26 de mayo de 2024 I Por: Fabio Martínez I En: El Tiempo
Desde niña, su padre le inculcó el amor por los libros y los viajes. Vivió en Nueva York, La Haya, Barcelona, y ahora, en Sanlúcar La Mayor, Sevilla, España. Desde joven, comenzó a cincelar las palabras, y se convirtió en una traductora de reconocimiento internacional. Gracias a esto, obtuvo el Premio John Dryden de traducción literaria por su traducción del poemario Este lugar de la noche de José Manuel Arango.
Detrás de este trabajo prodigioso y silencioso, se escondía una poeta, que en muchas ocasiones sacrificó su oficio, por acercar dos lenguas y dos culturas.
Fue así como surgió una poesía coloquial, llena de humor e ironía, cuyo centro gira alrededor del fuego.
“Cuando mi cuerpo y mi cabeza / comenzaron a arder y hacer incendios /, mi madre, como un bombero enloquecido / me perseguía por toda la casa”.
Así comienza su poema “Incendios”, que hace parte del libro Amar, publicado por Sílaba Editores.
En el poema, su madre, que era refractaria a los incendios, acostumbraba a apuntar con una manguera contra la humanidad de la poeta. Su madre era como el personaje de Ray Bradbury, Guy Montag, en Farenheit 451 que vive feliz quemando libros y las casas de los lectores que conservan libros prohibidos.
Su padre, por el contrario, fue su cómplice en el amor por los libros y la literatura. En el poema antes mencionado, su progenitor, que en la realidad es el periodista Eddy Torres, le dice en una de sus cartas, cuando ella vivía en Nueva York: “Anabel, el dólar es estrictamente para helados o fósforos”.
La escritora bogotana ha sido una poeta osada que nunca les ha brillado las botas a los poderosos.
En su libro Amar reconoce que es una poeta anacrónica, que no les rinde pleitesía a los poetas ‘postmortem’ de las redes sociales.
Para ella la poesía primero es un sueño. Viene del sueño. Después vendrá el ritual del lenguaje.
Entre sus gustos principales, le fascina la aséptica pierna gangrenada de Arthur Rimbaud y la exultante locura del pelirrojo de Vincent van Gogh.
Anabel Torres es la poeta que no mendiga que la lean. Es la poeta de la alegría, a pesar de los avatares de la vida.
Su arte poética está resumida en el pórtico titulado “Selfie” que hace parte del libro antes mencionado:
“No vengo a defender mis poemas ni sé si se defienden por sí solos. Quiero reiterar mi gusto por las palabras, mi sed de ellas, m hambre de ellas, mi necesidad de ellas. Mi fiesta inagotable. Creo que sin palabras no habría amor”.
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