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Una vida dedicada a combatir los abusos de poder. Ese fue el titular del diario El Espectador cuando Miguel Lleras Pizarro falleció en 1980. La Corte Suprema de Justicia, de la cual era magistrado al momento de la muerte, lo llamó «Desvelado combatiente por la causa de la libertad y de los derechos humanos». Para Daniel Samper Pizano, fue prototipo de los hombres de carácter y estaba dotado de probidad y entereza intransigentes.
Como magistrado, y también en su vida personal, fue incisivo, irónico, sarcástico, castizo y crítico, además de independiente en grado superlativo. Si se escribiera la historia del poder judicial en Colombia, el nombre de Miguel Lleras Pizarro tendría que figurar en la plana mayor de los más eminentes.
Nació en Bogotá en 1916 y por largos años fue también magistrado del Consejo de Estado. Conocí a Miguel Lleras Pizarro en 1975 y gracias a su generosidad sin límites nos volvimos amigos muy cercanos, aunque yo era casi cuarenta años menor. Dos veces a la semana me invitaba a cenar a su casa. Eran cenas donde las viandas se servían después de las nueve o diez de la noche, porque estaban precedidas de largas conversaciones en las cómodas poltronas de la biblioteca y obligatorias libaciones con whisky Buchanan’s, Sello Negro o de otras marcas, pues reverenciaba el palique y veneraba los efectos terapéuticos del whisky.
La extrema delicadeza, la sensibilidad inaudita de su ser y la dulzura de su trato, me hacen sentir de nuevo su ausencia. Sí hay personas insustituibles e irremplazables, porque sus bondades son virtualmente exóticas y prácticamente insólitas. Su recuerdo se torna siempre presente.
Alberto Donadío