Diciembre 1 de 2015. Por: Adriana Trujillo Murillo.
En Medellín Ciudad Inteligente.
Si él mismo fuera un personaje de ‘El coro blanco’, su primer libro de poesía, sería un epitafio tornasol. El arrobamiento que causan sus letras tiene mucho que ver con sus matices, que van del amarillo atrabiliario al azul manso, del rojo denso y cavernoso al violeta terso, insufrible. “Como decía Montaigne, el ser humano es tan voluble, tan cambiante, tan lábil que cualquier combinación aplica”, cita a uno de los grandes en medio de una conversación que fluye sin palabras prohibidas.
“Las opciones de la vida son permanecer o morir. Y entre esas dos puertas: paisajes con luz, paisajes con mierda, cemento o rosas”, dice en uno de sus versos con una categoría en estilo incategorizable. De punto a punto, con respiro, podría desgarrar las vestiduras, la piel y el pecho de cualquier desprevenido lector. De esa capacidad no gozan muchos.
Juan de Frono, quien a los 31 años empieza a poner sus libros sobre los anaqueles de las bibliotecas y las mesitas de noche, le rinde homenaje con ‘El coro blanco’ a los desaparecidos de Colombia. Lo escribió en 2007 mientras estudiaba Periodismo en la Universidad de Antioquia, mucho antes de ganarse con él la Beca a la creación (convocatorias públicas para el fomento del arte y la cultura en Medellín) que derivó en su publicación.
Sus personajes son como fantasmas que deambulan en esas páginas, repitiendo infinitamente sus últimas palabras, confesando, recordando, perviviendo a pesar de su ausencia. “Cómo vivir en este país / donde el pie tropieza con los huesos / insepultos de los seres queridos” fue el verso del poeta polaco Czeslaw Milosz que lo inspiró a reflejar todo ese dolor humano sin caer en la denuncia o el panfleto.
Epitafios de todos los colores van pintando catafalcos vacíos en esta obra. Esos seres existieron una vez. Fueron sus compañeros, sus vecinos, sus parientes, sus líderes, sus maestros, sus coterráneos. “Soy de Frontino y en un pueblo los estereotipos pesan mucho. Yo no entendía bien cómo alguien podía ser señalado por su expresión. Los paramilitares hacían las famosas limpiezas sociales y ya no era extraño ver cómo iba desapareciendo la gente”.
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Publica bajo el seudónimo Juan de Frono en honor a ese pueblo de donde son sus mejores recuerdos. Allí vivió hasta los 15 años. Su padre Emilio, un profesor de literatura de colegio, tenía una colección de libros con los que Juan de Frono jugaba sin imaginar siquiera que se trataba de los grandes: Withman, Borges, Shakespeare, entre muchos otros. Ellos fueron testigos del amor que fue construyendo hacia la literatura y la poesía. Porque el amor para él es, sin duda, una construcción en el tiempo.
Más tarde llegarían a su vida Fernando Vallejo y José Manuel Arango, a quienes considera los mayores exponentes de la poesía antioqueña durante la segunda mitad del siglo XX. Este último escritor fue su objeto de estudio durante meses cuando, para su trabajo de grado de Periodismo, construyó un archivo multimedia que contenía fotografías inéditas, audios, cartas y entrevistas a otros poetas colombianos como Piedad Bonnett, William Ospina, entre otros.
Esa tesis le mereció el Premio a la Investigación Estudiantil en la categoría Ciencias Sociales y Humanas. “José Manuel es quizás el único poeta que ha logrado captar la esencia de Medellín. Si uno lee su poesía de la década del 70, del 80, se da cuenta que vaticinó el desplazamiento de los indígenas a la ciudad, la costumbre por borrar la memoria arquitectónica, entre muchas otras cosas”.
‘Una ciudad en seis miradas’ es la segunda publicación de Juan Fernando, donde participó como ensayista al lado de filólogos, antropólogos, historiadores y licenciados. ‘Ciudad de fuegos’ es el título del ensayo en el que habló de la ciudad que José Manuel Arango describió en sus versos. “Quise leer a Medellín a través de él”, afirma.
“Ahora estoy experimentando con otras cosas. Una poesía más centrada en mí, en lo que me sucede. Lo de antes era la frustración general pero entendí que la lectura y la escritura de la poesía no se pueden forzar”. Y es que Juan ha leído tanto ya que la ansiedad ha desaparecido. “Uno no se come una caja de chocolates en una sentada, se come uno a la vez. Igual pasa con la poesía. El poeta ruso Joseph Brodsky dice que cuando uno ha leído poesía con atención, no necesita leer más de un poema para saber si ese poeta le gustará toda la vida”.
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Ha botado tantos comienzos de novelas, roto tantos cuentos y poemas de su autoría, que ha madurado el lenguaje y el gusto. Sin embargo, sabe que no existe un método para seleccionar una buena poesía porque, así como San Agustín no sabía qué era el tiempo cuando se lo preguntaban y en cambio lo sabía a la perfección cuando no se lo preguntaban, la poesía es algo que no se deja sitiar. “José Emilio Pacheco dijo que uno sabe que es una buena poesía cuando la lee pero no si se lo preguntan. Pero la que mejor lo reflejó fue Emily Dickinson que decía que ella identificaba una buena poesía cuando sentía que le volaba la tapa de los sesos”, explica Juan.
Terminará la maestría en Estudios humanísticos que inició en la Universidad EAFIT, le dedicará más tiempo al periodismo narrativo, seguirá soñando con una sociedad libre donde no haya que alzar banderas porque piensa que los derechos humanos deben respetarse naturalmente. Seguirá escribiendo poesía con tinta azul en pequeñas libreticas, desnudando su alma porque cree que es la forma más genuina de hablar de igualdad y liberarse de los estereotipos. Seguirá escuchando jazz, tangos, boleros y rancheras cantadas por Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez. Seguirá bailando salsa, merengue, música popular “como se bailaba antes” –dice- “cogidos de la mano” y algún día será un experto en el vallenato clásico, el de los juglares. Seguirá intentando entender a los otros en vez de persuadirlos porque piensa que el propósito es conversar y que el problema no es que en el mundo exista esto o lo otro sino que podamos coexistir todos. Seguirá leyendo a Borges a la vez que vibra con un buen son porque no cree en esa manía de la cultura occidental de jerarquizar y oponer todo. Seguirá citando a sus autores predilectos. “Como decía Walt Withman: contenemos multitudes, somos muchos dentro de uno mismo”, nos recuerda el hilarante Juan de Frono.