casa podría titularse, también, la herida familiar. Es eso lo que atraviesa a sus personajes, un dolor que viene de la relación con aquellos con quienes están obligados a convivir en la intimidad, un dolor que conocen porque lo han cultivado sin ser capaces de cerrar la cicatriz. Intentar curar esa herida los cambia a todos; y lo que era familiar, entonces, se vuelve extraño, y lo que era extraño antes, ahora, se vuelve familiar.
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