Pablo Montoya, otras formas del pentagrama

Pablo Montoya, otras formas del pentagrama

Diciembre 5 de 2015. Por: Ana Cristina Restrepo Jiménez.
En El Espectador.

Una mirada al autor de “Tríptico de la infamia”, novela histórica que hace seis meses mereció el XIX Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.

Pablo José Montoya Campuzano (Barrancabermeja, 1963) responde al estereotipo del escritor de otras épocas, remotas, no mediáticas: escribe en y desde el silencio. Escribe por una necesidad de su espíritu y no por las demandas del mercado. Escribe cuando tiene algo que decir y no porque los compromisos apremien.

Han transcurrido casi veinte años desde que publicó por primera vez. Es poeta, cuentista, crítico, ensayista, novelista y académico. Y, como si fuera poco, músico. No obstante, la música no ha querido competir con la literatura de Montoya: se ha puesto a su servicio. Desde los primeros cuentos ha convertido sus líneas en una forma de pentagrama.

Este artista residente en Envigado, reconocido por los lectores de la tierra antioqueña en la cual creció, se siente ajeno a ciertos valores locales como el gregarismo y la familiaridad. Y, pese a que la población paisa es en general tan conservadora (a su vez tan libidinosa), Pablo Montoya admite que Medellín cuenta con un círculo librepensador.

Diversas periferias

Pablo es hijo de José de Jesús Montoya, un médico de Copacabana (Antioquia), y Mariana Campuzano, ama de casa nacida en Yolombó. La violencia partidista en el campo antioqueño obligó a la pareja a mudarse a Barrancabermeja, donde el padre trabajó con el Ejército y en Ecopetrol. El escritor es el noveno de once hijos, seis mujeres y cinco hombres. Después de dieciséis años en Barrancabermeja, la madre se mudó con sus hijos a Medellín. En 1968, su marido regresaría para abrir un consultorio en el municipio de Bello.

Montoya dice que debe a su madre el amor por la lectura. Los primeros libros que lo acompañaron fueron las fábulas de Rafael Pombo y los cuentos de Hans Christian Andersen, e historias como La leyenda de san Julián el hospitalario o Un corazón sencillo, de Gustave Flaubert; que hacían parte de la Colección Ariel Juvenil Ilustrada.

Cursó la primaria en la escuela Juan María Céspedes y el bachillerato en el Liceo Antioqueño, ambos en Medellín. El Premio Fidel Cano, destinado a los mejores bachilleres, le abrió la puerta de la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.

Su padre lo recompensó con una flauta traversa. El universitario se dedicó al solfeo bajo la tutoría de Gabriel Uribe (padre de Blanca, la pianista), primera flauta de la Sinfónica de Antioquia. Un año más tarde su maestro lo invitaría a ser parte de la misma orquesta. En el cuarto semestre, Montoya abandonó la universidad. Se mudó a Tunja para estudiar en la Escuela Superior de Música, donde recibían músicos tardíos y fugitivos de otras carreras. Mientras tanto, cursó a distancia Filosofía y Letras, en la Universidad Santo Tomás de Aquino. Se graduó en 1993.

A principios de los noventa ya era escritor, músico, esposo y padre de una niña. Para resolver su precaria situación económica, recorrió los parajes de Boyacá como músico en las orquestas populares Los Diablillos de Colombia y Los Imperiales de Colombia. Después de ocho años en Tunja, viajó a París. Entre 1993 y 2002 vivió en la capital francesa, donde obtuvo la maestría y el doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Nueva Sorbona-París 3.

Vivió en las casas de varios amigos y en una estancia de refugiados políticos, hasta que se mudó a una residencia estudiantil con quien era su esposa, la escritora Miriam Montoya, y su hija, Sara. Se transformó en un músico marginal para llegar a ser escritor. Tocó en tabernas y calles, paseó perros, cuidó niños, aseaba lugares. Por último, fue profesor invitado en la Sorbona.

Sus partituras

Pablo Montoya quiso ser compositor, pero nunca pudo “porque no tenía oído absoluto”. Anhelaba estudiar musicología en la Unión Soviética, en su escuela boyacense conseguían becas con el Partido Comunista Colombiano para los mejores estudiantes. Sin embargo, con la caída del comunismo desapareció esa posibilidad. Le gustaba la musicología a partir de la relación música-literatura, realizó sus tesis de grado y posgrado sobre el tema. Entró a la literatura a través de la música, con la compañía cercana de la obra de Alejo Carpentier. A los veinte años, escribía poemas, luego llegaría su etapa de cuentista. En 1990 regresó a Medellín y asistió a los talleres de escritura con Jaime Jaramillo Escobar y Manuel Mejía Vallejo.

Su éxito en concursos literarios lo impulsaron a dedicarse definitivamente a las letras, a verter la música en ellas. Con el cuento Eutimio, el clarinetero ganó un concurso regional en Boyacá. En 1993, triunfó en otro de El Tiempo, y dos años después su obra La sinfónica quedó de segunda en el premio de Colcultura. Ese mismo año mereció el primer premio del Concurso Nacional de Cuento Germán Vargas.

Su primer libro publicado, Cuentos de Niquía (1996), fue editado por Vericuetos, en París. Sus novelas publicadas son: La sed del ojo, Lejos de Roma, Los derrotados y Tríptico de la infamia. Libros de cuentos: Adiós a los próceres, Cuentos de Niquía, El beso de la noche, Habitantes, La sinfónica y otros cuentos, Razia y Réquiem por un fantasma. Poesía: Cuaderno de París, Solo una luz de agua, Viajeros y Trazos. Ensayo: Ciudad y literatura, Música de pájaros y Novela histórica en Colombia 1988-2008.

Hoy, Pablo Montoya imparte en la Universidad de Antioquia las cátedras de literatura francesa, latinoamericana y colombiana; dicta seminarios de autores como Carpentier, Cortázar, Flaubert, Camus y Yourcenar; novela histórica y cuento colombiano del siglo XX. Pablo Montoya enseña en Eafit y ha sido catedrático invitado por instituciones de Argentina y Francia. Con Alejandra Toro –su esposa, y madre de su hija menor, Eloísa– vivió en París y en Frankfurt. Ella es investigadora y docente de Eafit, en cuyas aulas conoció a Pablo, en la especialización en Hermenéutica literaria.

‘Tríptico de la infamia’

Tríptico de la infamia es un recorrido por las biografías de tres artistas protestantes del siglo XVI: Jacques Le Moyne, viajero que hizo parte del asentamiento hugonote en la Florida; François Dubois, de quien se dice fue el pintor de Matanza de San Bartolomé, y Théodore de Bry, ilustrador de la pesadilla que Bartolomé de las Casas narra en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.

El crítico Francisco Solano escribió para Babelia (El País, España): “Se trata de una novela histórica, con personajes periféricos, a los que Pablo Montoya dota de una profunda consistencia no meramente histórica, sino con los requerimientos del presente, de modo que nos implica en el escrutinio sobre la actual intolerancia religiosa y el proceso que lleva al artista a denunciar el fanatismo […] es un libro admirable, que en ningún momento, a pesar de la cruda exposición de la barbarie, se desvía del consuelo que procura la dimensión del arte frente a la tenebrosa realidad”.