2013. Por: Diana M. Londoño | Michigan State University
En Revista de Estudios colombianos Nº 41-42
El misterio de lo oculto; lo que parece ser de una forma, pero es de otra; el encanto del descubrimiento de lo que realmente está detrás de lo que a primera vista sólo parece ofrecer un panorama, una simple idea, una llana lectura. Este misterio y este encanto son algunas de las características que ofrece La risa del sol de la editorial Sílaba Editores (2011).
Esta novela corta de la escritora y editora Esther Fleisacher (Valle, 1959) narra la infancia, la adolescencia y los primeros años de adultez de Tania, una mujer nacida en Palmira, Valle, que a los siete años, por causa de la situación económica de sus padres, se va a vivir a Medellín junto con su familia. La historia de Tania no es, sin embargo, una plana narración bibliográfica enmarcada por fechas que la localizan en un tiempo definido, y atiborrada de grandes sucesos vividos por la protagonista. Todo lo contrario. La historia que nos cuenta Fleisacher es la historia íntima y personal de una mujer que tiene una vida corriente y que desde las diferentes miradas de cada etapa de su crecimiento, ofrece una visión de su mundo y del que la rodea. Esta es precisamente una de las riquezas del libro: deja entrever las reflexiones propias de la protagonista acordes con la edad que tiene en cada parte de la narración. Si bien la novela está narrada por una mujer de veinte
años, la voz de su protagonista se “acomoda” maravillosamente en cada momento de su vida. Así, cuando leemos los primeros capítulos es fácil escuchar la voz de una niña y conocer las preocupaciones propias de la edad, mientras que cuando leemos el final del libro se reconoce la voz de una joven que mira lo que ha sido su vida en perspectiva y que se plantea preguntas que dejan entrever su carácter de adulta.
El libro inicia con la voz de una Tania niña para quien el mundo se reduce a su casa, a su familia judía, al hostigamiento del que la hace víctima su hermano mayor, a la frialdad y distanciamiento de una madre impositiva y calculadora, y a una figura paterna que se debate entre la dulzura y el dañino silencio ante las agresivas actuaciones de su esposa. Los límites de ese mundo lo configuran las casa de su abuela paterna, su pequeña escuela primaria y los vecinos de siempre que la conocen y con quienes ella se siente familiarizada. Este mundo, su mundo, se amplia cuando sus padres deciden trasladar a la familia a Medellín para buscar suerte. Es allí donde Tania se acerca a su tía Sara con su espléndida risa y donde entiende que la realidad de su hogar, uno hosco, frío y tenso, no es necesariamente la realidad de los demás.
A medida que la protagonista crece, crecen también las reflexiones acerca de la compleja relación que hay entre sus padres. Es una constante en la novela la honda crítica que Tania hace sobre su madre y la familia de ésta (con excepción de la tía Sara) por ser materialistas y fríos, pero también la que le hace a su padre a quien le recrimina sus silencios. Ante la ausencia de palabras, Tania se concentra en entender a su padre a través de sus ojos. Son estos la prueba fehaciente de su infelicidad y de su incapacidad para cambiar su realidad, algo de lo que Tania cada vez es más consciente y que termina verbalizando de manera abierta al final de su adolescencia. Ya no es más una simple percepción, es una dolorosa realidad.
Todas estas percepciones y afirmaciones sobre la familia de la protagonista están continuamente cercadas y permeadas por el contexto en el que se desarrollaron los más importantes sucesos de la misma y de sus ancestros. Es así como el lector conoce que la familia, más específicamente un tío de la mamá de Tania, fue una de las víctimas del Bogotazo en 1948 y que este hecho cambió dramáticamente la dinámica del matrimonio de los abuelos de la protagonista (quienes llegaron de Rusia antes de la Segunda Guerra Mundial) y por tanto de toda la familia. La historia oficial influye y cambia la historia íntima, algo que la
protagonista entiende a la perfección, razón por la que se decide a armar el rompecabezas de lo que pasó con sus ancestros. Tania entiende que la Historia no se fundamenta solamente en los grandes personajes, sino que “también le interesan los pequeños sucesos, los que se olvidan, los que parecen insignificantes. Pero que sostienen el día a día” ( 89).
Es llevada por este interés y por la posibilidad de conocer el mundo, que cuando empieza su vida adulta decide ir a Israel donde están los orígenes de su tradición judía y donde vive parte de su familia paterna. Si bien esta novela no basa su esencia en la tradición judía, esta está presente constantemente a través de las
experiencias que nos dejan saber que la familia de Tania no fue ajena a los desmanes de la que fue víctima este pueblo durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta novela es pues un relato que sorprende por una sencillez narrativa que por medio de lo que cuenta, pero también de sus silencios, “esconde” una rica y variada experiencia humana que no es ajena a la experiencia del mundo, y que por lo mismo, es cercana al lector. La risa del sol es una exaltación al placer y al disfrute de las cosas sencillas de la vida. La risa de una tía que se convierte en un sol en medio de la penumbra es tan solo una de ellas.
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