Mas su reino fue la noche

La casa de un poeta

1 de junio de 2017. Por: Camila Builes.
En El Espectador.

El año pasado, después de la muerte de su hermano, Zoraida Gaviria hizo una libreta de dibujo donde plasmó la casa de Pacho. Un hogar que antes era místico y hermoso.

Yo no conozco la casa en la que vivió el poeta Jesús Gaviria. Yo sé que quedaba en Medellín, en uno de esos barrios del centro de la ciudad con panaderías en todas las esquinas y guayacanes que florecen amarillos en diciembre. Yo sé que Pacho, como le decían, trabajó ahí durante años, como treinta, y sé, también, que esa casa fue la musa de algunos de sus poemas: la tierra que había en el aire después de barrer las baldosas amarillas y vinotinto, el viento que soplaba en una ráfaga de aire tibio sobre las hojas en las que escribía, las sillas que chasqueban cuando Pacho se sentaba sobre ellas, los sonidos del techo: esa madera húmeda que en las noches rugía como una bestia pequeña. Pacho el poeta vivió en esa casa. La amó.

El azar nos reunió en esta casa / ahora demasiado vasta. / Oscuros cuartos en silencio: / al fondo, el inevitable espejo; /sillones no… recuerdos en esta hora / que no parece percibirnos / y que indiferente
a tus trabajos y a los míos, / declina dulcemente.

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Jesús Gaviria fue curador del Museo de Arte Moderno de Medellín entre 1989 y 1994 y director de la colección El arte en Antioquia ayer y hoy, del Fondo Editorial de la Universidad Eafit. Desde entonces se volvió un aliado de las apuestas culturales en Medellín: integró uno de los equipos para elaborar el guion del Museo de Antioquia en el período De Cano a Botero (Medellín, 1999-2000). A partir de ese acercamiento con el arte, comenzó a escribir acerca de pintura y escultura, de acuarelas y lienzos, ese mundo lo catapultó a la poesía.

Los 59 cisnes / de extremada blancura / que una vez /se alojaron en tu alma / colmada de clamores / agitan de nuevo el aire con tal fuerza / que un poco de mi jugo de naranja / ha manchado para siempre tu poema / De “Pintura sobre porcelana”.

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La casa de Pacho, por fuera, es blanca y rosada. Las puertas son azules. Yo no conocí la casa de Pacho el poeta. Por dentro azul. Es café. Es verde. El suelo es un mosaico que se reproduce en casi el 80 % de las casas de Antioquia. Una baldosa sin arandelas. Plantas por todos lados: helechos y esas matas diáfanas que en Medellín les dicen “el dólar”, palmeritas pequeñas y flores amarillas y rosadas. Algunos móviles colgando del techo. Trastes de metal. Libros. Libros. Una máquina de escribir.

Zoraida Gaviria dibujó en 2016 la casa de Pacho el poeta, por eso la conocí. Un libro cuadrado y pequeño. Sin texto: un homenaje a su hermano. “Mi mamá quería dibujar esa casa que fue tan importante para Pacho, un lugar del que sabemos nunca quiso irse y que, además, guardó toda su magia y su amor hacia la poesía y el arte”, cuenta Marta Peláez, sobrina de Pacho.

El libro, que más bien parece una libreta de dibujos, retrata la casa de alguien que no es nadie. Un alguien que podría ser cualquiera. Y, sin embargo, de un dueño que sólo fue Jesús Gaviria. Una casa entrañable y unos dibujos que la representan viva y totalmente.

Mirando cómo el agua / (incesante invención de su futuro) / no arrastra las cosas / que se le dan en reflejo / voy inventando / la forma de no morir.

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El escritor antioqueño Jaime Alberto Vélez escribió acerca de Una corta danza, uno de los poemarios de Gaviria, que “en lo breve del poema… la palabra elegida alcanza, por su condición, exactitud y relaciones, su máxima expresión, y revela de manera incontrovertible hasta qué punto esta expresión elude de manera permanente el engaño, el artificio retórico, las falsas realidades conseguidas a través de un indiscriminado juego verbal”. Y Jorge H. Cadavid dijo de Veinte piezas para instrumento de percusión: “Como su título lo indica, veinte piezas recias y consistentes lo edifican. Un libro para releer más de una docena de veces”.

“Cuando a un escritor se le pide que hable de sus lecturas, generalmente se espera de él que se refiera a los primeros libros y autores que frecuentó en su adolescencia y primera juventud, haciéndose eco del prejuicio generalizado según el cual sólo se lee verdaderamente en los primeros años de formación. Nada más falso, al menos en lo que a mí respecta. Es como si con esas primeras lecturas el carácter se fijara definitivamente y en adelante sólo quedara ampliar y profundizar lo ya formado”, escribió él en una entrevista.

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La casa de Pacho ya no existe. O, al menos, ya no es lo que era: un lugar emocionante y místico. Ya es sólo eso: una casa, unos ladrillos unidos con cemento donde la gente llega del trabajo a dormir y se sienta a ver televisión. Un hogar, como el de casi todos, podrido por el consumismo y el vértigo de la rutina. Es todo, menos la casa de un poeta.