En el fuego, la mirada

Luis Arturo Restrepo en “El Café de los Poetas”

14 de octubre de 2014. Por: La Crónica del Quindío.
En La Crónica del Quindío.

Luis Arturo Restrepo
González
(Medellín, 1983)

Licenciado en filosofía y profesor de la universidad de Antioquia. Obtuvo la mención de reconocimiento en el Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob, (III edición, 2006), con el libro Vigía del Hastío. En 2009 ganó la VI beca a la creación artística Ciudad de Medellín, modalidad poesía. Los poemas aquí incluidos fueron tomados del libro En el Fuego, la Mirada, publicado por Sílaba Editores.

Selección de poemas

En mi estómago se debaten las pocas fuerzas que me quedan. Quisiera comerme uno a uno los papeles que guardo bajo el colchón, pero aún me queda un poco de cordura para saber que la poesía es más corrosiva que el hambre.
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Al final, espero que la noche anude mis delirios al nuevo sol. La nieve de la mañana volverá a apaciguar los gemidos de la carne.
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Tuve un sueño en el que un militar me daba de comer las sobras de su plato. Una vez terminada la cena, arrojaba una carcajada contra mi rostro y, corriendo la cortina de la habitación, dejaba ver al cocinero destazando a los niños. El carro del orfanato tocaba ansioso la bocina para entrar a sus dominios. Al despertar, la lengua reseca se debatía en la agonía.
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La cara del asesino se impone en mis manos cada vez que acudo con ellas a mi rostro y las lágrimas cobran el olor de la podredumbre. Grito al cielo con la sola idea de saberme hija de un monstruo aberrante. A veces pienso que si pudiera romper con la realidad como con un mal poema, quizá mis versos serían menos cortos y la voz se atrevería a nombrar otros lugares que aún desconoce.
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La pólvora te susurra los nombres de los muertos. Uno a uno desfilan ante ti aunque no los conozcas. Sabes de su piel. Su aliento desemboca en tu garganta como una exhalación ahogada por el olvido. Si fueras la madre de todos –sabes– las oraciones por cada una de sus almas se mantendrían hasta el alba. Tu boca abraza para ellos palabras de alivio. Apuras entonces, para calmar tu agonía, una plegaria que contenga en su mutismo, los gritos que la mañana desgarra.