Silvia, recuerdos y suspiros Memoria y retrato de Silvia Galvis

Me faltan las palabras

20 de septiembre de 2014. Por: Alberto Donadio.
En Sílaba Editores.


Me faltan las palabras*

Texto originalmente publicado en “Silvia, recuerdos y suspiros” en octubre de 2010

Para Alexandra adorada:
nos quedamos solas;
y para Virgilio,
cuñado y hermano.

Me faltan las palabras. Me faltan las palabras pues tengo
el alma en los talones, como decía Eduardo Santos.
Pero por sobre todas las cosas me hace falta la palabra de Silvia, su voz, la conversación inagotada e inagotable, lo que decía y cómo lo decía. Silvia era el verbo encarnado. Si ella estuviera corrigiéndome este texto me señalaría al rompe la alusión a las Escrituras, y me pediría que al menos dijera el verbo encarnada. El día para Silvia no estaba dividido en mañana, tarde y noche, ni el año empezaba en enero para cerrarse en diciembre. Las horas y el calendario eran accidentes irrelevantes en una vida dominada por las palabras. Silvia habitaba las palabras y las palabras eran su día y su noche.

* Este texto fue leído por Clara Inés Galvis de Blanco en el homenaje a Silvia del 22 de octubre de 2009 en la UNAB, Bucaramanga.

Sí, Silvia fue periodista, novelista e historiadora, pero antes de la letra impresa de sus artículos y de sus libros, existía un copioso, exquisito, espléndido e infinito torrente verbal. Tenía tantas palabras en su memoria y en su alma…
Escuchándola cuando hablaba, como la escuché durante más de veinticinco años, yo prosaico abogado titulado y jamás inscrito, me sentí siempre desposeído de palabras y deslumbrado por las suyas. Y no se trataba de adjetivos recónditos, ni de vocablos exóticos. Eran las palabras llanas y lozanas convertidas por ella en conversación encantadora, en habla magnética, en el embeleso de su plática.
Silvia era incapaz de participar en la simple y mecánica transmisión de información, no era hija de telegrafista. Para ella la palabra y la urgencia no eran compatibles. La conversación dilatada, libre de la dictadura de los minutos, era la que le permitía expresar su dulzura, su asombro, su risa, sus agudezas, su furia, su indignación, su irreverencia, sus exageraciones y sus énfasis, sus predilecciones y sus aversiones, su anticlericalismo legítimamente heredado del siglo XIX y de la Bucaramanga de mediados del siglo XX, su humildad y su soberanía. Sí, Silvia fue a la vez humilde y soberana.
El 25 de septiembre se publicó en Vanguardia Liberal la carta de un lector que anotaba, refiriéndose a Silvia: “En cada una de sus frases, de sus palabras compartidas conmigo, sentía una fascinación absoluta”. La carta la firmaba una persona que tenía el deber de inducir a Silvia a hablar poco: su odontólogo Jorge Armando Solano.
Silvia no sucumbió ante el correo electrónico, o por lo menos ante los emails expeditos, breves y lacónicos, y cuando lo utilizaba no se sometía a premuras de tiempo o de tamaño. En el año 2005, a una amiga que le preguntaba si se dedicaba a su trabajo académico o si participaba en un movimiento político, Silvia le contestó:

Sé exactamente de lo que me hablas, porque a tu edad (y aun ahora, a veces) siempre he estado debatiéndome en esa sin salida. Tengo amigas que han dedicado sus vidas a causas humanitarias, como Isa Ortiz aquí en Búcara, fundadora de Mujer y Futuro, comprometida con las mujeres maltratadas, y Constanza Ardila, en Bogotá, con las mujeres desplazadas de la guerra.
Es lógico que personas con sensibilidad social y que han sido, en muchas formas, privilegiadas, sientan culpa por no hacer presencia material en esas nobles causas. Pero, con el tiempo, uno llega a la conclusión de que cada quien ayuda a hacer luz desde el faro donde lo ponga la vida. Si lo mío era escribir columnas y libros, pues también los periodistas y los escritores arriesgan el pellejo como bien dices. Lo importante es tener sentido de la justicia y mantenerlo alerta. Disponer de medios de subsistencia privilegiados no es pecado ni culpa; todo lo contrario, es la garantía para poder ‘darse el lujo’ (te lo pongo en comillas porque esa frase la oí muchas veces: ‘Silvia, usted puede darse el lujo de escribir lo que le dé la gana, porque no necesita el puesto para comer’.) Primero, naturalmente, la frase me caía muy mal, pero luego como que me di cuenta de que era verdad, y que eso, precisamente, era lo que me creaba el compromiso. La ecuación, entonces, resulta elemental: A mayor privilegio, más compromiso, mayor responsabilidad social.
Lo que te quiero decir es que no te sientas mal ni culpable. Si escoges la investigación, la cátedra, lo que sea, lo importante es la orientación que le des, la seriedad, la contribución que hagas. Y sobre todo, no perder el norte, no aceptar sobornos del espíritu ni ceder en el propósito. Encuentra tu sitio y desde allá trabaja por lo que crees. No todos estamos llamados a hacer lo mismo. Isa, esta amiga de Mujer y Futuro, coge bus, navega en chalupa para llegar a Puerto Wilches, al Magdalena Medio, a asistir a un grupo de mujeres maltratadas, hacerles terapias, etc. ¿Pero me imaginas tú en un trabajo así? El calor me da jaqueca, no duermo bien, ni siquiera en cama cómoda, y todo lo que como me hace daño. En cambio, a ella el trajín físico la hace sentir bien, le gusta el contacto con las personas y demás etcéteras.
Cuando vengas conversamos más largo. Pero, eso sí, no se te olvide que los políticos y los partidos políticos son todos iguales, y si no lo son al principio al final terminan siéndolo (al menos eso enseña la historia de Colombia). Ve con cautela, todos esos aparentes (muy subrayado el aparentes) idealismos, terminan en voracidades. Nunca se te olvide eso, razón por la cual aquí se desprestigian tan rápidamente, comenzando por el MRL de López Michelsen, principal opositor del Frente Nacional que terminó cuando López le aceptó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores a Lleras Restrepo, su más enconado enemigo. Y de ahí, empieza a hacer el inventario de rebeldes con causa pero con hambre de poder. Un consejo final: ejercita la duda como tu culto religioso. Como decía el doctor Murillo Toro: ‘para conservar el espíritu libre, hay que ser fanático de la duda’.

De la simbiosis permanente entre Silvia y las palabras son testigos las familias y los amigos que nos han acompañado desde el 20 de septiembre con su cercanía afectuosa, las familias que viven el duelo con nosotros y que tienen su propio duelo. Sus hermanas Hortensia y Tina, su hermano Alejandro, que tuvo ese día la bondad de decirme una de las frases más tristes y finales: “Gracias por lo mucho que la quisiste”. También su hermano Virgilio, de quien ya diré más; su sobrina mayor, Gisela Ruiseco Galvis, y sus otras sobrinas: Andrea, Daniela, Carolina e Irma Galvis Villarreal; y sus sobrinos: Joaquín Ruiseco Galvis; Aldo, Luis y Alexis Bolio Galvis; Alejandro, Ignacio y Rodolfo Galvis Blanco, los hermanos de Ernesto, el querido sobrino desaparecido en 2002, y que fue siempre particularmente cariñoso con Silvia; sus cuñadas, sus primas y primos. También mi papá, Fausto Donadio, mis hermanas Lucía, María, Adelita y Silvia, mis hermanos Oreste, Mario y Álvaro, mis cuñadas y cuñados. Y mi primo Gerardo Reyes Copello, que me ha dicho sobre Silvia: “Su virtud no sólo era la opinión exquisita y contundente, como si la hubiera estado hilando durante largo tiempo, sino que sabía escuchar”. Es cierto. La conversación de Silvia era en doble vía, con la receptividad cálida y benevolente hacia los interlocutores presénciales o telefónicos, hacia los amigos de antes y hacia las personas que eran apenas transeúntes en su vida.
También dan fe del encanto de su palabra las amigas y amigos de Silvia, y ofrezco disculpas, pues seguramente estoy omitiendo a muchos entre los que recuerdo rápidamente. En Bucaramanga: Sergio Acevedo, sesenta años de memoria del barrio Bolarquí y de afectuosos encuentros, Carmen Alicia Alarcón “Caramelo”, Gloria Camargo, Conny Olaya, Patricia Hernández, Enrique Ogliastri. De la época en que Silvia inició, hace casi treinta años, su columna en Vanguardia, los entonces estudiantes de la Unab que la ayudaban en el Departamento Investigativo: Eduardo Durán, Pastor Virviescas, José Luis Ramírez, Carlos Guillermo Martínez, Carlos Gómez, y otros.
Aída Martínez Carreño y Silvia hablaron largamente durante muchos años, frecuentemente por teléfono, y fueron amigas inolvidables. Silvia fue a visitarla tres o cuatro días antes de su muerte, el 28 de mayo. Aída la recibió con el mismo sentido del humor que las mantuvo cerca como si faltaran otros motivos: “¿Cómo te parece que se me dio por morirme?”
No intentaré mencionar a otras personas de fuera de Bucaramanga, por ejemplo a sus amigas de la Universidad de los Andes, pero sí traigo a cuento el nombre de Felipe Ossa, librero mayor de Colombia. Silvia no mantuvo lazos cercanos con escritoras o escritores, salvo con Aída Martínez; pero en cambio, por más de diez años conversó de libros y de autores con alguien que o los había leído o los conocía de toda la vida, con ese interlocutor de afilado verbo, incisivo, culto y gran amigo nuestro que es Felipe Ossa. No cometo ninguna indiscreción si afirmo que fue el más ferviente admirador literario que Silvia tuvo.
No puedo dejar de recordar a la familia Cano. Silvia repetía que uno de los períodos más gratos de su vida fueron los años, entre 1991 y 1997, cuando escribió una columna dominical para El Espectador, por invitación de Juan Pablo Ferro, Marisol Cano, y los entonces directores Fernando y Juan Guillermo Cano Busquets. Con los Cano, Silvia se sintió en casa y de casa. Viniendo de una familia cuyo padre había fundado Vanguardia Liberal en 1919, Silvia escribió en otro periódico de familia, y lo hizo hasta cuando los herederos de don Guillermo Cano, de don Gabriel Cano, de don Luis Cano y de don Fidel Cano se retiraron del periódico que don Fidel fundó en 1887. Es un caso único o excepcional en la historia de los periódicos de familia en Colombia, que han sido casi todos.
En la antigüedad de los afectos de Silvia, está primero Virgilio. Ella y él fueron los dos hermanos menores, y desde cuando Virgilio era Juancho Morales, el chofer de bus, o el niño que con Silvia trataba de llevar la niebla hacia el garaje de la finca de Galvisia; en ese crisol de la infancia se forjó entre Silvia y Virgilio un afecto implacable e inextinguible. Heredé de Silvia ese afecto a la vez ciego y despierto, y su admiración inclaudicable, de todas las horas, por Virgilio. Doscientas veces me habló Silvia de su niñez siempre referida a Virgilio, y cuatrocientas veces me deleité oyendo las historias, que en su conversación cautivante eran las mismas y eran siempre nuevas.
En la antigüedad de los amores de Silvia, están primero y primerísimamente sus hijos Sebastián y Alexandra Hiller Galvis. A riesgo de que se crea que estoy idealizando, tengo que decir que jamás conocí a una mamá que tuviera mejor comunicación y entendimiento con sus hijos: de niños, de adolescentes, de adultos. No fue nunca una mamá anacrónica, de esas a las que se quiere pero que, comprensiblemente, por el paso de los años, se han quedado en otra época. Nuestras nietas Mariana y Sofía Hiller Zafra y nuestro nieto Sebastián Hiller Zafra, hijas e hijo de nuestra queridísima Alexandra Zafra Durán, han sido la más feliz revuelta emocional que Silvia y yo vivimos en los últimos años. Mariana, Sofía y Sebastián se radicaron en nosotros, así como nosotros nos radicamos en Bucaramanga para ser sus abuelos. Fue pensando en niños como Mariana, Sofía y Sebastián que George Bernard Shaw escribió la frase: “La vida es una llama que siempre se está extinguiendo, pero que se reaviva cada vez que nace un niño”.
El humor de Silvia, el humor político, su inclinación al humor frente a cualquier forma de jerarquía, está registrada en sus columnas de prensa y en sus páginas escritas. Pero antes ya había nacido en su conversación, en lo que decía casualmente, en su interpretación única y divertida de las noticias, de los personajes y de los sucesos del momento. El humor emanaba de ella con toda naturalidad: irrumpía fresco y espontáneo de su cámara de palabras, de sus lecturas incesantes y constantes desde cuando tenía trece años, de su agudeza consustancial.
Tal vez el único texto de humor de Silvia que tuvo poca circulación fue su obra de teatro De la caída de un ángel puro por culpa de un beso apasionado. Lo traigo a cuento ahora, citando a un personaje que en la obra es ‘La Autora’ en mayúscula, y que corresponde naturalmente a la misma Silvia. Dice uno de los parlamentos:

Es más fácil derrotar a Atila con su horda de bárbaros… vencer a Alí Babá con su banda de ladrones, que afirmar el derecho que tiene una a ser igual… que ni novedad es, porque hace siglos venimos con la misma historia. Es que… las desigualdades… bueno… son los hombres… con esa maña de sentirse raza superior… y que viene desde que se descubrió el primer fémur masculino. Siempre que se encuentra un cráneo, una mandíbula, un fémur, instantáneamente se asume que perteneció a un hombre… y lo bautizan Hombre… los restos encontrados en Cromagnon, Neanderthal, Java, Heidelberg, Swanscombre, todos hombres, como el Hombre de Pekín, el Homo Erecto y el Homo Sapiens. ¿De mujeres? Nada… nada pese al hallazgo del esqueleto de Lucy que resultó ser el más antiguo de todos, incluidos los Javas, Cromagnones y Neanderthales… y aún así no cambió la historia. Mejor dicho, el primer vestigio de la humanidad es mujer… pero ¿a quién le importa? Los hombres están primero, siempre primero los hombres. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante cuento chino?

En La caída de un ángel puro aparece un Diablo con marcado acento caribeño que se proclama amigo de La Autora. Se establece entonces el siguiente diálogo:

Autora: Con que amigo… ¿no? Y por qué, entonces, no le mandó la culebra seductora a Adán… nos habría evitado tanto problema… ¿Se da cuenta del perjuicio que nos hizo y el prejuicio que nos creó? Desde entonces cargamos con el estigma de ser sus cómplices… Ya sabe la ecuación: Diablo más mujer, igual hombre achicharrándose en el infierno…
Diablo: Oye ven acá… se ve que eres inteligente… eso mismo es lo que te vengo diciendo… las mujeres y el diablo… siempre juntos… por eso son tres los enemigos del alma… Yo, el Demonio, de primero; segundo, el mundo; y de último: la carne… ajá… el demonio y el mundo corren por mi cuenta… ustedes, muñequitas, ponen la carnecita… más claro no cantó el gallo traidor… Siempre ha sido así: las mujercitas conmigo… en un solo costal… Gaudete in me semper, iterum dico; gozáos siempre en mí, te digo…
Autora (para sí misma): Un diablo que parla en latín… ¿cómo se me ocurre tanta insensatez?
Diablo: ¡Eche!… pero… qué pelada tan ingrata!… Quare tristis es, anima mea, et quare conturbas me? ¿Por qué estás triste, alma mía? ¿y por qué me llenas de turbación?… Mamacita… entiéndeme… no fui yo quien les dio fama de criaturas banales… tentadoras… lujuriosas… Fueron los santos padres, los profetas, los evangelistas… los judíos que escribieron las Sagradas Escrituras, la Biblia, los Evangelios… fueron los Doctores de la Iglesia… esa mano de viejos prostáticos… mi amor… para ellos, ustedes han sido instrumentos de placer… mis instrumentos de lujuria y concupiscencia… Lavabo manus mea… me lavo las manos… que yo en eso… nada qué ver.
Autora: Claro que tuvo que ver… que por andar de socias suyas fue como nos ganamos la fama eterna de nacer inclinadas a la carne, a la materia… criaturas débiles, frágiles… banales…; lo contrario de los hombres… seres espirituales, cuya alma tiende naturalmente hacia las cosas altas del espíritu, del intelecto…
Diablo: Cor contritum quasi cinis… el llanto baña mis ojos… Ajá, mi amor, eso que tú dices se llama pura moral judeocristiana… el mundo dividido entre la potencia del bien y el imperio del mal… o sea, Dios y el suscrito… el alma significa luz, y la materia oscuridad… Dios es belleza y armonía… el Diablo (como quien dice yo) horror y caos… pero, ajá, esos son puros inventos… ni Dios es pura luz y armonía; ni yo soy oscuridad y caos… esas son fantasías… alegorías, metáforas de los italianos siempre tan dados a inventar historias… dramas… cielos… infiernos… ángeles de bondad y seres malucos… La verdad única y feliz es que el cuerpo y el alma son parte de un todo… ¿Me sigues, corazoncito de melón?

La obra concluye con la aparición de un Dios mujer, que proclama lo que era para Silvia la filosofía de la vida: “Que viva la humanidad feliz sin fanatismos ni cultos ni credos, ni doctrinas…”
Pero para los seres humanos no solamente es fundamental la ausencia de imposiciones y doctrinas que portan consigo el sufrimiento. Hace dos años, la misma amiga que le había consultado a Silvia qué camino tomar en la vida, se fue a vivir con su novio. Silvia le escribió estas palabras: “Muchísimo me alegra la noticia de la convivencia. No se te olvide que la vida es muy avara en felicidad, así que la que estás sintiendo ahora, cuídala con devoción de beata”.

Alberto Donadio
Es abogado de la Universidad de los Andes y uno de los pioneros del periodismo investigativo en Colombia. Es el precursor del acceso a los documentos públicos en Colombia. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Premio de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá.
Ha publicado numerosos libros. Con Silvia Galvis escribió: Colombia Nazi y El jefe supremo.