22 de septiembre de 2013. Por: Elsy Rosas Crespo.
En http://elsyrosascrespo.wordpress.com/.
“Cuando lloraba y se acercaban a quitarme las lágrimas les decía suplicando: no me quiten mis tristezas. Adoraba el líquido que brotaba de mis ojos porque era la consumación y demostración más pura de mis dolores; por eso no las llamaba lágrimas sino tristezas. Esas, que impregnaban de un olor mi trapo rosado que perdí o perdieron en una cantina de un olor que solamente mi olfato percibía”.
Unos cuantos piqueticos
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A Tefa, @tefa_ o Estefanía la conozco desde hace ya bastante tiempo si partimos de la certeza de que a través de Twitter podemos llegar a conocer a la gente mucho más y mejor que cuando convivimos con ellos. Ella se disputa el puesto de mi mejor amiga virtual con @jmalaparte. A las dos las quiero con intensidades similares y ellas se quieren un poco también aunque a veces discuten porque @tefa_ quiere seguir bebiendo y @Jmalaparte quiere que ella deje de beber. Lo que @jmalaparte no sabe es que @tefa_ comparte creencias con algunos místicos presocráticos: “Estoy segura de que en otra vida fui eso, una planta de agave macho segada por un jimador allá de Jalisco a la que luego procesaron, fermentaron y convirtieron en un tequila del que habrían de beber el mismísimo Emiliano Zapata brindando con Pancho Villa y que luego fue a dar a la casa de Frida, donde Chavela Vargas se lo encontró y se lo tomó con ella, Diego y Trotsky (pág. 24-25).
El libro de Tefa lo recibí el viernes. Siempre es emocionante recibir libros de otras ciudades o países pero este libro me emocionó más que otros venidos de mucho más lejos. Destapé la bolsa, rompí el sobre, miré su nombre y el mío con nuestras direcciones y nuestros nombres completos y adentro estaba su libro: Aún no era grande, de Estefanía Uribe Wolff. La llamé y deseé con todo mi amor que me fascinara su libro y, claro, me fascinó, es un libro digno de mis ojos: literatura colombiana escrita por una mujer digna de ser leída con atención, digna de ser recomendada por alguien como yo. Lo leí el sábado, hoy es domingo, me levanté temprano, lo volví a leer y ahora me dispongo a escribir sobre esta belleza.
Es un libro de 57 páginas compuesto por diez textos breves con varios temas recurrentes: el coqueo, las tristeza, el dolor, el vómito, las supersticiones, el alcohol, Frida y Carolina Sanín. Mientras los leía pensaba que tal vez yo también debería publicar un libro, la experiencia de leer en pantalla no se compara con la experiencia del lector ante el papel con un resaltador rosado en la mano y un micropunta para hacer anotaciones sobre lo que se ha resaltado. Las palabras de Tefa merecen la letra impresa, la experiencia única que implica leer en papel, ver cómo se va transformando el libro a medida que transcurre el tiempo y vamos dejando marcas de cada una de las lecturas. Es un libro con dedicatoria, a primera vista pensé en la letra de una niña de colegio, pero cuando terminé de leer y volví a revisarla noté la mano temblorosa de quien escribe en el libro: “Tiemblo, es inevitable. Y no es miedo, ni es frío, ni es rabia, ni angustia, ni desazón. Tiemblo porque sí, desde siempre, por lo que me tomo en las mañanas y durante el día. Pastillas y café: una para la gastritis, otra inmunosupresora, otra azulita que no sé bien qué hace y otras dos blancas que me permiten ser gente… Todas hacen temblar”. (pág. 31). Con esa misma mano temblorosa Estefanía escribió con tinta negra: “Para mi muy querida amiga Elsy (un corazón gordo dibujado) con amor, Estefanía Uribe W.).
La primera historia arranca con el bendito coqueo: “El coqueo es una cobija pequeña en forma de conejo que me regaló un amigo de mi papá cuando nací” (pág. 13) y el amor que Estefanía profesa hacia esa cobija devenida en trapo sucio y feo casi me hace llorar, yo que no lloro desde hace más de treinta años. El coqueo se perdió en una cantina: “Con el coqueo limpian regueros de aguardiente, mocos de borracho y no de niño y ya no es ni siquiera rosadito sino gris y feo, le cortaron las orejas, le quitaron el borde de satín y ya ni siquiera era un conejo” (pág. 15). Nuestra heroína recupera su coqueo porque lo reconoce después de mucho tiempo en la cantina donde quedó abandonado: “Mi llanto tiene la particularidad de impregnar las cosas por siempre, con todo y un olor característico” (pág. 26).
Aún no era grande no es literatura infantil, no es una novela, tampoco es una colección de cuentos, nos recuerda la prosa de Fernando Vallejo y la de Juan Rulfo: “Al lado del río Cauca, entre Bolombolo y Concordia, quedaba La Herradura. Ya no existe… Y en ese lugar del mundo las estrellas son tantas, tantas, que el cielo parece blanco con manchas negras… Abajo, luciérnagas y cocuyos en un danzar extraño parecían hacerle espejo a la bóveda celestial” (pág. 19). Es una prosa premeditada, escritura pura, atención y cuidado en la combinación de palabras y sonidos, una verdadera delicia para los ojos y para los oídos y de una tristeza más triste que la de los narradores jaliscienses de algunos cuentos de Juan Rulfo; pero no es una vil copia de ningún autor, es la obra de una mujer y plasma temas que otras mujeres no se han atrevido a plasmar en la literatura colombiana. Esa es la gran novedad.
La mujer retratada por Estefanía no es una modelo SoHo siempre lista para ser penetrada sino una mujer de carne y hueso: “Sí, calma, y al otro día da temblor. Como el tiempo, pensamientos y obsesiones se detienen por un instante y todos los órganos con terminaciones nerviosas se anestesian: el clítoris, por ejemplo, es como un miembro fantasma, y creo que es lo que sienten las personas mutiladas con sus pedazos faltantes. No hay lubricación y una penetración duele mucho. ¿Cómo harán la señoras casadas? ¿Y las que tienen novio? Bueno, yo no soy casada ni tengo novio. Punto a mi favor (pág 32).
Hay varias mujeres amadas en el libro, las que más sobresalen son la abuela Lucinés, Frida Kahlo y Carolina Sanín. A través de la abuela se recrea el amor a primera vista que solemos tener con un familiar muy cercano, a través de la artista mexicana se recrea el dolor del cuerpo femenino -la fuerza sacada a través de ese dolor- y a través de la escritora colombiana, llamada Justina en el libro, se recrea la sabiduría, la madurez, las profecías cumplidas pronunciadas por la sabia. Es en estas citas donde mejor se reconoce la voz de la autora con toda su originalidad, ella está obsesionada con lo femenino y no necesita que un hombre le explique su comportamiento, ella misma se encarga de hacerlo. En “Unos cuantos piqueticos”, el último relato, es donde mejor podemos apreciarlo:
Y el dolor de Frida no es por la sangre que le escurre de su cuerpo desnudo. Ella siente un dolor que va más allá de esa pintura y de la sangre, de los piquetes… Tatuajes, los tatuajes son unos cuantos, infinitos, incontables o innumerables piqueticos… Sangre que sale de uno mismo, de las mujeres, sangre que hacía que las niñas se volvieran mujeres. Que crecieran, por chillonas, ¿yo por qué? ¿Yo para qué iba a querer senos si me gustaba quitarme la camisa para jugar lo que fuera cuando hacía calor… Y el día que lloré, que me vieron llorar, fui a hacerme mi primer tatuaje, ese de la virgen que vino a tapar la mariposa. Punto por punto, aguanté un martirio de siete horas justo en la columna, el lugar del cuerpo que más le jodió la vida a Frida, que la invalidó e hizo que sus yesos en forma de corsés fueran obras de arte. La sangre me brotaba por la espalda baja y era de colores, de muchos colores.
Es mejor derramar sangre que lágrimas. Aguantar unos cuantos piqueticos. (pág. 56-57).