Alfabeto de infancia

El inicio del lenguaje

. Por: Cindy N. Cardona Claros.
En www.cronicadelquindio.com.

Por las rendijas de la ropa aprendió a conocer el cuerpo femenino con la única amiga del kínder, y a improvisar en la actuación el día en que fueron sorprendidas, interpretando el papel de bella durmiente. Pisingaña, jugaremos a la araña, y la estatua; juegos de su infancia que servían como herramientas para enfrentar la vida, sin dar importancia a las normas establecidas en el mundo exterior.

Con el primero se instruyó en la exploración, con el segundo adquirió carácter, priorizando sus deseos, su voluntad, sobre las órdenes de los mayores (aunque el efecto convirtiera en efigie a una monjita); al respecto menciona: “Aprendí la lógica de la estatua, la sumisión de sus quietos atributos, la indomable paciencia de la espera, la semántica de la quietud”. Con el tiempo que lleva asimilar las vocales fueron apareciendo las desdichas: Su nana adquirió una ceguera selectiva, de un momento a otro no volvió a ver a la pequeña, como si no existiera, como si fuera un fantasma.

La distancia fraterna de su hermana mayor, Aurora, de quien apetece su forma de vida y en horas de ocio la imita; y luego, la experimentación de los miedos que tendría que conquistar, para ser bienvenida en el mundo asediado por los adultos. Hasta aquí las vocales. Primera parte del libro Alfabeto de infancia de Lucía Donadío; publicado en el 2012 por Sílaba Editores. Las ilustraciones de la carátula e interiores —del poeta, pintor y grabador Oreste Donadío—, recrean los relatos de una niña que rompe con la mitificación de la infancia, sin dejar de avivar ese “espíritu que aprende a recrearse de nuevo en las cosas simples”, y del cual el lector empezará a contagiarse desde el primer texto.

Alfabeto. Acá poco importa que del alfabeto fenicio, que no poseía vocales, se derivaron los posteriores. El de Lucía involucra desde barcos hasta zapatos. A través de un recorrido por las consonantes, rememora las primeras nostalgias con las que se enfrenta una niña, las alegrías sencillas, las incipientes perversidades, los destierros materiales y sentimentales, las responsabilidades y obligaciones que no deberían pertenecer a esta etapa de la vida, el orden habitual establecido en los hogares, las prohibiciones tácitas, la revelación de los secretos adúlteros bajo la mesa del comedor, el enfrentamiento con las pérdidas. Algunos de estos sucesos son narrados con un humor candoroso que aporta fuerza al relato.

De esta manera, Donadío, centinela de la infancia recuperada, en su prosa sensorial, sin artificios, da cuenta de esa niñez de cuitas, de búsquedas, de modelos tradicionales de crianza. Etapa espacial en donde el juego es satélite; tal vez el único sitio acogedor para esa niña que dice sin titubear: “Me apartaba del mundo en singular y profunda ebullición […] sin atesorar más instante que el instante del juego, eterno y presente, en que el barco de papel llegaba al puerto y la dulce melodía de las aguas acariciando la orilla de la arena acunaban la marea desordenada y tibia que llevo por dentro”.

Por último, Silabario, conformado por seis cuentos memorables. Tres de ellos retratan la muerte que visita de formas distintas a dos mujeres, una mayor que esperaba con ansias la fecha anotada en su libreta; la señora tan buena que encubría los robos de la empleada doméstica; y a un hombre que rodó por las escaleras que daban al cuarto de costura por ir detrás de una jovencita de vestido amarillo. Los otros: una pequeña en la lucha con su hermana por colonizar el amor paternal, la angustia y ausencia de una madre al dejar a sus hijos sin su amparo antes de un viaje, y un bebé implorado por la abuela que lo educaría como si fuera su hijo.